viernes. 19.04.2024

Espacio mental

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De un tiempo a esta parte charlo frecuentemente con amigos (telemáticamente, como casi todo en esta nueva Era Solaria -los amantes de la ciencia ficción me van a entender-) o leo, escucho y comparto impresiones con personas de redes sociales o de talleres on line sobre la dificultad para concentrarse en tareas intelectuales, sobre todo creativas. En mi caso, lo que más me cuesta es escribir, en particular escribir ficción. Pequeños ejercicios de micro cuento o pequeños poemas esporádicos, como haikus, me salvan de esta pobreza que siento, no por falta de ideas, que atesoro en notas en el móvil con copia de seguridad puesta al día, sino por la falta de estabilidad emocional, del espacio físico y del silencio necesarios para desarrollarlas. Un silencio que no se refiere sólo a la ausencia de ondas circulando por la atmósfera y percutiendo en mis tímpanos, sino a ese otro silencio que llamamos o llamo “espacio mental”.

Es frecuente ver idealizaciones del trabajo de los creadores y las creadoras en obras de ficción y, lo que es peor, en obras de no ficción; aunque cada vez se da más testimonio de la realidad de quienes nos dedicamos a esto del arte en alguna de sus formas. Tal y como yo lo veo, al menos dos circunstancias nos atraviesan de forma general y una de forma más restringida.

Voy primero a enunciar el cliché: un varón se levanta, se asea, se viste, desayuna y se pone a escribir horas sin número, con mejor o peor acierto, con más o menos inspiración. Quién ha aireado la habitación, hecho la cama, limpiado el baño, hecho la compra, la colada, el desayuno, limpiado la casa…, eso permanece en el limbo poco simpático que no aparece generalmente en las películas o novelas, por poner dos ejemplos nada más.

El espacio mental es salud y, aunque sea una experiencia individual, se construye colectivamente

Las dos primeras circunstancias son una consecuencia de la otra y tienen que ver con el poder adquisitivo, el nivel socio-económico, o la clase social. Si una o uno pertenece a una clase social acomodada por vía familiar, puede darse el caso de tener todo el tiempo del mundo para dedicarse al arte, sin tener que preocuparse por emplear tiempo en el resto de tareas que nos permiten ir aseados y bien alimentados, tener al día las facturas de suministros y otras minucias. Si una o uno tiene los contactos, la suerte y el talento (lo último, por sí mismo, no suele bastar) de vender mucho de lo que hace y venderlo bien, puede delegar esas tareas en otros y estar al día con las facturas (voy a ser un pelín machacona con esto, pero es que es importante) mientras se dedica exclusivamente a crear.

Lo común, sin embargo, ahora que el analfabetismo es tan reducido (hablo desde mi acomodada circunstancia educativa de ciudadana europea), es que personas de cualquier clase social sientan voluntad de crear y tengan, no sólo la capacidad innata, sino la formación para hacerlo. Lo de los medios ya es otra cosa, de manera que es muy frecuente que los y las creadoras seamos pluriempleados -en el mejor de los casos-, en combinaciones nada lucrativas entre una actividad asalariada y otra en régimen de autónomos, o una menos lucrativa aún en régimen de autónomos y ya, pero con múltiples actividades para intentar, a través de la diversificación, llegar a fin de mes (facturas e impuestos otra vez, inevitables y necesarios, aunque tal vez el régimen de autónomos en esto del arte necesite una vuelta). Voy a mencionar simplemente el trabajo que además se hace pero no se vende.

La segunda circunstancia general, dejando fuera al grupo acomodado o de grandes ventas, es la falta de tiempo. Si una tiene que ganar dinero para comer y el arte no le da, lo de crear se hace fuera de horario, normalmente en horas restadas al sueño porque -y aquí entronco con la tercera vicisitud-, si además una es mujer y madre, lo estadísticamente habitual es asumir incluso más tiempo de cuidados (entendidos en toda su extensión) que nuestros compañeros hombres. Ya, not all men y eso. Que es verdad, no todos, vuelvan a leerme dos frases atrás. Es el clásico aut liberi aut libri (los hijos o los libros) que históricamente ha dado escritoras llegadas a la cuarentena o la cincuentena, cuando los hijos estaban criados y en ocasiones, los maridos, fallecidos.

Todo esto -la falta de dinero, de tiempo, y frecuentemente de espacio concreto y de un solo uso; conozco a grandes artistas que trabajan en la cocina, en el salón, en el dormitorio, en cafeterías, en el coche, a veces en los descansos de los empleos oficiales- se traduce en ruido mental. Una niebla acentuada por el estrés de esta pandemia que todo lo agrava a base de multiplicar la incertidumbre, el miedo, las dificultades y de restar herramientas de cuidado y desahogo emocional, debido a la falta de contacto con las personas que amamos. Cuánto de este ruido sofocan las reuniones con amigos, aunque haya en ellas mucho jaleo, ¿verdad?

El espacio mental es salud y, aunque sea una experiencia individual, se construye colectivamente. Este fin de semana asistí a una charla on line en que el ponente hablaba de la descolonización del pensamiento y de nuestras acciones derivadas de esas estructuras mentales, que nos arquitectan, seamos o no conscientes de ello. Dejar de presuponer la bohemia, dar valor al trabajo creativo sin asumir que el mismo trabajo es suficiente recompensa, e incluso reconocer que la creación, en cualquier ámbito, sí es un trabajo, son puntos desde los que empezar; de forma que convertirnos en consumidores de ese trabajo de forma responsable y respetuosa, asumiendo los tiempos y la retribución económica necesarios y  justos de sus autores, será una primera consecuencia lógica. La segunda, derivada de cierta estabilidad económica y de la conciliación laboral y familiar, será poder disfrutar de algo más de ese espacio mental. Ya lo dijo la Woolf, pero aquí seguimos.


PD: ¿Recuerdan a Vera? La administración competente (por decir algo) erró el lugar de las obras de acondicionamiento y las llevó a cabo en el CEIP Marqués de Suanzes -que en realidad ya estaba acondicionado para estudiantes con diversidad funcional motora- en lugar de hacerlas en el IES Marqués de Suanzes, que carece de toda infraestructura necesaria. Vera sigue con los mismos problemas de acceso al centro, a los patios, al baño y por consiguiente, con los mismos problemas de autonomía, de socialización y de intimidad. Vera y todas las Veras del distrito de San Blas-Canillejas en la Comunidad de Madrid.

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