martes. 30.04.2024

Reconozco tentador ventilar el asunto llamándoles fascistas. Cierto es que sus ademanes exhiben algunos rasgos definitorios del fascismo, como la violencia. Pero, como miembros de partidos instituidos democráticamente, no son fascistas, por mucho que muchas de sus vocaciones puedan describirse como antidemocráticas. Caer en el insulto es una trampa que puede crear la ilusión de mantenerles enfrente, en clara separación por una línea que puede parecer reconfortante, pues en principio nos deja mutuamente fuera de alcance. Sin embargo, conviene no olvidar que, en parte, no son fascistas en tanto en cuanto no son antiparlamentaristas, y ahí reside gran parte de la dificultad. No sólo porque puedan articular una doble actividad fuera y dentro del congreso, sino porque su aceptación de ocupar un entorno que, como este último, no les es natural, les empuja a afanarse en la reconfiguración del mismo, reconfiguración por la que luchan otros grupos, también, como veremos, de izquierda. 

La batalla, por tanto, no puede dirimirse desde la seguridad de los escupitajos (simbólicos, no como aquel acto degradador de la democracia de Jordi Salvador contra Borrell) sino en el cuerpo a cuerpo, desde la conciencia de que, dependiendo de cada contienda, facciones de otros bandos no tienen por qué quedar enfrente, pudiendo hacerlo de hecho a nuestra misma vera, como ha sido el caso durante el debate de investidura. Por eso este último debe entenderse meramente como una de esas contiendas, aunque, eso sí, como una de las importantes. 

Nuestra democracia discurre en un proceso de reconfiguración del congreso, un congreso que está dejando de ser un espacio para parlamentar

Sin duda resulta demasiado optimista afirmar, como se ha hecho, que la respuesta ante la catarata de acometidas disparatadas de esta derecha tabernaria, en términos psicométricos tan fiable como inválida, sea la mejor prueba de solidez de nuestra democracia. A fin de cuentas, por ilustrarlo con un ejemplo fotográfico, el flamante nuevo jefe de la oposición, aunque parece que en interinidad, Alberto Núñez, sigue teniendo años por delante para amarrar en un lugar como Puerto Banús el barquito que le ha debido dejar a cargo aquel pobre amigo suyo, aturdido lo suficiente como para abandonar del todo la navegación tras su errante peregrinar por 22 cárceles. Este lugar, Puerto Banús, con su mera existencia, sigue rindiendo honores a alguien que, contrariamente al narco, sí logró mantenerse en las alturas tras conocer el éxito de la única forma digna y ejemplar que existe, esto es forrándose: todo un visionario de la construcción, catalán para más señas, que innovó hasta el punto de lograr la gesta de la proyección material en el alzado arquitectónico de la planta de cruz latina, aportando la clave, mano de obra roja y esclava, para perpetuar en el futuro una burbuja inmobiliaria como dios habría de mandar, que sólo entendieron ya a destiempo personajes tan constructivos como Jesús GilPaco el Pocero o Florentino Pérez. Por eso, nuestra democracia consolidada no sólo se ha encargado de rehabilitar al pobre Marcial Dorado para que pueda buscar, si le quedan ganas, una forma de montarse en el taco con algo más de decoro, sino que ha sabido reconocer a Don José Banús los valores democráticos de los que hizo gala en vida, haciéndolo acreedor de distinguidos honores como el bautizo con su nombre de un centro público para la preparación de la nueva ciudadanía, concretamente un colegio de educación infantil y primaria. En definitiva, la democracia española tampoco da como para lanzar las campanas al vuelo.  

Lo cierto es que la demonización de Sánchez a propósito de la amnistía (hasta ahora sólo habían difamado al presidente legítimo) se ha tornado eficaz para que a casi nadie se le haya ocurrido acordarse de que el PP, entonces Alianza Popular, fue fundado en el 76 por al menos 6 ministros del franquismo, esto es dirigentes de un régimen criminal, concurriendo a aquellas elecciones trascendentales del 77, como no podía ser de otra forma, con sonados criminales poblando sus listas, como el no siempre circunspecto Arias Navarro. Por tanto, no es faltar a la verdad decir que el partido se benefició infamemente de la autoamnistía que se aplicaron poco meses después de las elecciones, en el mismo 77, por mucho que se abstuvieran en la votación de esa norma, y más allá de cuestiones como el sentimiento de impunidad que sacan a relucir siempre que pueden o del tiempo que tardó la paloma en despegar las garras de ese suelo que tanto se ajusta a buena parte de su ideario. Y no es oportunismo, la ausencia de arrepentimiento o condena es sinónimo de reafirmación de cuan jactancioso pasado. 

Aquella autoamnistía obró el milagro de hacer de Fraga un demócrata de toda la vida, dando poderes al PP para censurar e impedir la investigación de asesinatos de estado

Aquella autoamnistía, merece la pena recordar, propició el blanqueamiento del franquismo por la Constitución (¡cómo no van a abrazarla ahora!), instituyendo esta última en adelante como referencia legitimadora de la impunidad, material y simbólica, de la derecha. Por eso, un abogado que se presenta sin rubor como Santi Milans del Bosch, habla públicamente hace unos días, a propósito de la redentora investidura y no sé si inspirado en ecos de batallitas familiares, de “día negro” y “golpe de estado”, lamentándose de que “no [sea] generosidad sino humillación”, como si exhibir ese apellido no fuera la más humillante mancilla para una democracia. Aquella autoamnistía obró el milagro de hacer de Fraga un demócrata de toda la vida, dando poderes al PP para cumplir con su vocación de censurar e impedir la investigación de asesinatos de estado, ejecutados tras un juicio con las garantías suficientes como para que se invitase a ellos con católica sorna a las viudas de los acusados. Fue caso sonado en 1963 el del torturado, defenestrado en esa misma Puerta del Sol en la que ahora cabe un millón de personas, y finalmente asesinado, Julián Grimau, caso en el que el propio Fraga tuvo grandes responsabilidades a las que jamás hubo de hacer frente. Atizarles con un demócrata de derechas al hablar de “luz y taquígrafos” estuvo bien por parte de Sánchez y de quienes le asesoran, pero mejor hubiera estado recordarles el monstruo democrático que aquella amnistía propició y que ahora se contornea, patizambo, en el congreso. 



Pero no todo fueron demócratas del PP en el doble error de jalear los versos equivocados del Machado equivocado. Nuestra democracia discurre, como decíamos, en un proceso de reconfiguración del congreso, un congreso que está dejando de ser un espacio para parlamentar. Ha sido el caso de Irene Montero en la anterior legislatura, quién solía tomar la palabra como si estuviera en el aula magna de un campus cualquiera de la Universidad de California. 

La investidura del Presidente acabó también invistiéndola a ella como prostituidora del congreso y, por ende, de la democracia

Eso sí, mención aparte merece una Nogueras cuya mueca permanente de desprecio llega a hacer pensar que se ha quedado congelada la imagen en pleno quejío flamenco, supurando supremacismo, chapoteando en su sobrerrepresentatividad parlamentaria, haciendo ventriloquía del pueblo catalán en su conjunto, le hayan votado o no; menos mal que lo medio arregló reconociendo como personas al conjunto de inmigrantes que, lamenta, recibe su comunidad autónoma. A diferencia de un Vox que se comporta dentro como lo hace fuera, el discurso propio de Junts es la articulación sin rubor de dos discursos contradictorios que la iglesia izquierdista española dice que es menester comprar: fuera son la Palestina ibérica, dentro el pueblo elegido y por ello perseguido. Sin embargo, el afán de reconfigurar el congreso, vaya por delante que sólo lo digo un poco escocido porque pasaran de nuestro artículo del mes pasado, 'Paradojas de la izquierda frente a las lenguas cooficiales', asomó cuando Nogueras atribuyó a la aprobación del Decreto de Nueva Planta «la subsiguiente abolición de nuestras instituciones seculares,nuestras constituciones», lo que la metió de lleno en el papel de monologuista del Club de la Comedia: ¿nuestras de quién, del pueblo, de la nación?, ¿en serio?, ¿en un principado?, ¿un siglo antes de la Revolución Francesa? Yo creo que los problemas de sonido del Parlamento tuvieron que ver con que el equipo de intérpretes no lograba aguantar la risa. En todo caso, me reconozco expectante a su próxima intervención, pues me han soplado mis corresponsales en tierras periféricas que va a explicar con todo lujo de detalles hasta qué punto núcleos hostiles del «estercolero putrefacto» (por respetar la impecable definición de España que hizo ella misma) como Nieva de Cameros, Armuña de Almanzora o Asiego de Cabrales hostigan y oprimen a la comunidad autónoma catalana en general, y con mayor ahínco si cabe a quienes votan a Junts. Efectivamente, ni el pacto de investidura ha frenado a la extrema derecha, ni la ha puesto precisamente enfrente.

Todo lo anterior puede ser considerado democracia, quizá de bajos vuelos, con un problema de contenido que asoma ya con cierta vehemencia, pero con grupos o actores individuales que parecen creer, sin duda legítimamente, que lo mejor es forzar analogías entre la cámara de representación y los espacios que creen que ocupan las personas a las que representan, aproximando el congreso a lo que sería una taberna, un aula universitaria o un espacio humorístico en el que tenga cabida la dramaturgia y la exageración. Al fin y al cabo todo lo que ahí dentro se dice se puede refutar, deliberar y debatir. Pero ese no es el caso de Isabel Díaz, cuya zafiedad irrefutable e irrebatible de partida impide toda deliberación, pues es espetada en reacción a sus corruptelas personales y familiares, y por extensión a las de su partido. Todo ello en dos tiempos y, por tanto, reafirmándose en hacerlo a costa de las mujeres prostituidas, quienes lo mismo le valen como símbolo de su extraño liberalismo de rosario y mantilla, como de arma arrojadiza contra su peor adversario político. Por eso la investidura del Presidente acabó también invistiéndola a ella como prostituidora del congreso y, por ende, de la democracia.

Prostituir el Congreso