lunes. 29.04.2024
Ken Loach
Ken Loach

Ken Loach en estado puro. Con el aliciente de que este hombre sin par tiene ya 87 años y superávit, por lo tanto, de sus mejores vertientes y valores.

Ken Loach no defrauda nunca -mucho menos ahora que derrocha el valor añadido de una larga vida dedicada a esto- a los que tuvieron y mantienen enseñas humanistas y progresistas irrenunciables.

Ken Loach resumiría en una sola seña de identidad una vida y una obra prolijas: Una conciencia de clase universal que, por encima de artilugios como fronteras o culturas pequeñas, le impone con gusto estar siempre del lado de los vencidos e ignorados pero que no renuncian ni a su dignidad ni a su esperanza y éstas, a veces, les llevan a victorias pequeñas que son inmensas para ellos.

Siempre del lado de los vencidos e ignorados pero que no renuncian ni a su dignidad ni a su esperanza

La que, según dicen, puede ser su última película -yo no lo creo-, “El viejo roble”, es plena y felizmente confirmante  del ideario y perspectiva de Loach. Está construida con materiales sociales y humanos de alto voltaje: El desencuentro y el encuentro, uno tras otro, en un pueblecito con una mina de carbón bajo el agua del mar que vive muriendo desde aquella huelga que ganó la Thatcher hace 30 años con artimañas tan canallescas como negar toda posibilidad de negociación hasta reventar y acabar confiscando por resolución de un juez corrupto la mítica Caja de Resistencia de los mineros británicos … el desencuentro y el encuentro de aquellos mineros, despojos ya de la vida y de la historia, con familias sirias que llegan a aquel pueblo fantasma como parte de los cupos de refugiados que acoge el gobierno y va diseminando por el territorio. 

No quiero destripar la película. Pero pueden imaginarse lo intenso y emotivo de esa sucesión de desencuentros. Mineros espectrales, por una parte, alzados frente a la “rapiña” de los refugiados sirios en defensa de lo que les queda que es la nada absoluta. De otra parte, familias sirias, mujeres, niños y algunos ancianos, a las que le han robado y destruido su país, sus escuelas, sus infancias, sus padres y esposos encarcelados o muertos, que viene a ser lo mismo, pero creen que aquel pueblucho fantasmal es como la tierra prometida para ellos, la posibilidad cierta de reconstruir y dar un presente y un futuro a sus vidas.

No dejen de ir a ver esta película. Así hace un poquito de gimnasia su sentido de la emoción y la esperanza en la condición humana

El viejo roble, una metáfora, es un paisano que ha cosechado todas las derrotas posibles a lo largo de una vida ya extensa. Y construye el encuentro con los mejores materiales para estos casos: Dignidad común ante retos y esperanzas comunes, hablar para conocerse, solidaridad instintiva , amor al prójimo por el hecho de serlo sin que haya barrera idiomática o de otro tipo capaz de impedirlo.

No dejen de ir a ver esta película. Así hace un poquito de gimnasia su sentido de la emoción y la esperanza en la condición humana. Y vayan para que la película dure en cartel, porque cuando fui a verla estaba recién estrenada, el pasado sábado, sesión de las 16 horas, y en la sala éramos 6 personas , 6 garbanzos blancos, metidos ya en años, dispersos en un puchero de unas 100 butacas. Garbanzos que, al salir, nos mirábamos en silencio y con cierta tristeza. Una señora no se cortó y dijo a media voz como para ella misma, en catalán, “jo hauría aplaudit, peró m’ha fet vergonya perque erem quatre gats …”

El viejo roble