domingo. 28.04.2024
Guzel Yájina 2
Guzel Yájina

La historia se desarrolla en la década de 1930 en la llamada República Socialista Soviética Autónoma Tártara. Zuleijá es una joven campesina kulak de origen tártaro y religión musulmana que vive en la aldea de Yulbash con su esposo Murtazá y con su suegra, apodada la Vampira por Zuleijá.

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Vive exclusivamente para servirles, de cuyo sometimiento no es consciente porque jamás ha conocido otra forma de relación que la autoridad despótica y violenta del esposo y la insolencia, maltrato y desprecio de la vieja señora, quien desprecia a Zuleijá con el apodo pollo mojado, entre otras razones, por su incapacidad de darle nietos varones y haber parido a cuatro niñas que murieron a los pocos días de nacer.

La muchacha hace de todo en la aldea: calienta agua al fuego para lavar la ropa que luego dobla y ordena, cuida del fuego que siempre ha de permanecer encendido, acude al mercado a por víveres, cocina, baña y viste a la suegra, hace lo propio con el marido, a quien a menudo acompaña al bosque en el trineo a cortar y recoger leña cuando no lo hace ella sola, etc. Zuleijá conoce bien los espíritus que habitan la aldea, como la bichura, el zirat iyase del cementerio, a quien ofrece nueces con miel para que vele las tumbas de sus hijas, el basu kapka iyase o los malignos shuralé o silvanos, espíritus del bosque, etc.

Tras el período de la llamada NEP o Nueva Política Económica, entre 1922 y 1929, el Gobierno bolchevique emprendió una dura campaña de deskulakización contra la población kulak, acusada de estar formada por campesinos pequeños propietarios de religión musulmana, sospechosos de antibolchevismo contrarrevolucionario. Batallones de soldados bolcheviques al mando de oficiales recorrían a partir de 1929 las ciudades y aldeas kulaks para requisar y colectivizar las pequeñas propiedades y granjas y expulsar a sus habitantes para someterles a un duro proceso de educación y concienciación revolucionaria bolchevique.

La aldea de Zuleijá no fue una excepción. Un batallón del Ejército Rojo al mando del oficial Ignatov confiscó su casa y arrestó a Zuleijá y a su marido, a quien el oficial descerrajó un tiro por oponerse. De la suegra no se ocuparon porque no constaba en sus archivos y la dieron por muerta. Zuleijá fue arrestada y luego embarcada en un tren de mercancías junto con más de ochocientos prisioneros entre kulaks y otros pueblos sospechosos de contrarrevolucionarios, iniciando una larga odisea de seis meses desde la ciudad de Kazán hasta un paraje inhóspito junto al río Angará en la tundra siberiana. El viaje en tren fue tortuoso en condiciones infrahumanas sin apenas comida a temperaturas gélidas y paradas de semanas en vías muertas, en cuyo trayecto murieron cientos de pasajeros. Al mando de la comitiva estaba el oficial bolchevique Ignatov, el asesino de Murtazá.

Nada más llegar a destino, Ignatov ordenó a los escasos prisioneros que quedaban con vida, entre ellos Zuleijá, construir un primer barracón donde albergarse y recoger leña para soportar el crudo invierno siberiano a punto de iniciarse. Él se encargaría de la caza por ser, obviamente, el único que portaba armas. Los primeros días se alimentaron de carne de los urogallos que Ivanov lograba cazar. A los pocos días, Zuleijá se percató de que estaba embarazada de su marido y al cabo de unos meses dio a luz a un varón. La asistencia del único médico de la comitiva, el doctor Leiben, logró que el parto tuviera éxito, a pesar de los escasísimos medios con que contaban.

La subsistencia en el campamento improvisado fue durísima por el intenso frío y la escasez de comida. Poco a poco los prisioneros fueron mejorando las condiciones gracias a su ímprobo trabajo y en pocos meses lograron construir varios barracones con literas y chimenea, una cocina y un pequeño hospital de campaña. El niño de Zuleijá, al que puso el nombre de Yuzuf, sobrevivió el primer año con muchas dificultades por la falta de alimento. El principal temor de la madre era que el niño corriera la misma suerte que sus cuatro hermanas. Pero, a medida que las condiciones del campamento fueron mejorando logró reponerse y crecer y desarrollarse con buena salud.

Pasaba el tiempo y el oficial Ignatov fue ablandando su autoridad con los prisioneros. Comenzó un idilio con Zuleijá que contribuyó a mejorar la vida de ambos. A pesar de que la relación no fue muy larga, Ignatov nunca dejó de apreciarla y cuando Yuzuf decidió, a los dieciséis años, abandonar el campamento, Ignatov no sólo no le puso problemas sino que, a pesar de estar prohibida la salida de prisioneros, le extendió un certificado de nacimiento en el que hizo constar que él era su padre, a fin de obtener en Moscú o en Leningrado el pasaporte.

Evolución de los personajes

Novela de extraordinaria elaboración literaria con una excelente exposición de los ambientes y de la propia trama donde subyace el terror provocado por el régimen estaliniano contra aquellos pueblos cuyas costumbres, lenguas y cultura traicionaban la ideología revolucionaria.

La evolución de los personajes es otro de los mayores logros de la novela:

Zuleijá es el personaje principal, mujer que sólo ha conocido la dominación del marido y de la suegra contra quienes jamás se ha rebelado, ni siquiera cuestionado. (“Zuleijá se queda quieta, como se lo ha ordenado su marido, pero se estremece con cada golpe… Como quiera que se mire, ha tenido suerte con el marido que le ha tocado” p. 43. “Antes de que le dé tiempo a abrir sus ojos soñolientos, su marido la abraza por detrás, la arroja de un tirón, bocabajo, sobre el banco, se le encarama encima, se sofoca, jadea, la aplasta una y otra vez contra los duros tablones que le arañan la piel. Murtazá quiere hacerle el amor pero su cuerpo no quiere… ‘Ni siquiera mi carne te desea ya’, le espeta sin molestarse en mirarla y abandona el baño” p. 44.)

Murtazá, marido de Zuleijá, treinta años mayor que ella, un fornido y rudo campesino semianalfabeto que la explota y maltrata sin que ella sea consciente porque piensa que es lo natural. Murió asesinado por el oficial Ignatov cuando volvía con su mujer del cementerio donde enterraron a sus cuatro hijas (“Murtazá avanza un paso más, empuña el cucharón con el mango y lo arranca de las manos de Zuleijá. Después la arroja de un empujón sobre el banco inferior. Zuleijá se golpea dolorosamente la rodilla y se tumba sobre el banco. -¡Estate quieta, mujer!- le ordena su marido y comienza a golpearla” p. 43)

La Vampira, mujer autoritaria y severa que no perdona a Zuleijá no haberle dado nietos varones, únicamente cuatro niñas que murieron nada más nacer y a quien la muchacha tiene que obedecer en todo y soportar los insultos continuos y desprecio de la anciana (“Ni dar un baño a derechas sabes… ¡Vamos, vamos, pollo mojado!... ¡Pon más furia, inútil! Muévete a ver si consigues espesar de una vez esa sangre licuada que tienes. No me imagino cómo consigues dar amor a tu marido en las noches con lo flojita que estás. Murtazá acabará marchándose con otra, ya verás… ¡Te agarraré de las greñas y ya verás lo que es bueno!... No te has muerto todavía, ¿no? ¿O es que estás muerta ya?” p. 38 ) A Zuleijá se le aparecerá en sueños o en imaginaciones a lo largo de su vida (“… la puerta se abre sola un instante antes de que ella la empuje. Una silueta alta y oscura, enmarcada por los rayos del sol que golpean el rostro de Zuleijá, se dibuja en el hueco de la puerta… Es la Vampira” p. 373)

Ignatov, oficial bolchevique, asesino de Murtazá, encargado de expropiar y colectivizar las tierras y propiedades de los kulaks y jefe al mando del tren con los más de ochocientos deportados a Siberia. Personaje de grandes contradicciones cuya evolución se aprecia a lo largo de la novela (“A Ignatov le incomoda mirar al siguiente trineo. La razón es evidente. Ha matado al marido de la mujer y la ha dejado sola. No es la primera vez que le quita la vida a alguien, por cierto. Y la culpa no fue suya, sino del hombre que se abalanzó sobre él blandiendo un hacha… Y, sin embargo, a Ignatov no le abandona un incómodo malestar, un pesar que le oprime el estómago. ¿Será pena? Es que esa mujer se ve tan poquita cosa, tan delgadita…” p. 100)

Gorelov, ex presidiario común a quien por su astucia y crueldad le fue encargado el mando de los deportados, siendo él mismo uno de ellos. Odiado por todos, incluido Ignatov, le daba cuentas de cada uno de ellos y en el campamento siberiano le fue encargada la dirección y supervisión de los trabajos más duros e ingratos a realizar por los presidiarios. En premio a su odiosa labor, las altas autoridades bolcheviques le premiaron con la distinción de teniente del Ejército Rojo y le fue encargado el puesto que había desempeñado Ignatov (“Gorelov, Vasili Kuzmich. Se ha hecho con un palo largo y lo agita en todas direcciones, como si fuera un bastón de mando. Dirige la construcción de las tres cabañas, moviéndose entre ellas, agitando la vara y pegando gritos que hieren los oídos de Ignatov. El muy listo se las ha apañado para erigirse en jefe de los deportados. Con alguien así todo está muy claro. Un tipo repugnante y mezquino al que Ignatov, de habérselo topado en la vida real, habría aplastado como a una pulga” p. 261)

Yuzuf, nacido en el campamento siberiano, único hijo de Zuleijá que sobrevivió aunque a punto estuvo de morir por las terribles condiciones de hambre y frío que sufrió en el campamento. Muchacho inteligente y ávido de aprender, logró ganarse la amistad de Ikonikov, joven deportado, excelente pintor a quien le fue encargada la confección de carteles murales revolucionarios (“Yuzuf está jugando en el suelo con unas figuritas de arcilla esculpidas por Ikónikov. Hay un muñeco barrigón como un uso exageradamente gordo y con los labios tan gruesos que parecen vueltos del revés… p. 373)

El dr. Leiben, Wolf Kárlovich Leiben, cirujano y ginecólogo, profesor de la Universidad de Kazan –aparecido por vez primera en la novela en el capítulo El café, pp. 119-143, único capítulo que rompe el hilo argumental-, muy apreciado por todos los deportados y respetado por Ignatov, construyó el hospital del campamento. Hasta llegar ahí, estaba envuelto en una locura a modo de defensa de la situación que vivía como deportado, descrita en el capítulo El parto como un huevo que se había incrustado sobre su cabeza y fue creciendo a lo largo de los años hasta cubrirle por entero (“…Wolf Kárlovich se había percatado de que, a lo largo del glorioso viaje, el huevo había estado creciendo con una velocidad inédita hasta entonces… El huevo ya casi llegaba al suelo, cubriendo a Leibe hasta los tobillos… Todas las noches, antes de conciliar el sueño, el profesor se estremecía imaginando la mañana en que, al despertar, descubriera que el huevo se había cerrado bajo los pies, envolviéndolo totalmente” p. 283)


Guzel Yájina es una escritora de origen y lengua tártara | Autora de cuentos, novelas y guiones, la única novela traducida a español -hasta la fecha- es Zuleijá abre los ojos


Los ojos abiertos de Zuleijá