martes. 19.03.2024
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Rambla del Raval (Barcelona)

El concepto de espacio público cuenta con escasas tres décadas de presencia en el ámbito de la arquitectura y el urbanismo

Decía un amigo mío que, cuando era pequeño, su madre nunca le decía: “Niño, vete al espacio público a jugar”, sino a la calle, a la plaza o a cualquier otro sitio fuera de su casa, como un descampado o un solar. El concepto de espacio público, que parece aposentado entre nosotros desde siempre, cuenta sin embargo con escasas tres décadas de presencia en el ámbito de la arquitectura y el urbanismo. Los grandes clásicos del pensamiento urbano, gente como Lefebvre o la propia Jane Jabocs, apenas lo mencionan. Sí es más frecuente encontrárselo en referencias provenientes de la filosofía política liberal, en pensadores como Habermas o Hanna Arendt, aunque como sinónimo de esfera pública.

Se trata, pues, de un elemento de reciente incorporación al discurso sobre lo urbano que proviene de un ámbito ajeno tradicionalmente al mismo. Autores como Manuel Delgado achacan la popularización de su uso a la necesidad de plantear el espacio urbano –las calles, plazas y descampados a los que antes hacía referencia- como un elemento dispuesto a la inversión, objeto de compraventa y como un recurso más para la continuación del proceso de acumulación que ahora se desarrolla en las ciudades con más protagonismo que nunca.

Sea como fuera, es bien cierto que cada vez es más frecuente encontrar referencias al enfrentamiento existente entre usuarios y consumidores de ese espacio. Y dentro de estos consumidores podríamos citar a los turistas que visitan, por ejemplo, Barcelona. La capital de Catalunya es una ciudad que, desde las primeras elecciones municipales tras el Franquismo, realizó una apuesta clara por dicho espacio. En los discursos de los gobiernos de la ciudad durante los años 80 y 90 es frecuente encontrar constantes llamamientos a la necesidad de recuperación de “su espacio público”. Es a esto –al menos en parte- a lo que se refería uno de los primeros Delegados de Urbanismo de Barcelona, Oriol Bohigas, cuando dijo aquello de que había que “dignificar el centro y monumentalizar la periferia”.

El éxito de aquellas políticas es patente. La ciudad es reconocida hoy mundialmente, además de como una ciudad de ferias y congresos, por su relación con el diseño, el urbanismo y el espacio público. Sin embargo, esta promoción y, por tanto, atracción de los visitantes a la llamada a su consumo, no deja de presentar contradicciones. Me estoy refiriendo a las relativas a la necesidad de compaginar las dos esferas elementales de la vida en la ciudad: la de la producción, en la que englobaríamos, junto a otros, el fenómeno del turismo, y la de la reproducción, es decir, la vida vecinal y la más elemental de las socializaciones. Estas fricciones no son, en todo caso, singulares de la capital de Catalunya. Más bien al contrario, se producen en todas las grandes capitales, tanto de Europa como de América, aunque también más en Asia, y son debidas, entre otras cuestiones, a sus características como ciudades globales: centros de mando y nodos de flujos de información y toma de decisiones, como nos señalara Manuel Castells.

Sería en este sentido en el que habría que interpretar algunas de las últimas decisiones tomadas por el Gobierno municipal de Barcelona en comú. Entre ellas tendríamos los Planes de Barrios del Gòtic y el Raval sur, la adquisición de algunos inmuebles con la finalidad de construir equipos municipales de carácter social y cultural, o la oportuna y problemática Ordenança de Terrasses –aprobada inicialmente por el Gobierno de Trias- que, hoy día, aun no se acaba de aplicar plenamente.

Son estos ejemplos del insoslayable conflicto que encontramos en las ciudades debido a que, en sus espacios, tanto aquellos dedicados al acogimiento presente o futuro de volúmenes construidos, como al que existe entre ellos, espacio urbano o público, confluyen infinidad de intereses, muchos de ellos contrapuestos, que constituyen el elemento principal del que están hechas las urbes.

José Mansilla, investigador OACU // GRIT- Ostelea

Reflexiones en torno al turismo y el espacio público