lunes. 29.04.2024

Los artículos políticos contienen más eufemismos y recursos literarios que una novela de Pérez Reverte. Más incluso que un artículo sobre literatura. En los de economía, son ya legión: “crecimiento negativo”, “economía al rescate,” “banco malo”, la “debilidad de la demanda”, “reformas o ajustes estructurales”, “estabilización de la moneda” y un largo etcétera afrentoso para la inteligencia ciudadana.

Se utilizan para no herir ciertas sensibilidades. Lo que está muy bien. El respeto, ante todo. Pero el eufemismo tiene también otra función. Si en este mundo el principio que lo rige fuese el respeto y la justicia, todo iría muy bien. Pero es que también está el Capital, el dinero. Y este no anda solo. Le acompaña el lenguaje. Y la palabra es inocente y neutra, pero no lo somos quienes las utilizamos, a veces, con fines nada honorables. Incluidos los eufemismos.

Convertir el lenguaje en un medio para conseguir fines nada compatibles con ese respeto y justicia están a la orden individual y social. El uso y abuso del eufemismo, no sólo sirve para manipular y distorsionar la realidad, sino, para hacer menos desagradable la atrocidad o afrenta que oculta. Por ejemplo, una guerra. Una guerra tan atroz, bárbara y cruel como es un genocidio. 

La palabra es inocente y neutra, pero no lo somos quienes las utilizamos, a veces, con fines nada honorables. Incluidos los eufemismos

Causa mucha tristeza ver al ser humano poner ciertos recursos literarios al servicio de lo más atroz que pueda haber: la guerra. Es una de las imágenes más miserables en que la que la inteligencia pudiera caer. Ya lo hizo el nazismo. Recordemos el libro de Víctor Klemperer, en La lengua del tercer Reich (2002) con los resultados conocidos. No es que la utilización de los eufemismos en la guerra de Israel contra Palestina estén al mismo nivel que los usados por los nazis, pero que sean periodistas de esta democracia quienes los utilicen para aminorar el impacto atroz de una guerra más parece un acto de inconsciencia o, peor aún, un uso torticero del lenguaje.

El lenguaje de los eufemismos no solo pervierte el objeto que denomina, la guerra, sino a quienes lo usan. Porque la función de los eufemismos, no solo es la de no herir susceptibilidades, sino, también, la de manipular, edulcorar y, en última instancia, falsificar y ocultar, en este caso, un genocidio, cuya palabra -con honrosas excepciones, como así consta en Nuevatribuna.es- ni siquiera la nombran. ¿Para no herir? ¿A quién? ¿A quienes la justifican una y otra vez?

Según la prensa, que pasa por “democrática” y la más leída, en Gaza no hay guerra. Lo que hay es una “una misión militar”, “un conflicto”, que obedece “a un plan previsto y sigue “el método de una “operación especial”. Tanto es así que al espacio geográfico donde tiene lugar se le llama “arquitectura de la región”. Lo dicho. No hay guerra, solo conflicto. Ya El País lo dijo hace un año: “El País ofrece de forma gratuita la última hora del conflicto en Ucrania” (15.3.2023). 

El uso y abuso del eufemismo, no sólo sirve para manipular y distorsionar la realidad, sino, para hacer menos desagradable la atrocidad o afrenta que oculta

Como no hay guerra, tampoco existen agresiones ni ataques militares, ni ejércitos de ocupación, ni suministro de armas, ni actividades de espionaje. Han sido sustituidos por sus eufemismos respectivos: “intervención, maniobras, soldados, entrega de suministros, actividades de inteligencia”. Todo ello más suave y más delicado. Para no herir. Tampoco, hay muertos ni víctimas. Porque en esta “no guerra” no se mata, se “neutraliza” al enemigo. Las víctimas siguen siendo “daños colaterales”. Las masacres son “múltiples homicidios”. La invasión militar no será ni lo uno ni lo otro, sino tan solo “invasión” y la tortura será denominada “persuasión”. 

A “los soldados o víctimas civiles” no se los entierra, se les dice “adiós”; la “ayuda a las víctimas” se sustituye por “atención a las necesidades de la población”. A una zona armada hasta las cejas se la denomina “zona de reforzamiento”. El “cambio de rumbo de la guerra” indica que se está “perdiendo la guerra”. ¿No la pierden todos?

Los soldados no son soldados; son “efectivos”. Una “retirada” del ejército se sustituye por “una reagrupación táctica”. Y la matanza de equis “efectivos” del bando enemigo se denomina “recuperar un territorio”. Tampoco, habrá prisioneros. Es preferible la palabra “rehenes. Y los campos de refugiados dejarán de serlo, para ser “centros de recepción”.

Pero lo más esperpéntico de este panorama del eufemismo es que la gente, las personas, los hombres, las mujeres, los niños y los ancianos, no existen. Son un “objeto civil”. Ni siquiera son “sujeto civil”. Deambulan entre escombros como ovnis.

Y si no hay guerra, no podrá hablarse de matanzas, ni de masacres, ni de exterminio. Menos todavía de genocidio. Visto el panorama, ¿a quién puede extrañar que haya quien niegue la existencia de un genocidio contra el pueblo semita de Palestina si ni siquiera hay guerra, sino un conflicto? 

Los eufemismos de esta guerra lo único que hacen es salvar el honor de quienes mantienen y justifican esta guerra y evitar que sus responsables sean juzgados y condenados por perpetrar un genocidio

Quienes utilizan eufemismos deben saber qué están haciendo. Quizás, piensen que hacen un favor humanitario, pero no es así. Detrás de esos eufemismos lo que hay es mentira, falsedad, el ocultamiento de una tragedia cruel y bárbara que es necesario nombrar de forma directa y sin tapujos para que la odiemos y la rechacemos sin contemplación alguna. Los eufemismos de esta guerra lo único que hacen es salvar el honor de quienes mantienen y justifican esta guerra y evitar que sus responsables sean juzgados y condenados por perpetrar un genocidio.

Mark Twain, en la guerra de EEUU contra Filipinas, escribió un artículo titulado “la oración de la guerra”. Buscaba que sus conciudadanos aborrecieran la guerra mostrándoles su crudeza cuando rogaban a Dios que EEUU ganase aquel enfrentamiento.

Lo hizo sin eufemismos haciéndoles ver a sus contemporáneos que lo que pedían a Dios era esto: “¡Oh, Señor, Nuestro Dios, ayúdanos a destrozar a sus soldados y convertirlos en despojos sangrientos con nuestros disparos; ayúdanos a cubrir sus campos resplandecientes con la palidez de sus patriotas muertos; ayúdanos a ahogar el trueno de sus cañones con los quejidos de sus heridos que se retuercen de dolor! ayúdanos a destruir sus humildes viviendas con un huracán de fuego; ayúdanos a acongojar los corazones de sus viudas inofensivas con aflicción inconsolable; ayúdanos a echarlas de sus casas con sus niñitos para que deambulen desvalidos por la devastación de su tierra desolada, vestidos con harapos, hambrientos y sedientos, a merced de las llamas del sol de verano y los vientos helados del invierno, quebrados en espíritu, agotados por las penurias, te imploramos que tengan por refugio la tumba que se les niega —por el bien de nosotros que te adoramos. Señor, acaba con sus esperanzas, arruina sus vidas, prolonga su amargo peregrinaje, haz que su andar sea una carga, inunda su camino con sus lágrimas, tiñe la nieve blanca con la sangre de las heridas de sus pies”.

Copiar a Twain no nos salvará de nuevas guerras. Bien sabemos que desde que él escribió su oración, el mundo ha sido un infierno, incluso con el permiso de Dios. Y es evidente que los eufemismos, tampoco, tienen la culpa de una guerra. Pero, al menos, quienes son conscientes del poder del lenguaje que tienen en sus manos, harían bien en no desperdiciarlo en beneficio del rigor y de la exactitud. Pues hacer eufemismos con la guerra, aunque sea con la mejor voluntad es un crimen. Y, ciertamente, la literatura está en otra parte. 

Eufemismos de la guerra