domingo. 28.04.2024
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Pleno de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados del pasado 28 de febrero.

“Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”. 
Sigmund Freud.

“Concebir la política como la guerra entre enemigos
es lo más contrario a la busca del bien común”

Adela Cortina


Todos tenemos la experiencia de cómo nos desconcierta el impacto y la sensación de traición que se vive al darnos cuenta de que alguien nos ha mentido; pero también somos conscientes de haber experimentado la tentación de tener que mentir en beneficio propio cuando lo creíamos conveniente. Lo que sí es cierto, no ya a nivel personal sino a nivel social, es que la mentira divide a la sociedad, la historia, y más la actual, lo demuestra. El pasado domingo pudimos contemplar en “laSexta”, el programa de Jordi Évole charlando con diferentes periodistas sobre el “11M” cuando se cumplen 20 años de los atentados de Atocha en Madrid, un atentado cuya mentira mantenida indecentemente por el gobierno de Aznar, le hizo perder las elecciones a los dos días y cuya división irreconciliable y permanente confrontación entre los dos partidos mayoritarios -PSOE y PP- aún perdura en la actualidad. Iñaki Gabilondo expresaba en “Lo de Évole” que “no había conocido nunca una España más unida que el 11-M, y una más desunida que el 14”. “La polarización que hay ahora es hija de aquella tensión. Esa fractura que se produjo no se ha curado y sigue estando ahí marcada”, afirmaba. Si malas son las disputas entre partidos adversarios, resultan más dañinas cuando, además, se utiliza la mentira, el insulto y la calumnia.

Y ciertamente, en todos estos años, desde 2004 hasta 2024, la confrontación entre socialistas y populares no ha cesado en diversas formas y situaciones; el caldo de dicha confrontación está alimentado por la mentira, las medias verdades y la búsqueda permanente de encontrar cualquier motivo en el contrario para la acusación, el insulto, el ruido y la petición de dimisión, haya o no pruebas fundadas; incluso, por parte del Partido Popular, elevando a los tribunales, españoles o europeos, venga o no a cuento, cualquier sospecha de dudosa gestión del gobierno de Pedro Sánchez. Y la gran oportunidad es que con el “Caso Koldo y sus consecuencias”, al PP le ha tocado “el gordo”.

Con el “Caso Koldo y sus consecuencias”, al PP le ha tocado “el gordo”

Según el portavoz del Grupo Popular en el Congreso, Miguel Tellado, durante su intervención en un acto de la Ruta por la Igualdad del Partido Popular en A Coruña, este domingo pasado, ha afirmado con rotundidad, con una oratoria rencorosa y sin matices de duda que: “este no es el caso Koldo, este no es el caso Ábalos, este es el caso Sánchez, porque todos los implicados son personas tremendamente cercanas al presidente del Gobierno y son personas que tienen una vinculación directa con él”. Lo que sí es cierto es que la verdad ética y jurídica, al final, si se hace con honesta objetividad, sabrá poner a todo aquel que tenga responsabilidades en su lugar. Tiempo al tiempo y sin precipitaciones interesadas.

Conviene recomendar en estos momentos de incertidumbre política lo que decía Aristóteles: “el sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice. Razón tenía René Descartes al afirmar que “hay solo una verdad para cada cosa”; y Demócrito de Abdera, considerado el padre de la ciencia moderna, discípulo de Leucipo, con cierto escepticismo sensato, sentenciaba: “nada sabemos de cierto, pues la verdad está en lo profundo”, queriendo expresar que no es fácil afirmar algo si no media la honesta y necesaria reflexión; y si de algo adolecen estos momentos precipitados por el “caso Koldo, las mascarillas y sus derivaciones”, en los que políticos, periodistas y tertulianos opinan sobre todo, es de prudente sensatez; no se puede condenar antes de juzgar; hay que llevar a cabo minuciosos análisis de las complejas circunstancias, que diría Ortega, que acompañaron esos terribles momentos de la pandemia y el deseo de encontrar, por parte de todas las instituciones, los medios adecuados y rápidos para solucionar el problema y el dolor.

Las opiniones, esos juicios o valoraciones que nos formamos respecto de algo o alguien, pueden ser respetables, pero no se pueden convertir en axiomas tan claros y evidentes que se admitan sin las necesarias pruebas. A medida que va añadiendo años a la vida, la experiencia enseña que los que son un auténtico peligro, por ambición de poder o maldad vengativa, según Maquiavelo, son capaces de todo, incluido mentir y calumniar. Es lo que está sucediendo en el “Caso Koldo y las mascarillas”, que el Partido Popular, basta escuchar a Feijóo, a Tellado, a Almeida o a Ayuso…, lo quiere convertir en el “Caso Sánchez”, pretendiendo, en este arrebato de odio y ansia de poder, que “caiga Sansón con todos los filisteos”, personaje bíblico que habiendo sido hecho prisionero y viéndose perdido, decidió morir matando y derrumbando las columnas del templo, pereciendo él también entre los escombros.

Podemos cambiar muchas veces a lo largo de nuestras vidas y sentir, desde nuestro interior, que cada uno de esos cambios están justificados; podemos incluso justificarlos todos de manera autoevidente y más o menos convincente; pero cuando flaquea el pensamiento, debe mantenerse intacta la inteligencia y la ética, sobre todo en los políticos, esa facultad que sirve sobre todo para convencerse a uno mismo de que la propia vida de la que somos totalmente dueños, pues vivimos en la incertidumbre y en la duda, debe tener siempre un carácter honesto y ejemplar; pero una inteligencia política, sin pensamiento ni ética, puede acabar devorada por la ambición perdiendo la razón y dañando a la democracia, dando lugar a cambios profundos en los ámbitos económico, político, social y a la convivencia ciudadana, llegando a generar nuevas condiciones negativas que afectan tanto a la sociedad como al Estado.

Joseph Conrad en su obra “El corazón de las tinieblas”, un viaje a los abismos más profundos del ser humano, aborda cuestiones fundamentales de la existencia humana: cómo se comportan las personas en situaciones extremas, cómo se vuelven culpables o se acreditan moralmente. Sostiene que “si lo que hace un político no es por el bien común sino por su propio interés, eso es corrupción”. En esta situación tan deleznable no es infrecuente que la sociedad, la de los buenos, descienda a la tristeza y a la melancolía cuando perciben que las realidades idealizadas sobre la ética de los políticos en los que los ciudadanos han confiado, llegan a conocer el vil saqueo de la corrupción moral y económica que hoy conocemos.

Escuchando a nuestros parlamentarios detectamos que se expresan con una dialéctica viciada, insultante, carente de tolerancia

Vivir en la incertidumbre es difícil, nos causa inseguridad. Hay quien prefiere una certeza cualquiera, aunque sea claramente infundada, a la incertidumbre que genera la conciencia de nuestros límites. Hay quien prefiere creerse lo que sea sólo porque se lo dicen y lo difunden los líderes de su partido o de su opción política, sin importarle si es verdadero o falso, a tener el valor de ser sincero y aceptar que vivimos sin certezas absolutas. A lo largo de la historia siempre hay alguien, o alguna institución, o algún poder que se cree depositario de la “verdad”, sin percatarse de que el mundo está lleno de otros depositarios de la “verdad”, de su propia verdad, distinta de la de los demás; siempre hay alguien que “como un papa político”, se considera dogmáticamente infalible, con capacidad para condenar o perdonar a conveniencia de sus propios intereses. Escuchando a nuestros parlamentarios, ya en sede ya en intervenciones externas, detectamos que se expresan con una dialéctica viciada, insultante, carente de tolerancia, y cuando falta tolerancia, la polémica está servida, la víctima es la democracia y la sociedad sucumbe en la ideología del desencanto. En pocos aspectos como en éste del desencanto, se aprecia mejor el carácter responsable que ha de tener todo pensamiento ético político. Hay que entenderlo como una llamada de atención sobre el continuo olvido de las consecuencias reales a las que llevan actitudes políticas y éticas irresponsables.

Desde estas premisas iniciales, acudo a la filosofía cuyo objetivo es reflexionar sobre aquellos conceptos que la ciencia o la religión no pueden alcanzar, desde la moralidad del ser humano hasta cuestiones básicas de nuestra existencia, pues considero que la reflexión filosófica y los valores que nos aporta pueden ayudarnos a entender mejor el mundo que nos rodea. De ahí que haga mías las palabras de Descartes en su “Discurso del método”: “…mi propósito no es el de enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para guiar acertadamente su razón, sino el de mostrar de qué manera he tratado de guiar la mía”. Acudo, además, a quien fue una adalid de la ética política, a José Luis López Aranguren, en su larga andadura personal e intelectual caracterizada por el pertinaz empeño de profundizar en el ámbito de las investigaciones éticas, centro y periferia de sus preocupaciones. Para Aranguren el fundamento de la democracia es la democracia como moral, entendida en el sentido de compromiso sin reserva, de responsabilidad ante la sociedad. Comenzaba su curso monográfico “Ética y Política” resaltando la importancia del significado y la etimología que nos devuelve las palabras a su plenitud original. Y una de ellas, esas palabras que requieren un análisis serio, pero que se utiliza frívolamente, es hoy la palabra “corrupción”. Y al hablar de corrupción, vemos que la ignorancia o desmemoria de algunos políticos es a veces asombrosa. Se imponen un “alzhéimer voluntario” para librarse u olvidarse de demasiadas palabras y hechos de su incómodo pasado.

Si buscásemos entre todos los discursos, intervenciones y noticias informativas de políticos, periodistas y medios de comunicación, hoy ganaría por mayoría absoluta la palabra “corrupción” a la que acompaña un adjetivo: “corrupción política”. Intentando delimitar las múltiples definiciones de corrupción política, en ellas aparecerían algunos elementos constitutivos: a) incumplimiento de una norma, b) realizada por una persona que desarrolla una función pública, y c) la obtención por esta persona de un beneficio económico o de otra índole, ya sea propio o de un colectivo, social o institucional. Si el término opuesto a corrupción política es la transparencia, la corrupción se puede definir como “toda violación o acto desviado, de cualquier naturaleza, con fines económicos o no, ocasionada por la acción u omisión de los deberes institucionales, de quien debía procurar la realización de los fines de la administración pública y que en su lugar los impide, retarda o dificulta”.

Los caracteres que en la actualidad presenta la corrupción política son alarmantes, porque nos indican que estamos ante un fenómeno social extendido y de gran calado; un fenómeno extenso e intenso, porque atañe con profundidad a grandes zonas de la vida social y de la calidad democrática. La corrupción política es omnipresente y persistente; está en toda clase de sociedad, en todos los sistemas políticos; y no solamente está, sino que no se va; su relevancia dependerá de los controles jurídicos e institucionales y de la sensibilidad social respecto a la misma y el grado social de admisibilidad, pero en todo caso la corrupción persiste; hasta el punto de que algunos estudiosos del fenómeno llegan a catalogarle como un hecho natural. Pero la corrupción política no sólo es un hecho habitual, sino abrumador; no sólo existe siempre, sino que su existencia abruma y confunde.

La derecha popular, de forma grosera e insultante “con chorizos y frutas”, llevan dos semanas desde que saltó el “Caso Koldo”, pidiendo dimisiones

Teniendo la impresión de que mi siguiente reflexión puede ser discutible, me atrevo a exponerla. Y lo hago comparando dos hechos de actualidad originados en tiempos de pandemia. Por una parte, “el tema de las mascarillas” con el ruido que en estos momentos está causando, pero exclusivamente con un sesgo económico: el negocio obsceno y las comisiones millonarias con las que algunos se lucraron cuando todos los españoles estábamos con un nudo en la garganta y los profesionales sanitarios dejándose la piel y la vida. Condenable, sí, y repugnante. Y como se ha repetido, la justicia lo juzgará, y quien lo haya hecho, quien se haya enriquecido ilícitamente con su compra, que la pague. La derecha popular y sus dirigentes, de forma grosera e insultante “con chorizos y frutas”, saltándose la presunción de inocencia, llevan dos semanas desde que saltó el “Caso Koldo y sus consecuencias”, pidiendo dimisiones, incluida la de la presidenta del Congreso y la del presidente del Gobierno. Pero en último término, todo se reduce “a corrupción por compra de mascarillas con dinero público y millonarias comisiones”. La justicia dictará en sentencia probada quién ha tenido responsabilidad en esta corrupción económica y la pagará.

El segundo hecho en tiempo también de pandemia que quiero destacar es que durante los meses más duros de la pandemia perecieron 9.468 ancianos y ancianas que vivían en residencias de la Comunidad de Madrid. El 77% de ellos, esto es 7.291, murieron sin ser trasladados a un hospital a causa de los protocolos de exclusión sanitaria firmados por altos cargos del gobierno de su presidenta Isabel Díaz Ayuso. Los informes y atestados que la policía municipal redactó durante el confinamiento y la primera arremetida del Covid muestran el horror que se vivió en las residencias de mayores de la Comunidad de Madrid. En las peores semanas de la pandemia, ni los familiares ni prácticamente nadie pudo acceder a los geriátricos, pero la policía local sí y sus informes dan cuenta de lo que allí encontraron. Se trata de un testimonio tan directo y fidedigno que el Gobierno presidido por Isabel Díaz Ayuso ha acudido a los tribunales para impedir que las actas sean públicas, como exige el Consejo de Transparencia. Y esta corrupción, término que se puede aplicar, no solo es política, sino que está cargada de execrable inhumanidad. Y, sin embargo, la señora Díaz Ayuso, la que pide la dimisión hasta del Presidente Sánchez, continúa de Presidenta de la Comunidad de Madrid, y el Partido Popular no sólo no ha pedido su dimisión, sino que la ha subido al altar de la buena gestión, aunque para otros muchos madrileños está aureolada de “insultante fruta” de corrupta indignidad. A los populares, con Feijóo y Tellado al frente, les preocupa mucho el dinero de las mascarillas; pero a los ciudadanos con valores y ética nos preocupan más las vidas de estos ancianos, abandonados a la muerte en soledad por una decisión probada de la señora Díaz Ayuso y su equipo de gobierno. ¿Acaso esto no es corrupción por inhumanidad y de la peor?

Y acabo con unas reflexiones finales. En nuestro refranero hay un dicho que se suele repetir a menudo: “Pagar justos por pecadores”. Lo estamos viendo cada día en esta permanente confrontación política que nos envuelve y empobrece: unos la causan mientras otros la padecen, “pagando justos por pecadores”. Aunque el refrán aparece en el capítulo I,7 de la inmortal obra de Cervantes: “Don Quijote de la Mancha”, el dicho popular es anterior a la época cervantina, ya que se encuentra en versos que se documentan desde el siglo XV; dado el significado de los términos “JUSTOS” y “PECADORES”, su origen más probable pertenece al entorno religioso. Utilizando los términos del refrán, “los justos sufren las consecuencias negativas de lo que han hecho los pecadores”. Según la RAE, este dicho es un refrán propio del inocente: “tener que pagar las culpas que otros han cometido”. Es decir, muchas veces quienes no tienen culpa de algo acaban, no obstante, pagando las consecuencias o son injustamente sancionados. En un país en el que abundan los aprovechados y los sinvergüenzas, cuando se ocupan altas responsabilidades, equivocarse tiene un precio político. Resolver problemas como el que nos ocupa es una forma más de reivindicar ese arte complejo, la mejor expresión de aquello a lo que llamamos democracia.

El “Caso Koldo” y el “Caso Residencia de ancianos” y todo lo que comportan nos remite a momentos de despreciable miseria, intelectual, moral, e ideológica de la clase política y social actual

A Hipias de Élide, reconocido sofista, que presumía de poder hablar de cualquier tema sin preparación, presentado y caricaturizado por Platón en uno de sus Diálogos como vanidoso y de limitado intelecto, se le atribuye la frase “todo me está permitido con tal que nadie lo sepa”; sentencia de calculado cinismo y grave relativismo moral. Es lo que hoy nos está recordando a los ciudadanos estos escandalosos casos, iniciados con el nombre de “Koldo García” o “Residencia de mayores”, y que hoy, cada día que pasa, está afectando a figuras más relevantes de la política y de la sociedad española. El “Caso y el Personaje Koldo” y el “Caso Residencia de ancianos” y todo lo que comportan nos remite a momentos de despreciable miseria, intelectual, moral, e ideológica de la clase política y social actual que contrasta con ese mantra que todos repiten y en el que se empeñan, pero, que, en la práctica, es evidente que se cumple poco, convertido en propaganda electoral: Tolerancia Cero con la Corrupción económica, la de las mascarillas, pero también, y con más razón, tolerancia cero la corrupción ética, la de las residencias de ancianos. Hay un proverbio chino que puede servir como pauta de conducta prudente y ética: “Si quieres que no se sepa, no lo hagas”. Al margen de que estén apareciendo excesivos datos e informaciones interesadas, unos para ocultarlas y otros para exagerarlas, es bueno, justo y saludable que los españoles sepamos las trapisondas que cometen aquellos que, desde partidos políticos, medios de comunicación y sedes judiciales, predican una moralidad ética y social que ellos no practican, sin atajos ni apaños financieros de dudosa legalidad, pero de manifiesta falta de ética ciudadana.

Deberíamos tener claro que la obligación ética de la transparencia no caduca con el cese en el Gobierno o en el Parlamento. Cada vez se percibe con más claridad que los comportamientos actuales contrastan y difieren mucho de la contundencia con la que en momentos anteriores ha mostrado con los que se mostraron como corruptos. La moral pública empieza por uno mismo; uno no puede exigir a otros un comportamiento correcto, si no se lo exige a sí mismo.

Pagar justos por pecadores