jueves. 28.03.2024

Sillas vacías, mentes atentas

No sé cuándo será publicado esto que escribo ahora, si antes, durante o después de las elecciones en Madrid; es una reflexión, como tantas otras que han visto aquí la luz, de fondo y tiene que ver con la interconexión de experiencias diversas en las últimas semanas.

Además de enseñar Lengua y Literatura, enseño Valores Éticos. Ambas asignaturas se interrelacionan de forma muy evidente, pues la lengua es una herramienta de conocimiento y análisis del mundo, y también de transmisión de las representaciones del mundo que ese análisis permite; la literatura viene a ser una de las múltiples formas en que comunicamos ese mundo que aprendemos a comprender, desde los presupuestos de trabajo del arte, tan reveladores en la magia de la ficción; y los valores éticosson objeto y agente a un tiempo tanto del conocimiento como de la formación de representaciones y su transmisión.

Por eso hubiera sido necesario que  Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, dejara vacía la silla en Ankara. Por eso fue necesario que Pablo Iglesias dejara vacía su silla en el debate de la SER

Hemos empezado el estudio de la Sintaxis y andamos tratando de comprender para qué sirven las palabras que usamos y cómo condiciona eso sus relaciones relativas, tan importantes para entender y comunicar adecuadamente. Como en todo sistema que funcione, se establece un equilibrio en que cada pieza tiene una función que la trasciende y genera un conjunto que es más que la suma de las partes. Capa palabra tiene una función que depende de su naturaleza y del contexto; cada palabra goza, por tanto, de cierta transversalidad.

En Valores pasa lo mismo, no hay departamentos estancos (discriminación de género, de clase, racialización, derechos humanos en general, economía sostenible, daños al medioambiente, etc.), sino que cada pieza se relaciona con otras en función de su naturaleza y forma parte de un sistema de interconexiones; cada pieza sigue también una trayectoria, en su devenir, transversal. Ponemos mucha atención en Valores en cómo nombramos las cosas; aprendemos a expresarnos de forma asertiva y respetuosa porque, en esta interrelación de la que hablo, desde dónde decimos es tan importante como lo que decimos.

Por eso, por la transversalidad de todas las realidades que nos competen como seres humanos, me sorprende, me inquieta y me molesta esa obsesión, en realidad tan acrítica, por separar y jerarquizar determinadas necesidades o reivindicaciones; como si no pudieran lucharse en paralelo, pues se intersectan y en esa confluencia se transforman unas a otras. De manera que, si separamos la noción de clase y la racialización, tenemos una visión parcial de un sistema en equilibrio; un equilibrio no ético, eso sí. Que un sistema se mantenga en equilibrio no quiere decir que sea sano, quiere decir que se sostiene, sea cual sea el coste y las tensiones que genere la gestión de los desequilibrios parciales.Lo mismo sucede al separar la racialización del género, el género de la clase, la clase del cuidado de la biodiversidad, la visibilización de determinadas realidades a través de la lengua de todo lo anterior y así sucesivamente.

Fue en clase de Valores donde descubrí, gracias a mis estudiantes, que existe un vídeo juego cuyo nombre no consigo recordar, en el que al parecer se cría ganado vacuno con el fin de obtener sus excrementos (tienen un nombre sin connotaciones negativas en español, pero tampoco lo recuerdo) y comerciar con ellos. Dependiendo de la comida del ganado, el excremento resulta de un color u otro; el dorado es el que más se cotiza, por supuesto. De forma que el juego consiste, básicamente, en controlar el precio del excremento dorado a través de la compraventa y la producción, para ganar más dinero que el resto. No llegamos a esto por casualidad; estábamos hablando de criptomoneda al hilo de una nueva tecnología llamada block chain que interviene en la creación de los NFT (tokens no fungibles) y que permite espacios de debate en el ámbito de la economía, de la propiedad intelectual, del medioambiente y el arte.

Me pareció muy interesante que mis alumnos de doce años establecieran una analogía entre ese vídeo juego y el funcionamiento de la criptomoneda, y que se dieran cuenta en seguida de cómo un acto individual se suma de forma colectiva a otros, configurando un sistema de relaciones que afecta al mundo en que vivimos, generando oportunidades de desarrollo y solucionando problemas por un lado, mientras por otro creaban otros problemas, injusticias y desigualdades.

El mundo es complejo, cualquier mirada que quiera entenderlo es transversal y los matices importan.

Por algún motivo a nuestro cerebro le gustan los contrastes, como la luz y la sombra o la combinación de colores complementarios. Estos contrastes parecen simples, pero en realidad no lo son, muchos factores intervienen. Sin embargo, en determinadas circunstancias pareciera que podemos contentar a nuestros cerebros con simplificaciones que satisfacen necesidades afectivas, como la pertenencia y la contribución a un grupo. Por eso las consignas en campaña son como son; recompensa rápida, sin demasiados matices, para garantizar la sensación de pertenencia y la posibilidad -mediante el voto- de la contribución.

He reflexionado mucho al hilo de algunos acontecimientos sobre este hecho y sobre comentarios a mi alrededor acerca del rasero con el que medir a nuestros políticos. Yo soy de la opinión de que no todos son iguales, incluso aunque no todo lo que digan o hagan me guste y pasando por alto el excepcional contexto de la campaña, en que todo se reduce a una cuestión de mínimos.

Ya antes de la campaña había políticos en ejercicio con un discurso aleatorio -con frecuencia agramatical- empeñados en el uso torticero de la lengua y en el establecimiento de opuestos que no lo son, generando y alimentando falsas tensiones. Eliminando los matices. No es lo mismo “libertad” que “liberalismo”, no es lo mismo “mérito” que “posición social”, y la dicotomía “comunismo o libertad” además de burda y bronca, no es pertinente en el contexto actual en nuestro país. También estoy cansada y asqueada del mal uso -arrojadizo, perverso y malintencionadamente equívoco- de términos como “ideología” y “política”, que determinadas formaciones vacían de contenido para usarlos como piedras contra el tejado de nuestro sistema democrático, alejando a las personas en ejercicio de la ciudadanía de su responsabilidad agentiva en el sistema del que forman (formamos) parte, propiciando desafección y rencor y eludiendo, pues es mucho más cómodo, el análisis de nuestros actos personales y colectivos. Cuando en un mitin se dice “no dejéis que os colectivicen”, en realidad están atentando contra la capacidad de las personas para tejer redes de cuidado y apoyo en los ámbitos de desarrollo personal y social como la educación, la sanidad, la negociación colectiva en lo laboral, la reivindicación de derechos humanos de todo tipo reconocidos en nuestra Constitución. No defienden la libertad; disgregan y separan y confrontan, para que el sistema de privilegios se mantenga, mientras apelan a una falsa meritocracia que actúa como un espejismo para quienes quieren pertenecer a ese grupo (que también es un colectivo, aunque tan excluyente; la ironía en este caso es muy hiriente). Es una estrategia de control, como en el juego de la caca dorada.

En este juego siniestro de subjetividades, cabe plantearse si es posible el consenso en determinadas cuestiones, intentando alcanzar cierta objetividad, tan complicada de ostentar. Ese punto de partida para que la comunicación sea posible (la comunicación, no el intercambio de enunciados sin escucha activa, sin empatía, sin interés) creo sin duda que es el respeto a los Derechos Humanos. Sin ese suelo, nada se puede construir. Por eso hubiera sido necesario que  Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, dejara vacía la silla en Ankara. Por eso fue necesario que Pablo Iglesias dejara vacía su silla en el debate de la SER y hubiera sido de agradecer que el resto de formaciones hubieran dejado también sus sillas mientras Monasterio evidenciaba su vacuidad y su desinterés por el diálogo. Parafraseando a Adrienne Rich, votar “puede ser una tarea solitaria, pero pensar es una tarea colectiva”. Voy a añadir que también es compleja, aunque resulte redundante. Es que siento que nos va la vida en ello.

Sillas vacías, mentes atentas