sábado. 27.04.2024

Pocos niños de mi época recordarán a los Beagle Boys de los cartoons, o sea, dibujos animados en inglés. A no ser que les digamos, cuanto antes, que se trataba de los famosos "Golfos Apandadores" esos que le robaron todo su dinero al tío Gilito ($crooge McDuck en el original), el pariente rico del famoso pato Donald. La verdad es que yo no guardo en mi memoria un mal recuerdo de quienes, como nuestro Luis Candelas, no sé si por razones morales o por criterios de rentabilidad, solo robaba a los ricos. Al fin y al cabo, hay quien podría pensar, lo cual no es exactamente mi caso, que el que roba a un rico tiene cien años de perdón.

Otra cosa es robar a todo el mundo. Eso sí que está mal visto. Hablamos de algo que se puede hacer de dos formas. Una, la más complicada, es salir a la calle y robar a todo el que se cruce en tu camino. No solo complicada, sino peligrosa, porque en algún momento, te pillan.

Pero hay otra modalidad más sencilla, cómoda, limpia y eficaz. Se trata de apandar a todos a la vez, o de pillar en lo que es de todos, es decir, en lo público. Bueno, es sencillo si se cuenta con la colaboración, desinteresada, o no, de los administradores públicos. Y digo que de los administradores públicos y no de la administración, porque el funcionamiento de la administración pública está regulado por la Ley y se basa en el interés colectivo. Pero, mientras la administración pública es algo respetable, los administradores son alguien que puede llegar más alto de lo que merecerían para hacer que la administración llegue más bajo de lo que debiera. En la historia hay ejemplos de esa colaboración y, algunos, tan famosos como el corso, esa modalidad de la piratería en la que el corsario gozaba de patente oficial con tal de que repartiera el botín con la corona.

Y, hablando de todo un poco. Saben aquel que va y diu.... había un suelo público que adjudicaron a un banco, hicieron un contrato, lo modificaron seis veces porque se incumplía siempre, lo siguen incumpliendo, les siguen dando prórrogas anuales para ver si llegan, alguna vez, a cumplirlo y llevan, así, treinta años y van camino de treinta y uno. ¿A que este chiste no tiene ni puta gracia? Claro, porque no es un chiste. Es la cruda realidad de la Operación Chamartín.

Yo sé que, en tiempos de Ucrania, de Hamas, de cambio climático y de amnistía, hablar de la Operación Chamartín parece algo delirante. Pero también sé que hay gente decente que se preocupa de cosas como estas. De su ciudad, del incumplimiento de los procedimientos administrativos y de la desvergüenza de esos administradores públicos que han dimitido de su obligación de gobernar lo de todos para enriquecer a algunos. Haciendo que el urbanismo de una parte de Madrid lo termine diseñando un banco, bendecido por las administraciones local, autonómica y judicial y aplaudido por la administración central del estado, responsable a título lucrativo. Evitando que el incumplimiento de un contrato con el Estado se pueda impugnar por cualquier ciudadano por falta de legitimidad activa. Y exhibiendo, de manera palmaria, una incuria, o algo peor, quienes vienen sucediéndose desde hace tres décadas en el "desarrollo de la mayor operación urbanística de Europa".

Para esa gente preocupada porque ocurran esas cosas, hay quien escribe libros y artículos para que, por lo menos, y aunque sepultado por episodios más relevantes de la actualidad, queden para la posteridad los detalles más sórdidos de esa trapacería. Aunque, más allá de eso, el resultado parece ser similar al de clamar en el desierto. Porque parece que sigue siendo válido aquel aforismo del barón de Rothschild que recomendaba comprar propiedades “cuando haya sangre en las calles” y hay quien se esconde detrás del biombo de las grandes noticias para hacer sus negocietes. 

Pero, ¿A qué viene todo esto ahora?

Pues a que, en estos días, y en páginas muy secundarias de los medios, se puede leer que el Estado, a través de algunos ciudadanos que han llegado a administrar ADIF, van a conceder una nueva prórroga al BBVA para que adquiera el suelo, cosa a la que se comprometió hacer treinta años atrás y cuyo último plazo para cumplirlo, caducaba a final de este año. Y, lo que podría merecer la consideración de recochineo, es que esa noticia venga acompañada del anuncio de que, eso, no supone ningún retraso en los plazos de la Operación Chamartín. Se completa la información con la buena nueva de que, el asunto, avanza. ¿Hacia dónde?

Yo, estoy a punto de creerme que, dado el empeño de tantos administradores públicos, algún día se haga la Operación Chamartín. Lo que espero es que el día de su inauguración no coincida con el de la llegada a la tierra de ese asteroide llamado Bennu, prevista para el 24 de septiembre de 2182. Sería una faena que tanto esfuerzo no sirviera para nada.

Si no fuera porque lo perfuman con caros afeites pulverizados desde los medios de comunicación, el hedor de esta Operación Chamartín, varias veces operada para disimular sus arrugas, impregnaría ese aire de Madrid tantas veces cantado en la literatura. ¿No les parece el mismo aroma de cuando el "agua va" inspiraba aquello del "aire tan sutil que mata a un hombre pero no apaga un candil"?


(Para los interesados en conocer las dimensiones del caso y la cuantía del botín, les aconsejo la lectura de mis dos libros, “Operación Chamartín. Historia de una realidad virtual" y "De la Operación Chamartín a … Madrid Nuevo Norte" y el que Ecologistas en Acción va a presentar en los próximos días con el título "Operación Chamartín. Una losa para Madrid”) 

Golfos apandadores