viernes. 29.03.2024

Nos va la vida en ello

yolan

Ayer mi amiga María estaba en una manifestación en Sol con un cartel donde se leía “Dignidad laboral para cuidados de calidad”; es enfermera y, como tantas y tantos profesionales de este sector, sabe que la falta de personal, la precariedad, la falta de transparencia en la gestión de las bolsas de empleo, la falta de creación de nuevos puestos de trabajo, los turnos interminables y otras circunstancias que rodean su actividad en centros de salud, hospitales, el Summa 112 y las residencias de mayores públicas (y privadas) deterioran la calidad de su trabajo; además de provocar agotamiento físico y psicológico, y un estrés que no queda entre las paredes de los lugares donde se nos cuida -donde ellas y ellos nos cuidan- sino que impregna la vida familiar y redunda en ausencias, ritmos desacompasados, en la crianza y el cuidado de sus mayores.

Durante unos meses recibieron los aplausos de la ciudadanía muerta de miedo que necesitaba esos cuidados y de la que temía necesitarlos en esta psicosis colectiva alimentada por las cifras de muertos diarios, el desconocimiento de cómo funciona esta nueva amenaza, su aparente arbitrariedad. Ya lo escribí anteriormente y, como yo, muchas personas han alertado del peligro de la heroicidad, no como algo puntual, sino como un factor sistémico.

Pienso en Aquiles, en Héctor, en Patroclo y sus hazañas brillaron fulgurantes hasta el sacrificio final. Lo malo de la heroicidad es eso, el temilla del sacrificio; no del esfuerzo, no del compromiso, no de la profesionalidad, no, esa tontería de nada del sacrificio. No en vano los héroes clásicos participan todos de la tragedia, ese género en que la excelencia va de la mano de la muerte.

Las y los enfermeros de este país (imagino que como en el resto) no aspiran a convertirse en mito, ni a ser la prueba sacrificial de la fe en el sistema de los demás, esperando secretamente, como Abraham, que una mano de última hora detenga la hoja afilada; qué cobardía por nuestra parte si nos amparamos en la vocación, esa cualidad que no puede sustituir en la mesa de cirugía al escalpelo. Nadie pide en un hospital vocación, aunque la espere, pide medios para ser atendido.

Por eso la romantización e idealización de quienes en plena primera oleada de esta crisis nos han salvado el culo a los que han podido es, aunque comprensible, igual de inoperante y de injusta que los reproches de ahora. Hacer guardia en un SAR no es la “Canción del pirata” y el personal sanitario no tiene por qué verse afectado por este devenir entre el premio y el castigo en que solemos debatirnos; su sobre esfuerzo generó el espejismo de la falta de necesidad de cambios entonces y, ahora que reclaman esos cambios necesarios, el descrédito. Necesitan soluciones.

Este es un ejemplo de violencia sistémica que no les afecta sólo a ellas y ellos; sus condiciones laborales inciden negativamente en el desempeño de su trabajo y eso nos incumbe y nos afecta a todos, las dos cosas. La idealización y la ñoñería de la vocación como excusa o pantalla también afectan a otras profesiones, de forma habitual (como a la enseñanza) o de forma puntual. En ningún caso consiguen nada más que un ejercicio de luz de gas que acrecienta las sombras de nuestro estado de bienestar, de nuestras herramientas para tratar de compensar las desigualdades.

Me alegra que esta vez la red social en que vi su foto y que se utiliza habitualmente como espacio virtual para esa misma idealización de las condiciones de vida mostrara nuestra sociedad tal como es, con sus carencias y con la valentía y la terquedad de las personas dispuestas a dar la cara para solventarlas. Una imagen proyectada al servicio de servir, no para sostener espacios de poder; una imagen proyectada para dejar al descubierto la raíz del problema, no al servicio de la apariencia; una imagen, la suya, para comprometerse sin filtros.

Hace unas semanas intercambié una serie de mensajes con una ilustradora en la misma red social. Había colgado una composición de #faceyourart en su perfil y preguntaba sobre emplear el tiempo en pensar mucho cómo mostrar las imágenes o en crearlas y no planificar su publicación demasiado. Yo le respondí que soy de publicar un poco de cualquier manera; no se me escapa que todas las redes sociales tienen estrategias que es bueno conocer para llegar más lejos mostrando tu trabajo, pero confesaba yo -y sigue siendo así- que no tengo demasiado tiempo para aprender sobre esto; las horas del día son finitas, tengo otras prioridades. Ella me respondió que mi perfil le parecía “auténtico”, que no era “una estrategia sino comunicación”. Me ha hecho reflexionar mucho sobre los temas que toco en estos artículos. A veces tienen como ahora una conexión con la actualidad, aunque a veces esa conexión sólo es la chispa que ha iniciado el resto del proceso. Me he preguntado en qué medida somos consumidores de actualidad mientras los temas de fondo o el fondo de los temas (a veces coinciden) quedan relegados siempre. Que estos artículos aparezcan en un blog, aunque sea en un diario digital, me permite probablemente hablar de las cosas que me parecen importantes aunque no estén de moda, de asuntos que son de fondo y están bajo la vida que llevamos, soportándola a veces y otras veces viniéndose abajo. Será interesante en otra ocasión hablar de los mecanismos de las redes sociales, los evidentes y los encubiertos y de la licitud de su uso tal y como están planteados; de la privacidad, la libertad y la propaganda. Eso otro día.

Hoy termino con otra enfermera que se llama también María. En este caso se trata de la hija pequeña de mi pareja (hijastra sigue sonando feo, pero ya es hora de desestigmatizar estas palabras; a mí me ha hecho siempre feliz ser su madrastra). Trabaja en un SAR (Servicio de Atención Rural) y no ha podido hacer huelga porque la descripción de servicios mínimos publicada en el BOE no se lo permite; el 100% de enfermería del SAR según el calendario habitual debe acudir a trabajar. En Centros de Salud de más de cinco profesionales de enfermería, el 70 %; en los de cinco profesionales o menos, deben trabajar tres. Satse Madrid ha denunciado el decreto de la CAM que estipula el 100% de esos servicios mínimos en muchas unidades hospitalarias.

Lo que yo me planteo es: ¿cómo de infradotada está la sanidad pública para establecer estos servicios mínimos? Es y no es a un tiempo una pregunta retórica. Y es también uno de esos temas de fondo que nunca atendemos hasta que se convierten en dolorosa actualidad, hasta que el miedo nos hace sentirnos expuestos y advertimos las grietas, ya no en las reivindicaciones de otros sino en la propia carne y en la de los familiares y los amigos que hemos perdido estos meses, por la Covid-19 o por la desatención de otras patologías que el colapso ha tenido como consecuencia; y lo que está por llegar. Las peticiones de este colectivo son una ruta de tácticas sucesivas y complementarias cuya estrategia es el bien común. No hay nada más auténtico. Lo otro es usar a los colectivos profesionales como símbolos, como paracaídas o como felpudos, según la necesidad; pero usar, al fin y al cabo.

Lo cantó Aute y después Silvio Rodríguez le puso alegría a la legendaria melancolía del primero, sin restarle un ápice de intensidad: “(nos) va la vida en ello”.

Nos va la vida en ello