domingo. 28.04.2024

Nada ni nadie me puede arrebatar la condición de considerarme “feministo” cono actitud vital en la compleja lucha contra las desigualdades en general

Debo declararme “feministo”, valga el neologismo como recurso retórico momentáneo para enfatizar una cuestión de género y sin ánimo de que lo recoja la RAE ni mucho menos, porque sería entonces una broma de muy mal gusto. Quiero subrayar que hago mías las reivindicaciones que alientan los movimientos feministas, cuando se proponen denunciar asimetrías y maltratos que afectan a un amplio colectivo tradicionalmente sojuzgado por su condición, como es el de las mujeres en general. Combatir la desigualdad resulta crucial para mantener una sociedad cohesionada, donde no tienen cabida las injusticias relacionadas con la edad o el género, entre muchos otros factores entre los que se cuentan innumerables variables étnicas, políticas o religiosas.

Cono se trata de una simple actitud vital nada ni nadie puede arrebatármela. Me refiero a mi sintonía personal con la noble causa feminista, que integro en un amplio repertorio de tradiciones homologadas por el desprecio al dogmatismo y a la intolerancia. Respetarnos mutuamente significa no tratar de imponer con autoritarismo nuestras convicciones o preferencias, que podemos defender a macha martillo con ese límite de respetar las opciones ajenas que no compartimos. En este abanico hay cosmovisiones que no encajan y otras que pueden tener cierta cabida con las matizaciones oportunas para ir personalizando el propio parecer a través de los años.

Combatir la desigualdad resulta crucial para mantener una sociedad cohesionada, donde no tienen cabida las injusticias relacionadas con la edad o el género

Tuve ocasión de conocer una época en que la mujer no contaba dentro del foro público. Se le concedían premios de natalidad por tener una extensa prole. No podía hacer prácticamente nada sin permiso del cónyuge. Tenía vedado el terreno profesional. E incluso podía ser impunemente asesinada, si era sorprendida en la cama con otro, mientras el varón hacía de su capa un sayo en idéntica materia. De profesión sus labores, rezaba el DNI de nuestras madres. Como la enseñanza no era mixta, había que aguardar a la universidad para tener compañeras. En ese ámbito las cosas tendían a ser diferentes, aunque por supuesto seguían imperando las inercias que primaban al varón.

Los cambios fueron produciéndose con cuentagotas y se veían favorecidos muchas veces por cierto relevo generacional. Sin embargo, siguen dándose discriminaciones incomprensibles en materia de salarios o puestos de máxima responsabilidad. Sigue habiendo empleos y ocupaciones feminizadas para mal, como todo lo tocante a los cuidados o la limpieza. Erradicar esa estigmatización requiere un cambio de mentalidad, similar al de dar por sentado que la pobreza no tiene remedio y es algo poco menos que merecido por parte de quienes la padecen, como si el desigual reparto de recursos y oportunidades no tuviera nada que ver con esa flagrante injusticia social.

Erradicar esa estigmatización requiere un cambio de mentalidad, similar al de dar por sentado que la pobreza no tiene remedio y es algo poco menos que merecido

Romper el techo de cristal y despegarse del asfalto son metas válidas para cualquier tipo de asimetría injustificada, proveniente de un arraigado prejuicio social. Sean bienvenidas las medidas de discriminación positiva, siempre que no generen situaciones tan injustas como las precedentes para cualesquiera otros colectivos. Abortar es una decisión muy dura como para complicarla con paternalismos trasnochados e hipócritas. La libertad sexual es algo tan de cajón que ofende tener que reivindicarla. Pero las agresiones machistas y los feminicidios indican un problema cultural que reclama intervenciones urgentes en el plano educativo.

Hay conquistas indiscutibles, pero quedan muchas otras por hacer. El feminismo se acreditó como eficaz movimiento social por su lucha contra una de las desigualdades más radicales e históricas. Por eso resulta incomprensible que desde hace poco el 8M se haya convertido en un escenario donde funden los enfrentamientos y las divisiones. Hay personalismos ofensivos que parecen presente en sus planteamientos en una suerte de campeonato donde llevarse un premio a la radicalidad o al purismo. Esto adquiere tintes patéticos cuando con altas responsabilidades gubernamentales prefieres no reconocer posibles fallos y estableces un absurdo pugilato con tu socio de gobierno con tremendos costes electorales.

Cuando hay dos reivindicaciones de la misma causa, conviene recordar el juicio de Salomón y alinearse con quien considere vital que sobreviva lo reivindicado, aunque se deba sacrificar el propio protagonismo. Lo contrario resulta sospechoso. No se trata de ponerse medallas y pasar a la historia. Lo que cuenta es actuar tan eficaz como responsablemente para seguir ganando terreno al tiránico imperio de la desigualdad.

Las absurdas divisiones del 8M