jueves. 02.05.2024

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Enrique Vega Fernández | La invasión rusa de Ucrania el pasado febrero de 2022 supuso un auténtico revulsivo para la Unión Europea y sus países miembros. Acostumbrados al seguidismo a Estados Unidos en sus aventuras bélicas tras la Guerra Fría, primero en operaciones de imposición de la paz (Bosnia-Herzegovina y Kosovo) y, tras el 11-S, en operaciones antiterroristas, llamadas de Estabilización, en Afganistán, Irak, el Sahel o Libia, la invasión convencional de una superpotencia (nuclear, además) en sus mismas puertas de un país supuestamente aliado y protegido, los ha descolocado.

La OTAN, que presume de ser la máquina de guerra mejor engrasada del mundo actual, no ha tenido, sin embargo, el valor de defender directamente a su protegido, limitándose a proporcionarle medios para que pudiera defenderse (al principio con cierto y encomiable éxito, pero no a largo plazo). Medios para que pudiera defenderse, pero no “los medios” para que pudiera realmente defenderse de un enemigo muy superior en capacidades de todo tipo y que juega con el tiempo a su favor. Demasiado caro, demasiado riesgo.

Pero una Rusia, aparentemente venida a menos -nos decían- incapaz de aceptar su nuevo rebajado estatus en el concierto mundial, que, precisamente por ello, no se atrevería a desafiar a esa nueva primera potencia que surgió del fin de la Guerra Fría, la OTAN, a pesar de todos los riesgos, se atrevió. Gajes de la historia, locura o no, imperialismo o medida preventiva, Rusia se atrevió. Y quien no se ha atrevido (¡gracias a dios!) a responder con la misma moneda ha sido la OTAN.

Su base de partida es alcanzar para 2030 el objetivo de que el 40% de los equipos militares de los países miembros sean adquiridos de manera colectiva y que, al menos, el 50% de ellos estén producidos en la Unión Europea

Las monedas con las que la OTAN, la Unión Europea y los países europeos han respondido hasta ahora han sido tres: el intento de aislamiento internacional de Rusia, las sanciones comerciales y financieras y el abastecimiento a Ucrania de todo tipo de medios de combate: desde armamento, municiones y pertrechos hasta vigilancia, inteligencia o comunicaciones (satelitales), pasando por instrucción y adiestramiento (incluso sobre el propio terreno). Pretendo centrarme en esta última y en sus consecuencias. En cuanto a las dos primeras, sólo decir que ninguna de las dos parece estar dando todo el resultado esperado. El aislamiento internacional se reduce al ámbito OTAN+ y la factura económica parece estar siendo más cara para Europa que para la propia Rusia. 

La primera consecuencia del esfuerzo abastecedor de material militar y de combate es, hoy día, vox populi y protagonista de innumerables artículos y reportajes de los medios de comunicación y de declaraciones de responsables políticos: los países europeos, y en cierta medida también Estados Unidos, están empezando a tener que dejar sus arsenales (y, en algunos casos, sus propias unidades en activo) incluso por debajo de los estándares mínimos para una eventualidad de pocos días de combate.

Pero si la chispa que ha hecho saltar las alarmas es la guerra en Ucrania y el esfuerzo de abastecimiento que está exigiendo, ésta no es ni la única ni siquiera, probablemente, su principal razón. Por un lado, vivimos en una coyuntura económico-comercial mundial (neoliberalismo digitalizado) en la que, como el beneficio es la principal razón de ser y la tecnología avanza de forma tan acelerada que todo nuevo invento o perfeccionamiento queda rápidamente obsoleto, los stocks no son rentables, se “pierde dinero” con ellos”. Lo vimos en la pandemia, donde escasearon bien rápido, no ya las vacunas, que tienen la excusa de que pueden caducar, sino incluso las propias mascarillas. Ni había suficientes, ni la velocidad de reposición era capaz de cubrir el abastecimiento necesario con el suficiente nivel de calidad. Y lo estamos viendo en la actualidad, precisamente por causa de la propia guerra en Ucrania (y de Ucrania), con los combustibles, los alimentos, etc. que al escasear por falta de stocks (reservas o como quiera llamárseles), suben de precio por aquello de la ley de la oferta y la demanda. Lo vemos también si queremos algo tan sencillo como comprar un sillón, que antes ibas y veías el modelo en la tienda y ahora lo tienes que ver en pantalla, encargarlo y recibirlo cuando lo fabriquen, porque en stock no había, porque no hay stocks. 

No iba a librarse de esta tendencia al “no-stocks, que no son rentables” el complejo militar-industrial -que diría Eisenhower- tan tecnificado, digitalizado y mutuamente dependiente de la gran industria de componentes e investigaciones, máxime en estos tiempos de fabricación de materiales y productos finales “de doble uso”.

Hay que revertir el hecho de que, desde febrero de 2022, momento de la invasión de Ucrania, el 80% de las compras europeas de armas para ayudar a Ucrania se realizaron fuera de la UE (el 68% a Estados Unidos)

Por otro lado, si la guerra en Ucrania nos está enseñando algo, es que ya no es la misma guerra “convencional”, es decir no nuclear ni antiguerrillera como las libradas en nombre de la imposición de la paz y del antiterrorismo arriba citadas, cuyo último episodio se dio en la Guerra del Golfo con batallas “a lo Segunda Guerra Mundial”, con la aviación de combate y bombardeo y los carros de combate y la infantería mecanizada como principales protagonistas de la batalla. Cuando las fuerzas aéreas clásicas (los aviones) han pretendido en Ucrania dominar y controlar el espacio aéreo, se han encontrado con los satélites, los drones y los misiles autoguiados de largo alcance y han tenido que pasar a segundo plano. Y algo parecido se podría decir de los medios acorazados y mecanizados paralizados por cohetes y misiles y por las dificultades del terreno y de las condiciones meteorológicas, que a los misiles y cohetes y en general a la artillería de largo alcance y alta precisión digitalizada no les estorban. 

De modo que prolongación de la guerra (ya van más de dos años) y estancamiento de frentes, tendencia industrial-comercial al no-stocks y protagonismo en la batalla de armas e ingenios de recientísima aparición y aún casi en periodo de prueba, perfeccionamiento y mejora, están dejando en tenguerengue los “almacenes” de los países de la Unión Europea. Haciendo surgir el temor de “y si la insaciable Rusia, tras Ucrania, viene a por nosotros”, que las autoridades estadounidenses alimentan ante la perspectiva de un mundo, que controlaban hasta ahora, pero que parece estar yéndosele de las manos.

Una y poderosa razón más para la ya vieja presión estadounidense para que los países europeos incrementen sus presupuestos de seguridad y defensa y contribuyan en mayor medida a mantener esa hegemonía mundial de la que llevan gozando desde el final de la Guerra Fría. 

Consecuencia de todo esto son los sucesivos pasos que la Unión Europea y sus países miembros llevan dando, desde hace algún tiempo, en dirección a una posible “autonomía estratégica” europea, o de la UE como se prefiera, cuya última propuesta ha sido la concepción de una Estrategia Industrial Europea de Defensa (EIED) como componente básico e indispensable para alcanzarla frente a Estados Unidos y, ahora, ítem más, frente a la “grave amenaza” (Concepto Estratégico OTAN 2022 dixit) que representa Rusia. 

Un proceso del que se empezó a hablar con ocasión de ocupación rusa de la península de Crimea en marzo de 2014 y se inicia tras la invasión de Ucrania en febrero de 2022 con la aprobación formal de la llamada Brújula Estratégica en el Consejo de la Unión Europea de 21 de marzo de 2022, como “un ambicioso plan de acción para reforzar las políticas de seguridad y defensa (PCSD, componente de la PESC) [1]”, “con el objetivo de que la Unión Europea sea capaz de proteger a sus ciudadanos, sus valores e intereses” “de forma complementaria con la OTAN”, para lo cual “podrá utilizar el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz”, mientras “los Estados miembros se comprometen a incrementar sus gastos de defensa”.

La OTAN, que presume de ser la máquina de guerra mejor engrasada del mundo actual, no ha tenido, sin embargo, el valor de defender directamente a su protegido, limitándose a proporcionarle medios

Compromiso de incrementar los gastos de defensa que se formalizó, a petición estadounidense, en el 2% de su PIB para 2024 en la Cumbre de la OTAN de Gales de septiembre de 2014 tras la ocupación rusa de Crimea y que solamente cumplen en la actualidad dieciocho de sus treinta y dos miembros (treinta de ellos europeos). Lo que, en el fondo, no quiere decir nada, porque los especialistas en estos temas ya nos han avisado suficientes veces con sólidos argumentos que no es lo mismo “gasto real en defensa” que presupuesto del Ministerio de Defensa. Como ejemplo, el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) en su último informe de 2023 nos informa que, a pesar de no haberse incrementado los presupuestos en la medida comprometida (2% PIB como mínimo), los países miembros de la OTAN incrementaron sus gastos en defensa en un 30% entre 2013 y 2022 y los países europeos, un 94% sus adquisiciones de armamento entre 2019 y 2023 y su industria de defensa en un 40% su producción entre 2022 y 2023. 

A pesar de lo cual los “almacenes” de los países de la Unión Europea parecen estar quedándose vacíos, tanto como para que se haya tenido que acudir al paso de considerar imprescindible la creación de una Estrategia Industrial Europea de Defensa (EIED), presentada el 5 de marzo del presente año 2024, como una novedad exigida por el actual escenario internacional: “La Unión Europea precisa más responsabilidad en su propia seguridad, sin dejar de estar plenamente comprometidos con la OTAN”, “Necesitamos alcanzar un equilibrio trasatlántico adecuado, independiente de la dinámica electoral de Estados Unidos”.

Una Estrategia Industrial Europea de Defensa, que el Cumbre anual del Consejo Europeo, celebrada los pasados 21-22 de marzo, ha incluido como una de las principales problemáticas actuales de la Unión Europea, junto a las más tradicionales de la inmigración, la ampliación y las guerras de Ucrania y Gaza

Su base de partida es alcanzar para 2030 el objetivo de que el 40% de los equipos militares de los países miembros sean adquiridos de manera colectiva y que, al menos, el 50% de ellos estén producidos en la Unión Europea, elevando ese porcentaje al 60% para el año 2035. Hay que revertir el hecho de que, desde febrero de 2022, momento de la invasión de Ucrania, el 80% de las compras europeas de armas para ayudar a Ucrania se realizaron fuera de la UE (el 68% a Estados Unidos).

La nueva idea estratégica comenzará con la aportación de 1.500 millones de euros, pero continuarla y mantenerla exigirá también un adecuado esfuerzo de los Estados miembros y “movilizar recursos del sector financiero al sector de la defensa” (al complejo militar-industrial europeo). Por ello, ya se ha decidido que el Banco Europeo de Desarrollo (BEI) tenga un “papel estelar” en esta financiación, al que la Comisión Europea ha aconsejado “valorar más las consideraciones políticas” que, en ciertas circunstancias, “deberían prevalecer sobre los beneficios”. En este sentido, un grupo de 14 países de la UE (Alemania, Francia e Italia entre ellas, pero no España) ha enviado una carta a la presidenta del BEI, Nadia Calviño, urgiéndole a implicarse más en la financiación de la industria de defensa (del complejo militar-industrial europeo) y pidiéndole que extienda la lista de actividades susceptibles de considerarse de “doble uso”, ya que la normativa actual no permite financiar proyectos exclusivamente militares. Una carta que complementa la solicitud de la Comisión Europea, de febrero de 2004, de que elaborase, en el plazo de dos meses, un informe redefiniendo (ampliándolo) el concepto de tecnología de “doble uso”.

Se especula, asimismo, por otra parte, con utilizar los beneficios generados por los activos rusos congelados en Europa, que alcanzarían los 50.000 millones de euros.

Un apoyo financiero (Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, Banco Europeo de Inversiones, activos rusos, eurobonos, etc.) del que también se podría beneficiar la reciente propuesta de los Países Bajos, Alemania y Polonia de crear un Corredor Militar Armonizado entre ellos tres, por el que puedan transitar tropas y pertrechos sin retrasos burocráticos o infraestructurales en caso de necesidad (de hecho, el Corredor llega hasta la misma frontera ucraniana). Una propuesta que, de generalizarse (Grecia, Rumanía, Albania y Macedonia ya mantienen conversaciones sobre la posibilidad de nuevos corredores en su área), se convertiría en una especie de Schengen militar, nombre con el que ya empieza a ser conocido en los medios de comunicación. Después de todo, uno de los objetivos de la Brújula Estratégica de la Unión Europea de 2022 es “aumentar la movilidad militar”. 

El Gobierno de España también parece entusiasmado con la idea. De hecho, el pasado 18 de marzo, el presidente del Gobierno y su ministra de Defensa se reunieron con los directivos de las principales compañías (más de una veintena) del complejo militar-industrial patrio, para agradecerles su “compromiso estratégico” y pedirles su colaboración a la “autonomía estratégica española y europea”: “España quiere hacer del sector un actor clave de la Estrategía Industrial Europea de Defensa

La herramienta está conceptuada. ¿Saldrá adelante? ¿Podrá cumplir su objetivo: la autonomía estratégica? ¿Cómo reaccionará Estados Unidos? ¿Nos enfrentará más a Rusia o favorecerá la colaboración con ella en aras de una “paz equilibrada” y en nombre de la histórica Europa que llegaba hasta los Urales? 


[1] PESC, Política Exterior y de Seguridad Común, de la que forma parte la PCSD, Política Común de Seguridad y Defensa, ambas establecidas en el Tratado de la Unión o de Lisboa de 2009.

Estrategia Industrial Europea de Defensa (EIED)