lunes. 29.04.2024

Decía un periodista por TVE que “gracias al triunfo de la selección femenina de fútbol España se había vuelto a vertebrar”. Para corroborarlo, la televisión ofrecía escenas de lugares, playas, calles y bares, donde personas de todas las edades, incluidos niños y niñas, botaban con una alegría desbordante. No descubriré el Mediterráneo diciendo que los triunfos de la selección de fútbol sea, acaso, el único nexo de “unidad de destino en lo universal”, en que, por encima de cualquier diferencia de pensamiento, edad y de sexo, las personas botan, lloran y ríen al mismo tiempo.

La palabra “vertebrar” la puso de moda Ortega y Gasset en su libro La España invertebrada (1921). Ortega culpaba al separatismo catalán y vasco de que España no fuera la patria común. Lo triste del caso es que las soluciones que proponía para acabar con aquel “cáncer” siguen siendo parte del problema. Problema que no han sabido resolver los gobiernos que han pasado por Moncloa, precisamente porque parten de las ideas de Ortega que eran y han sido una mala idea.

No descubriré el Mediterráneo diciendo que los triunfos de la selección de fútbol sea, acaso, el único nexo de “unidad de destino en lo universal”

En ese texto de España invertebrada, frente a los males de la patria, Ortega sostenía que el “unitarismo”, que hasta ahora se ha opuesto a catalanistas y bizcaitarras, es un producto de cabezas catalanas y vizcaínas nativamente incapaces (…) para comprender la historia de España. Porque no se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla, y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral”. Y proponía como ejemplo a imitar a Cecil Rhodes: “No de otra suerte, los codos en su mesa de hombre de negocios inventa Cecil Rhodes la idea de Rhodesia: un Imperio que podía ser creado en la entraña salvaje del África”. 

Este Rhodes era nada y nada menos que el fundador de la Rodesia del apartheid. Así que háganse a la idea. Añadía que “la gran desdicha de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas. Por lo mismo, de hoy en adelante, un imperativo debiera gobernar los espíritus y orientar las voluntades: el imperativo de selección”. 

Palabra peligrosa donde las hubiera: selección racial. Aun así, Ortega era tajante: “Porque no existe otro medio de purificación y mejoramiento étnico que ese eterno instrumento de una voluntad operando selectivamente. Usando de ella como de un cincel, hay que ponerse a forjar un nuevo tipo de hombre español”.

Vaya. Un nuevo tipo de hombre español. Sabido es que a ello se dedicaría el psiquiatra fascista Vallejo Nájera quien, en su “Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza”, aconsejaría, con el visto bueno del Dictador, una depuración racial de España, donde comunistas y demás ralea serían exterminados, porque su ADN venía con defecto de fábrica: el Rhesus marxista. Y un marxista era un “ser inferior, mental y moralmente”, por lo que si fuera preciso, era más que necesario, obligación nacional, separar a los hijos de sus madres marxistas encarceladas. Lo que se hizo mediante el permiso de un decreto oficial del Gobierno franquista.

Ortega sostenía que el “unitarismo”, que hasta ahora se ha opuesto a catalanistas y bizcaitarras, es un producto de cabezas catalanas y vizcaínas nativamente incapaces

En 1935, los pujos separatistas e independentistas seguían desvertebrando España. Pero la palabra invertebrada ya no era habitual en el léxico de quienes seguían culpando a los separatistas del “mal político español”. Se prefería “descuartizar”. Y quienes hacían de carniceros de España eran, por supuesto, los “separatistas”, pero, ahora, acompañados “con otros propósitos revolucionarios, tales como tiranizar las conciencias con el laicismo y degradar las personas con el marxismo” (Diario de Navarra, 29.12.1935). Así lo firmaba el “vertebrador” golpista español “Ameztia”, seudónimo de Raimundo García y director de Diario de Navarra

Si Ortega apelaba a una regeneración de la raza de España para terminar con el mal separatista -con un método selectivo que no especificaba-, Ameztia no se anduvo con escrúpulos y, fiel seguidor de Vallejo Nájera, propuso como solución final la intervención militar, es decir, un golpe de estado para acabar con toda esa cizaña de mierda.

Siete meses antes de que los militares africanistas diesen el golpe de Estado, Ameztia, con conocimiento de causa del golpe, escribía: “¡Para librarnos de esa triple esclavitud (Laicismo= marxismo=separatismo), ningún sacrifico puede ser negado, ni de pensamiento. Hay que confiar que este mismo sentimiento anime con exaltación los corazones de todos los españoles que piensan como nosotros, porque todos tienen ya datos bastantes para comprender que nos hallamos en una divisoria histórica. ¡Así será porque la reserva espiritual de España no se ha puesto enteramente todavía al tablero y aun nosotros mismos la desconocemos. Pero, si momentáneamente no fuera así -es un supuesto que utilizo únicamente para el razonamiento-, ofrezca Navarra una vez más a España el consuelo y la esperanza de su triunfo y un nuevo punto de arranque para la reconquista. ¡Porque aquí se triunfará!” (Diario de Navarra, 29.12.1935). 

Y así pasó. Y el discurso sobre los males del separatismo ahí ha seguido, “imperturbado”. Es decir, en la misma percha “castellanista” en que la puso Ortega y su mapa territorial imperialista, regido por una “etnia española egregia y selecta”.

No me parece justo que se diga que España se vertebra gracias a los triunfos deportivos y no ocurra lo mismo cuando la ciudadanía se manifiesta reivindicando mejoras sociales

No hay por qué temer el uso de las palabras por parte de quien las pronuncia. Las palabras son siempre inocentes. No así quien las usa, cosa distinta como decía Lewis Carroll. Aplicar los verbos vertebrar e “invertebrar” a la política me parecen un acierto descriptivo. No lo es tanto, cuando su extensión semántica se hace restrictiva y no se aplican a otros ámbitos de la vida como la economía o la salud, pongo por caso.

No me parece justo que se diga que España se vertebra gracias a los triunfos deportivos o al grito democrático “vade retro, Rubiales” y no ocurra lo mismo cuando la ciudadanía se manifiesta reivindicando una mejora de sus pensiones, del aumento de sus salarios, de la rebaja del precio de la luz… Porque, si la vertebración de España solo se consigue mediante el acomodo de fáciles manifestaciones de identidad patriótica, más o ridículas y banales, y no en la satisfacción de las necesidades más perentorias de la ciudanía, me da que la invertebración de Ortega tiene cuerda para rato y seguiremos escuchando la misma fábula sobre España, tan tediosa como aburrida, es decir, la de una España convertida en una aporía sin puertas urgentes de salida, excepto la que contempla el artículo 8 de la Constitución: “Las fuerzas armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. 

Visto así, Ortega tiene que estar la mar de satisfecho. Lo que extraña es que no reedite su libro.

La vertebración de España