jueves. 02.05.2024

Salvo que alguien se vuelva loco -y es cierto que hay precedentes, y que no cabe descartar nada-, dentro de no más de quince días arrancará una de las legislaturas más difíciles y tensas de los últimos años, y lo que se avizora en el horizonte no permite optimismos, aunque no deba incitar al desánimo.

Estamos viendo ya, salvo que seamos ciegos, que la oposición piensa plantar batalla (¿a qué? A todo, como siempre) en dos frentes muy claros y coincidentes. En uno de los frentes, convertirá el Senado en la cámara del filibusterismo, donde todas las leyes duerman el mayor sueño de los justos posible como primera forma de evitar un vértigo legislativo como el del anterior mandato. Habrá menos leyes en esta legislatura. 

Salvo que alguien se vuelva loco, dentro de no más de quince días arrancará una de las legislaturas más difíciles y tensas de los últimos años

En el otro, sus indisimuladas amistades judiciales pondrán de su parte cuanto puedan para que las leyes, una vez aprobadas, tengan que recorrer el camino entero del Tribunal Supremo al Constitucional, convirtiendo al poder judicial en tercera cámara legislativa. La pirueta de los jueces del inconstitucional Consejo del Poder Judicial vigente reclamando pronunciarse ya mismo en contra de una ley que no tiene texto conocido es un verdadero alarde de independencia y ecuanimidad. Esto es lo que podemos esperar.

Habrá, pues, momentos de desánimo, en los que habrá que recordarse a uno mismo y recordar a los demás que la soberanía reside en el pueblo, se expresa en elecciones, y que por tanto la legitimidad está en la carrera de San Jerónimo y no en la plaza de Colón, por más veces que la llenen de gente gritando. 

Habrá momentos de desánimo, en los que habrá que recordarse a uno mismo y recordar a los demás que la soberanía reside en el pueblo

Habrá momentos de duda, en los que los más pacíficos se pregunten si no sería mejor volver a los añorados tiempos del diálogo por el procedimiento de someterse a los que gritan, y habrá que recordarse a uno mismo y recordar a los demás que para hablar tienen que dejar de gritar, no esperar que los gritos arruguen a los pacíficos. 

Y habrá que practicar la participación política. En junio del año próximo hay elecciones europeas, y en ellas no nos jugamos menos que en las generales, porque de la relación de fuerzas que haya en el Parlamento de Estrasburgo dependerá no poco del margen de maniobra del Gobierno de España. Votar todas las veces que se pueda es el más eficaz de los antídotos contra el veneno de la intolerancia. La eficacia de esta medicina se ha demostrado ya. Será la única que, dentro de cuatro años, pueda dar solución al problema central, que es la convivencia civilizada, la capacidad de hablar de todo, que los herederos del franquismo sociológico pretenden negar.

Y habrá quien diga que todo esto no es una opinión, sino un posicionamiento, y tendrá toda la razón del mundo.

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