sábado. 27.04.2024
Fragmento “El jardín de las Delicias”, parte central del Triptico de El Bosco
Fragmento “El jardín de las Delicias”, parte central del Triptico de El Bosco

La estafa piramidal de Bernard Madoff, el banquero detenido a finales de 2008, se destapó en pleno estallido de la crisis financiera y de la Gran Recesión. Pero en realidad, poco tenía que ver con ellas. Se trataba de un clásico esquema Ponzi donde las aportaciones de los nuevos partícipes sirven para pagar a los primeros, hasta que el castillo de naipes termina por desmoronarse. Los focos informativos cayeron sobre este insignificante sujeto, olvidando a los auténticos artífices de la catástrofe económica y social que se estaba gestando. Mientras el gentío se entretenía con tal pastel de carne, los autores de las ilegalidades, abusos e imprudencias, los culpables de la incompetencia, la avaricia, la codicia y la soberbia que culminaron en el gran batacazo se preparaban para irse de rositas. 

La carencia generalizada de escrúpulos en el sector bancario, la estulticia y dejadez de las políticas públicas de control y el desmesurado apetito de dinero llevaron a Occidente a un colapso no conocido desde la Gran Depresión. Incontables ciudadanos perdieron sus trabajos y sus casas, otros tantos sus esperanzas y su futuro. Los Estados corrieron a sacar a la Banca de las arenas movedizas donde ella sola se había metido, al tiempo que esta se negaba a cualquier regulación que hiciera más difíciles crisis venideras. 

La carencia de escrúpulos en el sector bancario y dejadez de las políticas públicas de control, llevaron a Occidente a un colapso no conocido desde la Gran Depresión

En Estados Unidos, apenas unos pocos pueden citar el nombre de alguno de los causantes de este fiasco. En cambio, nadie ignora quién es Bernard Madoff, hasta aquellos que creen que la Tierra es plana y que el Sol gira a su alrededor. Este dato no es anecdótico. Es una muestra palpable del modo en que un Sistema que domina los resortes del Poder, el Saber, la Información y la Comunicación tira por el desagüe cuanto no le interesa que salga a la luz.

Cuando no se han disipado los mefíticos vapores de la última crisis y todo hace presagiar que sus efectos más perniciosos están ahí para quedarse, nos invaden ya las salmodias y melopeas de los guardianes del statu quo. Volvemos a oír cuentos que creíamos periclitados y pensábamos que nunca más colarían, como el de la difusión osmótica de la riqueza. Se repite la bonita historia de la percolación, en la cual el agua incolora, inodora e insípida –se supone– vertida sobre el café molido va adquiriendo sabor, olor y color a medida que atraviesa capas. Si los ricos pueden darse suculentos banquetes cotidianos, algo de las migajas les caerá a los menesterosos. Pero a la hora de la verdad, esto no es así. También los restos los quieren para sí, y como el acaudalado Epulón al pobre Lázaro, están dispuestos a lanzarles los perros si lo estiman oportuno. Todo lo más condescienden, en su infinita generosidad y filantropía, en ceder sus desperdicios, y su corte de aduladores pretende que se lo agradezcamos. Lo de pagar impuestos justos, ya si eso, otro día.

El turbocapitalismo neoliberal es una máquina de guerra cuya función última es la concentración de dinero y poder en la cima de la pirámide social

Retornan los cantos de sirena de la austeridad mientras se disparan los costes de hipotecas, alquileres y consumos básicos. Desde púlpitos políticos, económicos, académicos o mediáticos, predicadores que jamás han necesitado hacerlo exaltan las virtudes de apretarse el cinturón –llegado el caso, hasta la asfixia–. Ya ni siquiera se venden los sacrificios del presente como pasos duros, pero imprescindibles, en el camino hacia un futuro radiante. Se da por descontado que los jóvenes actuales vivirán peor que sus padres, o incluso que sus abuelos, en sociedades con las costuras reventadas y sobre un planeta cada vez más degradado.

El turbocapitalismo neoliberal es una máquina de guerra cuya función última es la concentración de dinero y poder en la cima de la pirámide social. La dominación total de los privilegiados y sus sicarios hace tambalear la justicia y la moral pública, a la par que fragiliza la democracia. La distopía está a la vuelta de la esquina. El crecimiento global de la riqueza coincide con un aumento dramático del número de pobres y desesperados. Para muchos, la cuestión palpitante ya no es el tamaño de su porción de tarta, sino el derecho a la supervivencia.

La dominación total de los privilegiados y sus sicarios hace tambalear la justicia y la moral pública, a la par que fragiliza la democracia

Fragmento “El infierno musical” del Tríptico de las Delicias, de El Bosco
Fragmento “El infierno musical” del
Tríptico de las Delicias, de El Bosco

El Entramado no solo mastica dinero, acciones, obligaciones, intereses, lujos y prebendas. Nos devora, deglute y excreta como el diabólico monstruo concabeza de pájaro del postigo izquierdo de El jardín de las delicias bosquiano. Sentado en alto trono, este prohombre –o mejor prodemonio– del «Infierno musical» traga a personas enteras que restituye a través de la parte menos noble de su anatomía envueltas en exóticas bolsas azules, para que acaben desapareciendo por un agujero del que nadie sabe a dónde conduce. Magnífica metáfora visual de lo que somos en manos de un Sistema omnipotente y omnipresente, y de lo que le importamos. Metidos en el ajo de los espeluznantes instrumentos pergeñados por la fértil imaginación del pintor holandés, hace falta una banda sonora a la altura de tan tétrica coyuntura. Propongo la hiriente y escalofriante viola de John Cale en el Venus in Furs de Velvet Underground. 

El decorado está preparado con esmero. Si no tenemos cuidado, puede que nos veamos engullidos por el sumidero, arrastrados por un irresistible torbellino que desemboca en algún lugar desconocido. Y no será una tierra que mana leche y miel, sino un paisaje reseco, hostil y con pocas esperanzas de retorno.

El jardín de las delicias