domingo. 28.04.2024
Marcelo Ebrard
Marcelo Ebrard

Ricardo Orozco | @r_zco

En una conferencia de prensa, el miércoles 16 de agosto, Marcelo Ebrard Casaubón se atrevió a hacer lo que desde hace varios años ya venía haciendo (forzar una ruptura interna dentro de MORENA, de cara a los comicios del 2024), pero esta vez sin recurrir a eufemismos, a frases oscuras y a acusaciones ambiguas o gestos simbólicos susceptibles de ser interpretados como todo y nada al mismo tiempo. Y aunque el motivo de tal acto aún no queda del todo claro (pues no se sabe con certeza si fue por creer que va ganando y que está en riesgo de que le arrebaten su legítima victoria o si, por lo contrario, fue porque en realidad sabe que va perdiendo y teme no llegar a mostrarse lo competitivo que él mismo cree que es) dos cosas sí son claras. En primer lugar, sus ataques no exculparon a nadie dentro de la 4T, y ello podría traducirse, en caso de convertirse en presidente de México el próximo año, en un factor de ingobernabilidad difícil de contener en funciones; y, en segunda instancia, de ese acto (que se sintió más bien como un grito de desesperación) no hay vuelta atrás para Marcelo y la relación que éste tendrá con el Movimiento de Regeneración Nacional (sea electo o no titular del poder ejecutivo federal).

Y es que, en efecto, las acusaciones que hizo acerca de personalidades y de instituciones muy concretas, en el sentido de que éstas estarían operando de manera ilegitima, desleal y hasta ilegal para beneficiar a la candidatura presidencial de Claudia Sheinbaum por encima de la suya, en el fondo no fueron acusaciones dirigidas única y exclusivamente en contra de esos objetivos específicos (gobernadores y gobernadoras de algunas entidades de la República, acusados de acarreo; así como secretarios y secretarias de Estado, señalados de proselitismo electoral vía programas sociales federales) sino que, más importante que ello aún, fueron acusaciones serias sobre la naturaleza misma del proyecto político en el cual él mismo participa desde diciembre de 2018.

De tal calado fueron los dichos y los hechos de Ebrard en contra del proceso de selección interna de MORENA de la persona que se convertirá en candidata a la presidencia de México en 2024 que, en los hechos, además de sentirse mucho más graves y serias que cualquiera de las críticas que hasta el momento le han hecho a las internas de MORENA desde las filas del Frente Opositor, en cierto sentido coadyuvaron a instaurar entre una porción del electorado nacional la imagen y la idea de que, en la práctica y en lo ideológico, el proceso electoral en curso, dentro y fuera del partido fundado por López Obrador, no se diferencia en mucho (o en nada) de lo que durante décadas se denunció en el seno del régimen posrevolucionario dominado por el priísmo: grandes operaciones de Estado para encubrir, destapar y cargar política y electoralmente en favor de una sucesión presidencial planificada, siempre con la venia del presidente en turno y con la connivencia de las gubernaturas locales y las presidencias municipales.

Al interior de MORENA y entre amplios sectores de las bases populares de apoyo de la 4T, por eso, lo hecho y lo dicho por Ebrard en aquella conferencia (y que ha insistido en reiterar en sus redes sociales desde entonces) se llega a percibir como la confirmación explícita que hacía falta para comprobar tanto la poca lealtad que el excanciller le tiene al movimiento hasta ahora todavía liderado por Andrés Manuel cuanto la naturaleza pragmática y hasta arribista que, desde sus años en el PRI, lo habría caracterizado. De ahí, también, que ahora, luego de lo señalado por Ebrard, una de las dudas que más circule en el debate púbico nacional, entre las bases sociales de apoyo de la 4T y entre los cuadros políticos dirigentes de ésta, a lo largo y ancho del territorio, redunde en saber con precisión qué tanto el factor Ebrard puede convertirse, en el corto y el mediano plazos, en motivo de una verdadera y profunda implosión de MORENA capaz de fragmentar a sus corrientes internas lo suficiente como para que, inclusive ante un escenario de victoria en las presidenciales del próximo año, el siguiente sexenio no pueda transcurrir como uno de consolidación (y mucho menos de profundización) de lo hasta ahora realizado por López Obrador.

Intentando, por ello, arrojar algunas luces sobre la profundidad del daño que podría causar una eventual ruptura de Ebrard con MORENA, en particular; y con la 4T y el obradorismo, en general; en lo que sigue, habría que tomar en consideración que cualquier respuesta que se pretenda dar a esa interrogante transita por tener mediana claridad sobre las alternativas con las que cuenta el Exjefe de Gobierno del Distrito Federal (hoy Ciudad de México) tanto en lo concerniente a la posibilidad de ver realizadas sus aspiraciones electorales inmediatas (conquistar la presidencia de México el año próximo) como en lo relativo a su supervivencia política en el mediano y el largo plazos, en caso de que el 2024 no sea el año en el que se convierta en presidente de México, pero mantenga dicha aspiración para el 2030.

Y en este horizonte, pues, habría que considerar cuatro factores que operan en contra de la posibilidad de que Ebrard, con la mano en la cintura y sin mayores complicaciones, busque conquistar políticamente en otros partidos lo que cree que no podrá dentro de MORENA. A saber: i) la reacción de López Obrador no ante una ruptura suya sino, ante su traición; ii) el impacto que tendrían su ruptura y/o su traición entre las preferencias electorales de las bases sociales de apoyo de la 4T; iii) la renuencia de otros partidos políticos a aceptarlo entre sus filas, como su posible candidato presidencial (en lo singular o de unidad); y, iv) en el remoto escenario de un Ebrard electo presidente, pero no por MORENA, lo que implicaría para su sexenio tener de oposición al movimiento nacional-popular más fuerte con el que cuenta hoy México: precisamente el de la 4T, el de MORENA y el obradorismo.

Y es que, en efecto, por lo menos entre el grueso de los análisis que ya circulan acerca de una plausible ruptura de Ebrard con MORENA, con la 4T y con el obradorismo, el elemento que parece no comprenderse muy bien cuando se opta por hacer un juicio apresurado y simplista de las opciones con las que cuenta Marcelo para perseguir sus aspiraciones por fuera de este marco de referencia es que el excanciller, en el contexto actual, no tiene muchos incentivos primero, para romper, y, en seguida, para convertir esa ruptura en una traición; esto es: que no sólo se separe de MORENA, de la 4T y del obradorismo sino que, adicional a ello, mute en un opositor suyo, inscribiendo su propio proyecto de nación en aquel que ahora mismo defienden los partidos Acción Nacional, Revolucionario Institucional, de la Revolución Democrática y Movimiento Ciudadano.

Después de todo, una ruptura no necesariamente significa o se traduce, mecánicamente, en una traición con propósitos antagónicos o antitéticos. Marcelo Ebrard, por eso, en esta lógica en la que él parece sí tener muy en claro lo que significa, por un lado, una ruptura; y, por el otro, una traición; podría muy bien contemplar que el costo político de romper con la 4T, con MORENA y con el obradorismo podría no ser tan alto siempre y cuando, luego de hacerlo, el electorado mexicano cobre plena conciencia de que él y su proyecto de nación siguen siendo cercanos a los de la construcción de un Estado de bienestar, social y de derechos; es decir, siempre y cuando el pueblo de México siga convencido de que él y su proyecto de nación son completa o medianamente de izquierda o, por lo menos, algo parecido a lo que hasta ahora ha personificado Andrés Manuel, aunque sin el aparato partidista de MORENA detrás de él.

En ese caso, por ejemplo, aunque Ebrard lograría asegurarse su propia supervivencia política en el mediano y el largo plazos (quizás hasta fundando su propio partido o movimiento político con la mira puesta en 2030), en lo inmediato, es casi seguro que ello no le permitiría disputar con seriedad la presidencia de México en 2024, pues es demasiado tarde para llevar a cabo la fundación y la puesta en operación de un nuevo partido o movimiento político amplio y, talvez, también demasiado tarde para apostarle a una candidatura independiente en algún grado alimentada con las bases sociales de apoyo que su campaña le logre arrebatar a MORENA, previo a que comiencen los tiempos legales de las precampañas. El mayor logro que podría conquistar, sin embargo, optando por la simple ruptura (y no por la traición) sería, en lo inmediato, no sólo no ganarse a Andrés Manuel como un enemigo al que tenga que estar enfrentando todo el tiempo, sino que, inclusive, en el mejor de los casos, dada la profunda veta liberal que anida en la ideológica y en la práctica política de López Obrador, en un escenario en el que Ebrard se postule a sí mismo como una izquierda alternativa a la de MORENA y el obradorismo, pero izquierda a final de cuentas, hasta el propio AMLO podría abrazar el pluralismo que representaría Marcelo en ese escenario.

Una ruptura de Ebrard, no obstante, seguida de una traición (es decir: de su conversión en opositor de la 4T dentro de las filas del PAN, del PRI, del PRD o de MC) cambiaría por completo el resultado de la ecuación y nada podría asegurar que López Obrador se mantenga al margen de un acto así. Y es que Marcelo, en ese escenario, ya no sería un contendiente más por la presidencia dentro de las coordenadas de la izquierda democrática y progresista con cuyos valores comulga Andrés Manuel sino que, antes bien, se convertiría, por el sólo hecho de la traición, en una suerte de avatar de lo que hoy representa Xóchitl Gálvez para el presidente de México: una figura que, más allá de su supuesto izquierdismo (representando los intereses de las derechas unidas en el Frente Opositor) no deja de ser personera de ambiciones vulgares, carente de ideales y de principios. Convertido Marcelo en un arribista al que sólo le interesaría ser presidente por ambición personal, nada podría evitar que López Obrador opere políticamente para que el pueblo de México alcance a reconocer ese nervio personalista del excanciller, que no sería representativo de ninguna corriente de izquierda democrática y progresista.

Ahora bien, suponiendo que la vía independiente no sea una alternativa que Ebrard considere con seriedad (por lo menos no para los comicios de 2024) y, en ese sentido, existiendo la posibilidad de que el primer factor en su contra al que tendría que enfrentarse es el liderazgo de López Obrador, una de las alternativas por las que podría optar sería la de asociarse con alguno (o con todos) los partidos políticos que hoy militan en la oposición abierta y directa al obradorismo. Los problemas para que ello sea una opción plausible y, sobre todo, con buenas y sólidas perspectivas de éxito, sin embargo, son muchos. En primera instancia, porque la carrera que se ha construido el excanciller a lo largo de las últimas dos décadas del siglo XXI le han conseguido bases sociales de apoyo entre amplios sectores de izquierda que, difícilmente, mutarían sus preferencias electorales sólo por seguir a Marcelo a donde quiera que vaya. Ese tipo de conversión en el voto del electorado no es ni tan sencillo ni tan automático como a menudo se supone es (como si todas las personas que siguen a Ebrard votarían por él, con independencia del partido en el que milite, sólo por seguir al político).

Ebrard, en este sentido, parece estar muy al tanto de esta pérdida de electores y de electoras que implicaría el virar ciento ochenta grados. De hecho, tan consciente parece ser de ello que, en la práctica, su campaña en el proceso interno de MORENA, más que fortalecer las adherencias entre la militancia más comprometida de la 4T, tendió a enfocarse entre los sectores más moderados e inclusive entre los desencantados con MORENA, con la 4T y el obradorismo (probablemente previendo que un escenario de ruptura podría llegar a darse y, así, blindar un poco su campaña con bases sociales y populares de apoyo propias, independientes de su militancia en MORENA). Es una apuesta arriesgada, pero podría funcionarle con mucho trabajo de base y muchísima organización. Porque, además, al tiempo que debería de mantener la lealtad de esos sectores, tendría que correrse mucho más al centro (y quizás hasta la centroderecha) par capar adherencias entre el electorado ahora mismo posicionado dentro de los espectros ideológicos y políticos del Frente Opositor. Las matemáticas electorales de esta ecuación se vuelven, por ello, mucho más complejas y ninguna proyección hecha en este momento podría coincidir con lo que en realidad acontezca de darse el caso. Sobre todo porque, entre ambos sectores (los mantenidos de su paso por la 4T y los cortejados a partir de una supuesta ruptura), las sospechas sobre un Ebrard jugando a ambos bandos no serían pocas ni banales.

A ello, además, se sumaría la postura que adoptarían cualquiera de los partidos de la oposición. Los tres partidos coaligados en el Frente, a propósito de ello, desde hace tiempo afirmaron que no aceptarían a un Ebrard rupturista de la 4T. Y la enorme cantidad de tiempo y de esfuerzo que han invertido en legitimar su propio proceso interno (y en colocar a Xóchitl Gálvez como el resultado democrático y plural de ello) no hacen suponer que, de buenas a primeras, en lo sucesivo, las fuerzas políticas del frente abandonarían ese trabajo realizado sólo para adoptar como su candidato a un Marcelo Ebrard que ya es, por sí mismo, un político sumamente popular y con amplias preferencias electorales (más allá de su militancia en MORENA). En este caso, tanto Ebrard como el Frente quedarían por completo en una situación de absoluta ilegitimidad de sus aspiraciones en la medida en la que se mostrarían capaces de contradecir su propia historia reciente con tal de cumplir sus pragmáticas aspiraciones.

Por eso, en parte, la alternativa que más se barajea en análisis y espacios editoriales en medios es la que apunta a que Ebrard podría adherirse a Movimiento Ciudadano (partido por el cual ya pasó hace unos años), pues además de ser un partido que en gran medida también se ha mostrado crítico con las fuerzas políticas del Frente Opositor, a lo largo de los últimos años ha intentado capturar para sí el espacio del centro (como una suerte de tercera vía liberal entre el conservadurismo de derechas del Frente y el progresismo de izquierdas de MORENA). Y es que ese marco de referencia a Ebrard le calza muy bien y, hasta cierto punto, el propio Marcelo parece ser un perfil político de corte emecista, muy parecido al de algunas de las figuras más frescas del partido (como Jorge Álvarez Máynes, Luis Donaldo Colosio hijo o Samuel García).

Los problemas acá, sin embargo, serían dos: por el lado del partido, éste tendría que renunciar al trabajo de diferenciación política e ideológica que han llevado a cabo con esmero los últimos cinco años (y que les ha redituado en convertir a MC en tercera preferencia electoral, en distintas entidades del país, entre amplísimos sectores del electorado). De parte de Marcelo, además, estaría el tener que lidiar con el liderazgo casiquil de Dante Delgado e, inclusive, la posibilidad de que, para darle vida dentro del partido, el excanciller tenga que aceptar parte del programa de gobierno de MC como propio. Ahora mismo, ni una cosa ni la otra parecen ser alternativas viables para cualquiera de las dos variables de esta ecuación.

En última instancia, en el remoto caso de que el sentido pragmático de todas las partes involucradas en este affaire fuese mucho más potente que aquello que indican cálculos políticos serios, para Ebrard, el mayor problema que tendría que enfrentar a partir de su adhesión a las filas de la oposición sería (gane o pierda los comicios por la presidencia de la República) el tener que lidiar con el cierre de filas que se de en MORENA, la 4T y el obradorismo después de Andrés Manuel luego de unas elecciones en las que, con todo y ruptura, el movimiento liderado por López Obrador seguirá siendo la principal fuerza política, ideológica y cultural del país.  De ahí que, inclusive si Ebrard calcula que podría hacerse con la presidencia de México con el apoyo de la oposición, el escenario más difícil al que se tendría que enfrentar apenas iniciado el sexenio sería el de tener como oposición a este movimiento popular-nacional. Y si bien ello podría no augurar ningún tipo de inmovilismo o congelamiento de su gobierno sí, por lo menos, tendría serias dificultades para hacer el gobierno exitoso que dice que está preparado (desde hace 45 años) para hacer.

Ricardo Orozco. Internacionalista y posgrado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Marcelo Ebrard y la ruptura del Movimiento de Regeneración Nacional