viernes. 29.03.2024

Hirameki

yolanda

Somos muchas cosas. Yo, por ejemplo, soy mujer (cada vez tengo menos claro qué significa eso, salvo por las restricciones culturales, laborales, económicas y sociales; salvo por la idea, tomada de V. Woolf, de que la dimensión de la mujer debe ser de libre elección); soy hija, compañera y madre (por orden de filiación cronológica); soy educadora, escritora e ilustradora; soy una yonqui del chocolate (que no compro para no comerlo); soy buscadora de amapolas en primavera y de matices de gris en invierno; y así podría seguir un rato largo. Soy también la persona que compró un libro sobre el arte (y práctica) del hirameki, la que estudia la Teoría de mundos posibles en narrativa, la que ojea Twitter antes de ir a dormir. Lo que escribo es producto de lo que soy; también es su expresión. No son exactamente lo mismo.

Quería escribir esta semana sobre la manifestación de la belleza en Twitter, pero al final esto va a ser un ejercicio de defensa en zona, para demarcar algunos límites, que es tanto como ahondar en el sentido de ciertas cosas.

El hirameki es una técnica de pintura a través de la búsqueda de sentido de una mancha de color; la sublimidad de aunar el trazo de la mano con el pensamiento que descubre y el ojo que reconoce aportan al dibujante un pedacito de autoconocimiento a través del conocimiento del mundo; o tal vez sea al revés, porque ambos conocimientos son mediados por quiénes somos y cualquier instrumento implica error y modificación de lo observado. Es complejo.

Veamos, toda mancha de color necesita de interpretación y es aquí donde enlazo con la Semiótica. Cada mancha de color es un signo, relacionado con un referente (digamos un objeto real) a través de un sentido o significado (su interpretación); este triángulo de relaciones se equilibra inevitablemente. De manera que, para interpretar la mancha cada uno depende de sus circunstancias individuales y grupales (género, si se está en circunstancia de estar o no racializado, los estudios realizados, las lecturas, las películas, series, programas de televisión vistos, la familia como noción asociada a la identidad, la economía, etc.), que actúan como contexto. En realidad, estas circunstancias son a un tiempo individuales y colectivas: el conjunto completo es unipersonal, pero muchos de los elementos participan de agrupaciones que nos comunican con otros individuos. Y, así las cosas, parece complicado que todos reconozcamos en la mancha el mismo referente; aunque habrá conjuntos de personas cuyas identificaciones sean muy similares e, incluso, aparentemente iguales.

Cabe preguntarse en qué medida una solución particular puede aportar conocimiento; tal vez debamos asumir que los reconocimientos individuales son parciales y, en realidad, esto ya quedó claro en el arte de entreguerras y aún antes en El Quijote. No parece, sin embargo, que fuera del ámbito del arte estemos dispuestos, en general, a reconocerlo.

Digamos ahora que la mancha de color es rojigualda. El significante (la bandera) parece fácilmente reconocible como forma, pero está claro que su interpretación o significado, en relación con su contexto, es una de las controversias más cansinas -en su aspecto distractor- y más habituales -en su sentido profundo- en este país, que sigue pareciendo cainita sin remedio.

Está claro que no para todos significa lo mismo y me pregunto si no es resultado de una perversión de este triángulo semiótico. Porque, para entender el sentido de algo o descifrar nuestra identidad, hace falta asegurar ese equilibrio y eso exige un análisis honesto y, por lo tanto, siempre dispuesto a la crítica y la revisión del conjunto de nuestras interpretaciones. El contexto es cambiante, el instrumento que analiza (nosotros), también. No digo que todo sea relativo, digo que la búsqueda de sentido debe equilibrarse y buscar la objetivación, y que como colectividad disponemos de disciplinas de análisis que nos ayudan en esta tarea.

El hirameki busca también la felicidad. Es una felicidad inteligente, porque se basa en el descubrimiento (conocimiento intuitivo, no fabricación) de un significado. También en este aspecto me parece que corrompemos el debate público, cuando la felicidad o, mejor dicho, la satisfacción, no nacen del conocimiento sino de la adhesión. Es el peligro de tensar el triángulo por el lado del contexto, entendido como la extensión del individuo, pero sólo en uno de los conjuntos a los que pertenece. Es el peligro de dejar en manos de otros la búsqueda del sentido de las cosas, el peligro de la credulidad, el peligro de identificar el contexto con la parte que es expresada sin atender al conjunto ni a la forma que toma esa expresión.

En el hirameki puede haber una solución correcta, pero es individual. Lo que ocurre es que se puede compartir. Y digo compartir y no imponer. Probablemente una buena parte de saber quiénes somos tiene que ver con lo que elegimos compartir y cómo lo compartimos. Generamos un contexto al expresarnos -un conjunto de mecanismos que usamos para incorporar lo social a la identidad individual en forma de intensión-  que da significado al signo, en un sentido concreto.

Twitter en conjunto es un macrotexto, compuesto por microtextos y por un sentido profundo, que estas relaciones de que he hablado van mutando. Es verdad que la macroestructura se puede manipular, de igual manera que se puede manipular el significado de un solo microtexto e incluso de una sola palabra, como hemos visto que ha ocurrido esta semana con la palabra “bandera”. Por eso la práctica del hirameki es tan interesante, porque necesita de equilibrio crítico para aportar verdadera felicidad. Y por eso, al entrar en Twitter, cada vez hago menos caso a la distorsión y elijo aquellos perfiles que buscan honestamente sentido y que comparten la belleza de la búsqueda y del conocimiento, en toda la extensión e intensión de su significado.

Les recomiendo a J.J. Muñoz Rengel (@jjmunozrengel) y sus propuestas para ejercitar la narración creativa; a Guillermo Altares (@galtares) y su escritura constructiva -ya sea  a través del ensayo, los artículos o su participación en La Cultureta (@LaCultureta)-; a Molinos (@molinos1282) y sus reflexiones blogueras, sus fotos de hombres guapos y de cosas bonitas en general; a Rock’n’Roll Animal (@rockanimalradio) por sus encuestas, su tono amigable y crítico, su compromiso con la música y su didactismo; a Pikasso Dios de las Vanguardias (@GodPikasso) por sus hilos sobre artistas pictóricos; a Laura Franch (@franch_laura) por la delicadeza y el compromiso estético y ético de las obras que elige mostrar, por lo que se aprende con ella; a Nando J. López (@Nando_Lopez_) por sus hilos literarios y su activismo paciente; a Belén Bermejo (@BelenBermejo) por sus fotografías y sus recopilaciones sobre Sargent y Turner, entre otros; a Lara Santaella (@lara_santaella), que es una fotógrafa vitalista, que araña la superficie y nos deja la calle y a los que la habitamos al descubierto; a Dara Scully (@dara_scully) por su fotografía maravillosa, alegórica, íntima y expuesta; a La vida en viñetas (@DuarteUrdiales), que selecciona ilustradores y artistas del cómic y nos deja ver su trabajo; a Fernando Trujillo (@ftsaez) y la templanza con que investiga, propone y debate en el ámbito de la educación; a Clara Megías (@claranubol) y sus pedagogías invisibles.  Me dejo muchos perfiles, lo sé. Gracias a todos ellos por construirse y construirnos de esta manera.

A los odiadores y perversos es mejor no darles cancha; mientras, ese tiempo que no desperdiciamos podemos emplearlo en generar una urdimbre que soporte la estupidez y nos proteja de su maldad, tan recalcitrante.

Hirameki