viernes. 19.04.2024

Lugares

solo

Lugar o espacio son términos que nos sirven para definir, describir, acotar geográficamente parte de la realidad en la que nos movemos. Lugar exterior.

De cierta manera, también nosotros somos físicamente lugar; lugar cambiante, lugar para la ternura o la violencia, lugar para acoger o lugar que rechaza. A veces, nombrar ese lugar que somos y adjetivarlo resulta difícil; a veces nos dejamos cartografiar y la lectura del mapa puede resultarnos grata o desagradable; puede resultarnos extraña por ajena y por indescifrable o por incomprensible, en ambos casos, el grato y el ingrato. A veces somos superficiales en ese acto de viajarnos, otras veces nos descubrimos con hondura. En ocasiones reconocemos la orografía propia sólo por cómo la viajan los demás; y sus recorridos, su mirada, sus notas de exploración nos devuelven una capa más de ese lugar que somos. Una capa más. Todas las geografías se construyen por capas y se analizan por capas y se reconocen por capas. No todas las capas son descubiertas ni dichas, pero desde luego están ahí.

Nuestra psique también es lugar. También se esponja en múltiples superposiciones -como las milhojas en el horno- en la conversación, el sueño, la reflexión personal. También tiene espejos, por repetición, por conexión o por confrontación, en la psique de los demás. También a menudo es ignota e innombrada.

La soledad en este tránsito es una tentación; a veces, una necesidad; y a largo plazo, un peligro

Todas estas concepciones del espacio construyen un universo en tres dimensiones. El tiempo, como en la Física, es una cuarta dimensión que nos permite sumar millones de fotos fijas de este camino. Ser lugar en el tiempo es aún más desconcertante y, por qué no, más interesante. Un mundo de posibilidades.

No obstante hay lugares que no queremos ser y otros que no queremos habitar. Las situaciones dolorosas, por decepcionantes, frustrantes, por su capacidad para partirnos hasta la raíz de quienes creemos ser; por su capacidad para soplar de forma huracanada, para ser sismo, para anegar lo asentado geológicamente a lo largo de innumerables edades, aunque no fuera de forma consciente, e inutilizar todos los mapas, para olvidar los nombres o que sean ya inservibles; esas situaciones, normalmente relacionadas con la pérdida de algún tipo, son, a nuestro pesar, también lugar en que ser, inevitablemente.

Puede que una de las experiencias más difíciles de afrontar sean estas pérdidas en que nos sentimos literalmente fuera de lugar, desubicados, sin referentes, sin definiciones, sin rumbo y, sin embargo, obligados a estar, a movernos, a mostrarnos. Porque desde ese espacio que ya no sentimos ser y desde esa no-geografía en que habitamos, nuestro cuerpo y nuestra mente deben seguir levantándose, lavando la ropa, comiendo, manteniendo conversaciones, haciendo la compra. El lugar exterior no sólo permanece, sino que se mueve y los demás en él. Apreciamos patrones e intuimos sentido en ese movimiento y nos sentimos viajados y varados a la vez, incapaces de reconocer y planificar rutas, pero sabiendo que están ahí.

La soledad en este tránsito es una tentación; a veces, una necesidad; y a largo plazo, un peligro. Mi experiencia es que cuando la geografía -la exterior, la de nuestro organismo y la de nuestra mente- se han vuelto incomprensibles, dolorosamente impertinentes, cansadas, una guía es necesaria. A veces un abrazo, a veces una palabra, a veces una mirada, una risa, a veces ser acompañados simplemente. Ser observado sin juicio y acompañado puede ir reescribiendo nuestros mapas. Lo normal es que esos mapas no sean como fueron. Pero es que vivir es eso.

Acompaño ahora un proceso de duelo. No tengo muy claro qué lugar soy, pero sé que soy lugar habitable y habitado. No tengo muy claro cómo cambiará ese duelo el lugar que habito, pero sigue siendo nido para mí. Estos mapas de cuatro dimensiones a su vez se entrecruzan, se solapan, se restan o suman, se anulan o complementan. Vivir es complejo; quien buscara algo sencillo se ha equivocado de sitio. 

Lugares