sábado. 27.04.2024
Claudia Sheinbaum, candidata presidencial en las elecciones de 2024 por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena)
Claudia Sheinbaum, candidata presidencial en las elecciones de 2024 por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena)

Ricardo Orozco | @r_zco

Con el arranque formal del proceso electoral federal 2023-2024, el pasado 7 de septiembre, el pueblo de México se enfrentará a una de las jornadas comiciales más grandes en la historia reciente del país. Y es que, a mediados del año próximo, cuando se celebren las votaciones, entre los más de 20.000 cargos de elección popular que se estarán renovando se hallan, por supuesto, la presidencia de la República, pero también ambas Cámaras del Congreso de la Unión (128 senadurías y 500 diputaciones), prácticamente la totalidad de los congresos locales (31 de 32, pues Coahuila acaba de renovarlo este año) así como nueve gubernaturas (Ciudad de México, Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán), de las cuales cinco cuentan, actualmente, con titulares del poder ejecutivo local emanados y emanadas de las filas de MORENA, el partido del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.

Para la ciudadanía convocada a participar de estos comicios y, sobre todo, para el proyecto de transformación emanado del obradorismo, por lo tanto, lo que está en juego no es menor. De los resultados que se obtengan en los diferentes niveles de gobiernos y en los distintos poderes federales y locales dependerá que el progresismo de izquierda en el país no sólo tenga continuidad transexenal sino, asimismo, que se tenga la posibilidad tanto de profundizar en aquello que la administración de Andrés Manuel cimentó sólidamente, y de avanzar en todas aquellas agendas que quedaron pendientes. Y es que si bien es cierto que las posibilidades de éxito en la contienda presidencial (a cargo de Claudia Sheinbaum) son altas (las suficientes como para pensar que dicho cargo no está en riesgo), en relación con la composición de los congresos locales y federal, así como en lo relativo a las gubernaturas locales ni ese nivel de confianza ni las capacidades políticas para garantizar un éxito idéntico al de la presidencia son similares.

Para la ciudadanía y, sobre todo, para el proyecto de transformación emanado del “obradorismo” lo que está en juego no es menor

En particular, sobre todo, tener plena conciencia de que las capacidades y la fortaleza territorial del obradorismo y de MORENA en las entidades no son las mismas con las que se cuenta para la disputa electoral por la presidencia de México es importante porque, de no prestarle atención, se estaría corriendo el riesgo de que se replique, en una escala y proporciones mayores, lo que sucedió en los comicios federales intermedios de 2021 en entidades como la Ciudad de México y en los resultados obtenidos por el partido en la renovación de la Cámara de Diputados y de Diputadas. Situaciones, ambas, en las que el obradorismo y el proyecto ampliado de la Cuarta Transformación perdieron posiciones de poder que resultaban importantísimas para seguir haciendo avanzar la agenda social del gobierno federal hacia la segunda mitad del sexenio. En el primer caso porque, aunque desde hacía por lo menos tres décadas la Ciudad de México había sido un bastión político e ideológico indiscutible de la izquierda más progresista del país en entornos urbanos, en 2021 casi la mitad de sus alcaldías viraron electoralmente hacia el extremo más conservador de la derecha partidista local y nacional. Y, en el segundo, porque a partir del 2021 los grupos parlamentarios de base del obradorismo(MORENA, Partido del Trabajo y Partido Verde) tuvieron muchas mayores dificultades para conseguir mayorías legislativas en la Cámara Baja al haber perdido curules, aquí también, ante la opción más conservadora del espectro político-ideológico: el Partido Acción Nacional.

De cara, pues, a los comicios del próximo año, garantizar mayorías parlamentarias que aseguren continuidad legislativa al progresismo de izquierda hoy en funciones de control gubernamental y de dirección estatal en México es, para esta corriente, sin duda una prioridad indiscutible. Pero también lo es, con idéntica urgencia y prioridad estratégica, el recuperar lo perdido en la Ciudad de México, en primera instancia; y en el resto de las entidades en las que se puede correr el riesgo de ceder espacio al avance de la alianza conformada por las derechas unidas en el Frente Amplio Opositor. En el caso de la Ciudad, capital del país, en particular, no sólo por el valor simbólico que reviste para la izquierda progresista el ser perdida ante la derecha o el ser ganada para su propio proyecto transformador sino, sobre todo, por el peso electoral que dicha entidad tiene, siendo la segunda en número de votos, de las treinta y dos que conforman la República mexicana (con alrededor de siete millones y medio de votantes) sólo por detrás del Estado de México (que cuenta con once millones y medio).

En este escenario, dicho lo anterior, la estrategia que sigan los partidos de base del obradorismo y de la Cuarta Transformación, para recuperar la Ciudad de México en 2024, será fundamental para el fortalecimiento de la izquierda y de su programa progresista a nivel nacional en el transcurso del próximo sexenio. Y ahora que el proceso interno para seleccionar al perfil que habrá de disputar el cargo de la Jefatura de Gobierno de la entidad (formalmente designado por MORENA como Coordinación de la Defensa de la Transformación en la Ciudad de México) es todavía más importante el no errar en el camino, por ejemplo, optando por postular a la persona que resulte pragmáticamente más viable para captar votos y sí, en cambio, priorizar a cuadros profesionales que no sólo garanticen el éxito del movimiento en las urnas sino que, además (y de manera prioritaria) garantice continuidad política, ideológica y programática de la izquierda en la entidad.

La estrategia que sigan los partidos para recuperar la Ciudad de México en 2024, será fundamental para el fortalecimiento de la izquierda y de su programa progresista a nivel nacional 

En esa tónica, por lo tanto, es claro que sólo dos perfiles (de los tres principales que hasta ahora formalmente han manifestado su intención de contender en el proceso interno de MORENA) tienen posibilidades de garantizar ambas cosas: un buen resultado en las urnas en 2024 y profundizar la agenda progresista en la entidad. La alcaldesa de una de las delegaciones de la Ciudad de México (y una, además, de las más violentas, empobrecidas y marginadas), Clara Brugada, por un lado; y el exsubsecretario de Prevención y Promoción de la salud del gobierno federal, Hugo López-Gatell. Dos perfiles a los que, más allá de las diferencias que les distancian, les une el hecho de ser dos grandes profesionales y muy bien preparados cuadros de la izquierda progresista en la Capital. Ambas personalidades, además, sin lugar a dudas preferibles, desde todo punto de vista, ante la posibilidad de que el exsecretario de Seguridad Pública de la Ciudad, un policía con una cuestionable biografía profesional que hunde sus raíces en el corrupto y sanguinario sexenio del expresidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, dada su popularidad en la entidad, se convierta en nuevo Jefe de Gobierno aún sin comulgar con los principios y los ideales de la izquierda.

¿Pero por qué optar por dos perfiles de izquierda al interior del mismo movimiento en lugar de unificar esfuerzos en una única persona? Lo que hasta ahora se puede apreciar de esta en apariencia contradictoria y poco estratégica situación, es que, aunque la candidatura de Clara Brugada sin duda ha despertado entusiasmo entre las bases sociales del obradorismomás recalcitrantes (algunos y algunas dirían que más radicales), sus aspiraciones se enfrentan a dos problemas que, a estas alturas de la contienda política por la Ciudad, se antojan difíciles de zanjar. Por un lado, está el hecho de que, a pesar de llevar ya un par de meses en abierta campaña, aprovechando la exposición mediática que ofrece su cargo (y aunque ello implica violar la legislación electoral, por actos anticipados de campaña y precampaña), su popularidad en diversos ejercicios demoscópicos parece haber alcanzado sus máximos o, por lo menos, haberse estancado.

Por el otro, está el hecho de que, precisamente por ser identificada como la representante del ala más popular y/o radicaldel obradorismo y al interior de MORENA, ahora mismo, dada la polarización política que existe entre el electorado capitalino y dado el profundo desencanto que lo anima en relación con el proyecto de nación de MORENA y de López Obrador, su perfil no da señales de ser el más idóneo para recuperar a esos sectores y esas clases sociales desencantadas que en 2021 optaron por entregarle parte de la Capital a los partidos de más extrema derecha dentro del espectro partidista local y nacional.

La candidatura de Clara Brugada sin duda ha despertado entusiasmo entre las bases sociales del “obradorismo” más recalcitrantes

Esa tarea, la construcción de una suerte de Frente Amplio o de gran coalición que, al mismo tiempo que mantenga la lealtad y la militancia de las bases sociales de apoyo más radicales del obradorismo se halle en la posibilidad y tenga capacidades reales de atraer, de nueva cuenta, a esa parte del electorado que en 2018 confió en MORENA, pero en 2021 ya no, por ahora, sólo López Gatell la garantiza con una perspectiva real de éxito en las urnas y con la seguridad de que, de salir triunfante en los comicios de 2024, se dará continuidad programática a la agenda que Claudia Sheinbaumcomenzó en 2018. Gatell, en particular, en esta línea de ideas, dado su perfil profesional, cuenta con la ventaja de ser un cuadro mucho más afín a ciertos sectores intelectuales cuyo apoyo a la 4T se fue desvaneciendo con el paso del sexenio, pero que resulta fundamental para hacer avanzar la transformación de las conciencias en la Ciudad (pero sin que ello signifique de ningún modo, hay que subrayarlo, algún tipo de distanciamiento o desdibujamiento respecto de los sectores y clases populares más marginados, explotados y/o empobrecidos).

A eso último contribuye, además, el hecho de que el exsubsecretario de la Secretaría de Salud cuenta con una probada experiencia en el ámbito técnico y científico, fundamental para ejercer con una vocación social el oficio político que demanda gobernar una gran urbe como la Capital del país. Y que, en su caso, se complementa con el hecho de haber sido uno de los principales encargados de gestionar ese prolongado período de excepcionalidad política y económica que fue la crisis sanitaria causada por el SARS-CoV-2. Acontecimiento, dicho sea de paso, que al electorado le permite contar con un antecedente inmediato (y no cualquiera, dadas las dimensiones de la crisis) sobre las habilidades y la pericia con las que cuenta López Gatell no sólo para hacerle frente a desafíos técnicos y científicos importantes sino, además, para navegar en las turbulentas aguas de la política nacional y local, enfrentando a intereses corporativos cuyas agendas a menudo se ven afectadas por las decisiones técnicas que personas como él toman a diario para diseñar la política pública del Estado mexicano.

Se considera a López-Gatell como una persona experimentada en el terreno de las ciencias biológicas y de la salud, pero sin nada que aportar en el amplio universo de la política oficiosa

El dato es importante a estas alturas de la contienda electoral por la Ciudad sobre todo porque en el imaginario colectivo capitalino y nacional se considera a López-Gatell como una persona experimentada en el terreno de las ciencias biológicas y de la salud, pero sin nada que aportar en el amplio universo de la política oficiosa. Sin embargo, su rol en la gestión de la crisis sanitaria pasada, contra ese sentido común, de lo que estaría dando cuenta es de una experiencia político concreta en la que, para conducirla adecuadamente, cuadros como el que representa López-Gatell tuvieron que operar en relación con otras secretarías del poder ejecutivo federal para implementar políticas públicas transversales e integrales, con otros poderes de la Unión (particularmente con el legislativo, en la negociación de leyes capaces de responder al nuevo contexto nacional) y con los dos otros dos niveles de gobierno que componen la federación (los gobiernos de las entidades federativas y de los municipios). 

Si se piensa, por ello, en la dimensión de los poderes corporativos a los que se tuvieron que enfrentar personas como Hugo López-Gatell cuando aquellos presentaron resistencia a las medidas que se debían de implementar para gobernar a México durante la crisis por Covid-19, por un lado; y, por el otro, si se repara, asimismo, en la pluralidad y la diversidad de fuerzas políticas a las que se tuvo que atender y con las que se tuvo que consensuar las estrategias de gobierno que habrían de ser implementadas en ese periodo, lo que queda claro es que, ahí, en ese rubro, Gatell no sólo pudo probar su temple político (siempre orientado por la defensa de las instituciones públicas y el rol central del Estado como garante de una vida con bienestar) sino que, además, ahí también tiene una ventaja respecto de sus dos contrincantes más cercanos.


Ricardo Orozco | Internacionalista y posgrado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro del Grupo de Trabajo sobre Geopolítica, integración regional y sistema mundial, de CLACSO.

El desafío de recuperar la capital para la izquierda en 2024