domingo. 28.04.2024
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Aleix Sales |

La mayoría de las obras cinematográficas fuera de los circuitos comerciales nacen desde las entrañas o de esa parcela de la realidad que uno conoce o le preocupa. En muchas de estas ocasiones, estas suelen resultar respuestas fílmicas a contextos políticos crudos e intolerantes, acarreando un plus de importancia o valor por su valentía a la hora de contestar a un orden represor, rodando desde unos márgenes que pueden topar con la legalidad. En este sentido, no hay exponente más claro que Jafar Panahi, detenido múltiples veces y sentenciado con la prohibición de filmar en Irán durante más de dos décadas. Salvando las distancias y desde una posición más acomodada –el director vive en Estados Unidos desde los 15 años, fruto del éxodo masivo de venezolanos de los últimos 25 años-, Diego Vicentini también ha concebido su debut en el largometraje desde una perspectiva militante y combativa con la que demostrar que el cine es más que imágenes en una pantalla. Cuando el joven cineasta decidió rodar Simón, a raíz de su cortometraje homónimo de 2018, pensó que se podría ver en casi todo el mundo, menos en Venezuela, ya que se toparía con la censura y la prohibición del Gobierno ante un contenido tan agresivo contra él, el cual podría alterar la “paz social” que vive el país e incitar el odio, hecho que se puede penar con 20 años de cárcel. Curiosamente, logró registrarse como película venezolana y estrenarse con tal éxito que la ha llevado a ser la película venezolana más taquillera en 6 años. Casi un milagro, a tenor de las circunstancias.

Con estas expectativas en la distribución -que fueron totalmente superadas-, la historia de Simón, un joven activista en las protestas de 2017 en el país que huye a Estados Unidos y se plantea solicitar el asilo político (cuya condición es no poder regresar jamás a Venezuela), tiene unas formas más emparentadas con el cine independiente americano que con el costumbrismo o la aspereza del cine latinoamericano. Obviamente, esto radica en la formación del cineasta en la Universidad de California Los Ángeles (UCLA), pero también con esta idea preconcebida de distribuir la película para un público más internacional, buscando un difícil equilibrio para el no-venezolano ajeno a la problemática bastante bien resuelto. Vicentini bebe más de un realismo con aura luminosa como el de Barry Jenkins o del Iñárritu más callejero –no en vano, el director latinoamericano más gringo-, como el de Amores perros (2000) o Biutiful (2010), que de otras voces más austeras o esa escuela europea próxima al documental que no tenía tapujos en retratar un presente polémico como Gillo Pontecorvo.

Para bien y para mal, Simón es un film que va a la yugular del gobierno de Maduro (y antecesores), focalizándose en esa juventud idealista y luchadora, pero sin dar matices en las figuras autoritarias del régimen, encarnadas por un soberbio Franklin Vírgüez que devora un primer plano extremadamente perturbador como nadie. Caracterizar a los militares fuera del arquetipo sería otra película y, a pesar de que el cliché puede hacer daño, su configuración desde la rabia compensa su superficialidad en este aspecto.

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Aunque la peripecia del hombre en apuros –el Simón del título que debe mandar insulina a una de sus compañeras venezolanas- permite abrir un abanico de situaciones que contribuyen a dibujar el panorama tanto dentro como fuera del país, desarrolladas con efectividad y sentido del ritmo, aunque también con algún deus ex machina demasiado casual, a Simón le habría favorecido explorar más en detenimiento el verdadero corazón de la película: el dilema de regresar a casa y luchar contra Goliat o renunciar a volver y quedarse en un lugar más próspero. Aquí es donde reina la complejidad del personaje y, aún desencadenando sensaciones de extrañeza con los conocidos y la no pertenencia que puede suponer la expatriación, se antoja que había más jugo que exprimir a un tema tan universal como este.

En sus aciertos y fallas, Vicentini hace una exhibición de mucho vigor tras la cámara para tratarse de una ópera prima y, aunque todavía tiene que forjar una personalidad más marcada como cineasta, cinematográficamente es solvente. Una película que cumple con su propósito de homenajear a una sociedad reprimida y a sus víctimas mientras que, a la vez, da a conocer a otros una realidad que podrían ignorar. Y, lo más importante, si bien el contexto del país ha mejorado ligeramente, Simón mira de frente a una problemática del presente en el ahora, y no con la tranquilidad de hacerlo a toro pasado.

'Simón': un primer paso al frente