lunes. 29.04.2024
trashumancia

Corrían los tiempos del siglo X y posteriores.

A medio camino entre los esclavos y los hombres libres, los siervos de la gleba eran un estamento social relacionado con el feudalismo que fue el fundamento de la economía medieval, estableciendo un contrato social y jurídico de servidumbre con un terrateniente. Estaban sometidos a los designios del señor, disfrutaban de algunos derechos que les permitía decir, aunque de forma muy limitada, que eran seres humanos como cualquier otro.

Pasaban a estar adscritos a las propiedades de un noble o un miembro de alto rango del clero, ofreciendo sus servicios y pagando tributos en forma de cosecha o de otros productos.

No tenían derecho a salir del lugar en donde trabajaba. Estaban unidos, al trozo de parcela que tenían que cultivar. Si bien no eran esclavos, tampoco eran personas libres, dado que no disponían del derecho a la libre circulación.

Tenían derecho al matrimonio y podían casarse con quien quisieran y formar una familia. Sin embargo, sólo podían casarse con iguales. Un noble y un siervo podían casarse, pero el noble perdería su condición y pasaría a ser en un siervo de la gleba.

Además, tenían cierto derecho a tomar parte de la cosecha. Incluso, a veces, labraban por cuenta propia, aunque debían entregarle parte de lo cultivado al señor o pagarles tributos y ofrecerle servicios. El señor, por su parte, les protegía, aunque a su vez los siervos de la gleba estaban obligados a acudir a filas en caso de que el señor estuviera inmerso en un conflicto militar y necesitara soldados.

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Era una época convulsa donde las guerras, las epidemias y hambrunas eran habituales, y muchas personas de toda clase y condición tenían que ir a un señor feudal y pedirle permiso para vivir ahí. El señor aceptaba, pero una vez establecido este contrato social, no había vuelta atrás. El nuevo siervo, sus hijos y los hijos de sus hijos serían siervos de la gleba para siempre.

En estas circunstancias muchos pastores se daban cuenta de que serían siervos de la gleba toda la vida. Los que querían conocer mundo, se iban a Medina del Campo y después a Bilbao, y de ahí cogían el primer barco que los llevara a Flandes.

Aprendían todo el proceso de transformación de la lana hasta la confección de paños, o se hacían mercaderes de lana y al pertenecer a un gremio de esta, se convertían en hombres libres, no siervos, sino burgueses, con derechos y podían progresar en su vida con su trabajo.

Muchos hombres se establecieron en Brujas y hacían la ruta de Flandes a Bilbao y después a Medina del Campo y a Burgos, donde compraban la lana para venderla en Amberes o en Brujas, y a la vuelta llevaba ropa y tejidos acabados para Valladolid.

Así con el paso del tiempo abrían sus propios telares para paños y tapices. La lana cruzaba los campos portugueses, castellanos, extremeños, riojanos y navarros y llegaba a las puertas del mar en Bilbao, donde era embarcado a Flandes y en ocasiones a Francia, o a Inglaterra.

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Después de la trashumancia y del pastoreo, se trasquilaba a las ovejas hasta que se obtenía el vellón. Después estos se lavaban, se preparaban para el transporte desde el lugar de esquileo hasta donde lo transformarán en textil, para realizar tejidos que se destinarían a multitud de usos. Era un negocio donde entraba en juego la arriería y carretería, la banca, las letras de cambio, la navegación y los puertos, las posadas, los almacenes y centros laneros, y las ferias.

En las calles principales de las ciudades manufactureras, se instalaban ferias regionales, de fabricantes de paños, de tapices, de ropa y de otros productos del procesado de la lana. Numerosos mercaderes procedentes de todo Flandes y de países vecinos, empezaban a instalar sus puestos, donde los artesanos iniciaban a los nuevos aprendices en su trabajo.

Tenían talleres en las calles donde invitaban a los transeúntes a entrar al interior de los mismos a ver las mercancías y los diversos oficios del textil. Al paso por la feria se oían las voces de hombres y mujeres tratando de vender sus productos, el bullicio de muchas personas caminando y observando los puestos donde se exponía ropa, tapices y vellones de lana.

La actividad comercial favorecía los encuentros entre los comerciantes y animaba la vida de las tabernas, abarrotadas desde primeras horas de la mañana, donde corría la cerveza y el vino de París y donde se cerraban tratos en multitud de idiomas.

Brujas era una ciudad libre, que significaba que se cerraban las puertas de entrada y salida por la noche, para evitar la entrada de personas no deseadas, y evitar el robo de mercancías. Había policía a la que obedecer y un ayuntamiento que recogía los impuestos que todos tenían que pagar. Brujas fue fundada por vikingos que crearon un asentamiento que creció con rapidez. El río Zwin unía éste con el mar del Norte, y pronto se convirtió en un importante puerto de comercio internacional. Está comunicado mediante una red de canales al río y ahora forman parte de la ciudad. El nombre de “Bryggia” viene de la palabra escandinava “Bryggia” que significa “lugar de amarre”, “puentes”, “muelles” y como había muchos, se la llamó “Bryggia”. Los atracaderos y muelles se utilizaban para el transporte de personas y mercancías.

El crecimiento que se produjo en Flandes, se veía en numerosos asentamientos y ciudades costeras, e incluso fluviales en Alemania, y también a lo largo del Mar Báltico.

Mientras se hablaba de negocios con los propietarios de telares, se observaba la minuciosidad con las que unas mujeres clasificaban, desenredaban y seleccionaban las fibras de los vellones, cortaban los nudos y descartaban los desechos.

Los comerciales visitaban y se desplazaban a diferentes talleres de preparación de la lana con diferentes procesos que realizaban en el taller. En unos observaban la clasificación de las lanas en diferentes lotes según su calidad, y el golpeo de los tundidores con una madera para que perdieran piedras, fibras e impurezas.

En otros se veía como las mujeres peinaban los copos de lana con peines que calentaban con fuego para desenredar y alargar las fibras en madejas de distintos largos y cómo los cardadores extendían estos sobre unos caballetes y los desenredaban con pequeños dientes de hierro. De nuevo mientras las barcas servían de transporte, se podían ver las instalaciones del proceso de lavado, en el que las lanas eran sumergidas en baños sucesivos de agua caliente y fría, para quitarles el olor a sudor del animal.

Así, visitando telares e industrias manufactureras desplazándose en barca, atravesando canales y atracando en las cercanías de los talleres hacían su trabajo los comerciales.

En el taller de las hilanderas, se podía ver cómo a partir de hilos de lana se conseguían largos hilos continuos. Utilizaba torcedoras de madera pulida. Con una mano tiraban de las fibras y las apretaban entre dos dedos y con la otra la enroscaban a la rueda.

En Inglaterra, al principio, los campesinos esquilaban sus propias ovejas, y la manufactura era doméstica, un complemento del ganado, pero ya se iniciaban los tejedores independientes y tenía por fin el consumo propio y el comerciar con él.

Muchos campesinos estaban tan familiarizados con la fabricación de telas como con la agricultura que era realizada por mujeres y niños. Pronto empezaron a trasladarse a la ciudad, y si antes las mujeres eran las encargadas de producir los paños, ahora con la urbanización, eran los hombres los que empezaban a ocuparse del tejido de estos.

Conocer el mercado de Báltico, podía abrir numerosas puertas para el comercio, pues era una zona que ofrecía muchas oportunidades. Muchas ciudades estaban creciendo y otras se originaban a partir de pequeños asentamientos de colonos, al amparo de la burguesía. En las tabernas del puerto se hablaban numerosos idiomas y multitud de fondas ofrecían descanso y comida a mercaderes y artesanos.

La lana, de Extremadura a Flandes