martes. 08.10.2024

La costura y la radio

radio

Recuerdo a mis abuelas cosiendo. Ambas tenían una de esas preciosas máquinas a pedal, metálicas, cuyo sonido locomotor se acompañaba del bamboleo del cuerpo rítmicamente impulsando la pierna derecha, que guiaba las puntadas sobre la mesa. Para mí, que crecí en un país con tiendas de prêt-a-porter como norma, aquello era maravilloso en sentido literal. Las modistas siempre me parecieron sacadas de una película en blanco y negro o de una revista de papel cuché , por lo antiguo y lo exclusivo; se iba a la modista para hacerse un traje o un vestido para una ocasión especial, muy especial. De las máquinas de coser de mis abuelas, lo mismo que de sus agujas de punto o ganchillo, salían disfraces, jerseys y vestidos de verano, que casi siempre eran menos modernos que los de las tiendas, pero también tenían cierto gusto a cuidado, a atención, a cariño, a familia. Mis abuelas solían coser escuchando la radio. Dos actividades individuales que construyen la colectividad.

Mis abuelas cosiendo eran para mí paisaje; podía mirar, pero no podía tocar. Pronto me alertaron de los peligros de la aguja y comprobé empíricamente lo que duele pillarse la mano con el pedal. Con el paso del tiempo, verlas coser me pareció entrañable, pero pasado de moda. Mi madre, en cambio, nunca aprendió a coser. Ella tuvo estudios superiores y, sin darme cuenta, sus vidas, la de la madre que había estudiado y las de las abuelas que cosían, empezaron a ser caras diferentes de una misma moneda, unidas y opuestas.

No creo que las tragedias no hagan ser mejores. Creo que amplifican quiénes somos, en cualquier sentido; en todo caso, nos dejan al descubierto

Ya me he perdonado a mí misma la estupidez, o la falta de perspectiva. El estudio de la lengua enseña que se producen diferentes tipos de variación lingüística; tienen que ver con el tiempo, con el espacio, con la competencia, con el contexto. Denotativamente, mis abuelas eran costureras y amas de casa y mi madre era empleada de banca; connotativamente, mis abuelas eran lo que no les había quedado más remedio que ser y mi madre era profesional. Siempre supe que ni Carmen ni Guadalupe habían podido elegir sus futuros en este aspecto y el conocimiento de esas circunstancias particulares y de la historia colectiva me ayudaron a ir dando sentido a esa realidad. Almudena Hernando habla en La fantasía de la individualidad de la lógica profunda que da sentido a las cosas y del estudio de los orígenes como clave esencial del conocimiento de los procesos. Sincrónicamente, mi madre y mis abuelas me parecían variaciones diafásicas (contexto)  o incluso diastráticas (competencia) del significado de mujer; diacrónicamente he descubierto que eran mujeres que vivían de forma diferente pero no opuesta los impulsos de pertenencia y contribución de los que habla la psicología adleriana. Coser era una actividad individual que construía parte de la red familiar, de igual manera que el trabajo en la oficina bancaria suponía parte de la realización y pertenencia al colectivo de mujeres trabajadoras (fuera de casa) tan importante para mi madre y, al mismo tiempo, era una contribución a la sociedad y a la educación (por ser un modelo) y la economía familiares.

También se habla en el libro de Almudena Hernando de cómo el estudio de la cultura material se centra en lo que las personas hacen y no en lo que eligen contar de sí mismas; esto del “relato” tan mentado en nuestra vida política. Así, a través de lo que cosían, cocinaban, pintaban, tejían, leían, escuchaban; y también de lo que no estudiaron, no compraron, no leyeron, no vieron, aprendí a conocer a las mujeres de mi vida. Fueron pistas que seguir en la aventura de reconstruir la historia familiar. La guerra, que desterró a la familia de la casa; y la muerte prematura de la madre, que convirtió en criadora a una niña que necesitaba aún ella misma de cría. Es decir, el estudio de los orígenes -aquí tan burdamente simplificados- explican los procesos posteriores, incluida la costura. Un país en crecimiento y unos padres cuyas elecciones se hicieron en contextos tan difíciles propiciaron los estudios de mi madre, a quien no parece que nunca le interesara coser.

Escuchar la radio es en mi familia, como he dicho antes, también una actividad individual; mis abuelas escuchaban sus programas, que no eran los mismos de mi madre. Tampoco era una actividad simultánea. Sin embargo, como la costura, construía también un submundo colectivo de afectos, más amplio que la propia familia: en red con personajes de radio novela que amar o detestar; con periodistas a los que asentir, jalear o discutir; con oyentes de cualquier geografía en sintonía con esa recreación de la realidad, ajena e íntima.

Lo colectivo y lo individual en continua búsqueda de equilibrio, en todas las esferas de nuestras vidas.

Muchos de mi generación hemos tenido el privilegio de ser la síntesis de las dos generaciones anteriores: hemos podido estudiar, también hemos recuperado muchas habilidades manuales que la producción industrial había dejado de lado. En la aparición de muchos colectivos, asociaciones y proyectos en diferentes ámbitos -cultura, educación, medio ambiente- se aprecia esta combinación: Basurama, NADA Colectivo, La Ingobernable, La Imprenta, La Troje, Familia Plómez, por citar algunos ejemplos; hay muchos más. No es fruto de la pandemia. Empezaron a surgir antes y es necesario que prosperen durante esta crisis y después. Aunque no, desde luego, ocupando el lugar del Estado, que no debe ser negligente en la atención de las necesidades de sus ciudadanos, sino caminando parejos en una manera más democrática, más participativa, más personal y más pro activa de configurar el espacio común.

En esta distopía actual y pandémica de andar por casa, tan terrible como la de muchas películas pero mucho menos épica, parece que lo individual abunda en la transgresión y el egoísmo (personas que anteponen sus necesidades personales por encima de los demás y se pasan las normas de horarios y compañía por el forro) y que relumbramos en lo colectivo (la sanidad, la educación, los servicios sociales y las iniciativas que contribuyen a reforzar esa red de cuidados tan necesaria, como los bancos de alimentos, Cáritas, Cruz Roja, costureras por doquier haciendo mascarillas y muchos otros).

Últimamente, con mi principal actividad laboral en suspenso, coso mucho (sobre todo mascarillas) y escucho mucha radio. Lo primero lo aprendí de mis abuelas; lo segundo, sobre todo de mi madre, que lleva toda la vida dejando “transistores” encendidos por toda la casa. Coser responde al impulso de la contribución; necesitamos, en general, ser honestamente útiles al grupo. Escuchar la radio, al impulso de la pertenencia; somos seres relacionales. Esta radio maravillosa de estos días y de estos últimos años ha recuperado esa forma de tejer comunidad que tenía la radio que recuerdo de pequeña. Ambas, la costura y la radio, acompañan, cuidan, construyen. Combinan lo mejor de relatar y de ser cultura material, se afianzan en los orígenes para dejar al descubierto la raíz de las cosas y dotar de sentido la vida, tejen una colectividad de cuidados y de conocimiento.

No creo que las tragedias no hagan ser mejores. Creo que amplifican quiénes somos, en cualquier sentido; en todo caso, nos dejan al descubierto. En algunas mañanas o noches de costura (benditos podcast) he estado escuchando Cuando fuimos ciegos, el documental radiofónico de Carlos Alsina en tres capítulos. Me ha parecido un interesante recordatorio de que vivir es una elección constante entre vivir a ciegas como los personajes de Saramago o buscar los orígenes, comprender los procesos y poner el conocimiento del mundo y de uno mismo, con honestidad y con orgullo, al servicio de la construcción de una comunidad responsable, cuidadosa y competente. 

La costura y la radio