jueves. 28.03.2024

¿Edén? No, gracias

tebeo

Me gusta mucho Borges (el escritor; lo de las nueces es una asignatura pendiente) y, entre su obra, destaca para mí un pequeño ensayo -aunque en Borges es todo ficción de alguna manera- titulado “La muralla y los libros”. En él se habla de un emperador chino que ordena quemar todos los libros que le preceden; también ordena la construcción de la muralla que pretende rodear el imperio. La primera acción tal vez quiere abolir el pasado; la segunda, cercar el presente para hacerlo inamovible. Me acordé de este ensayo mientras leía la noticia sobre Lo que el viento se llevó y su desaparición inicial de la oferta de HBO Max, parece que a instancias de las declaraciones públicas de John Ridley en el diario Los Angeles Times.

La quema de libros es un acto de censura, como la retirada de la película; aunque la censura puede ejecutarse por medio de otros mecanismos que no son la ocultación deliberada, como no invertir en determinados proyectos, no distribuir esos proyectos si consiguieron realizarse, o sobre promocionar otros productos, de forma que lo que se quiere neutralizar sea inalcanzable en la maraña de información. Vamos a idealizar el asunto asumiendo que lo que se quiere invisibilizar sea dañino; en este caso hablamos de racismo, pero la censura tiene un largo historial de borrado de obras con buenos valores. En todo caso, cabe preguntarse si el borrado de una obra así nos transforma o nos conforma con todas aquellas actitudes cotidianas que abundan en el mismo racismo que denunciamos; cabe preguntarse si nos estamos poniendo una tirita, no en la herida, sino en los ojos. Sobre esto, propongo leer a Laura Casielles en La Marea (“¿Quién me está gritando que no puede respirar?”, 5 de junio de 2020). También me asombra nuestra capacidad para condenar determinadas cosas mientras normalizamos el consumo de otras producciones culturales que promocionan aspectos terribles de la condición humana y no doy nombres para no dar pistas a los amantes de las hogueras. Se trata de anular para crear, de reinventaros libres de malos recuerdos.

La muralla que preserva tiene su equivalente actual en la creación de “relatos” (no sabían los formalistas rusos que su distinción entre “historia” y “fábula” iba a ser tan manida) y también en la general confusión que propician las noticias falsas y la elaboración de contenidos de fácil disposición pero información errónea y a veces malintencionada. Nombrar para que algo sea. De nuevo, anular para crear.

La relación entre arte y pedagogía no sólo es inevitable sino deseable, pero no debemos enfocarla desde el punto de vista del adoctrinamiento, sino de la exploración, la indagación, el cuestionamiento

Lo malo de quemar y amurallar -incluso si la motivación es loable, justa, necesaria- es que cancelan la memoria y la comunicación, que son dos pilares de la garantía crítica. Recuerdo que en la nueva versión de E.T. los policías que persiguen a los niños ya no llevan armas de fuego (fueron borradas digitalmente); y en Lo que el viento se llevó, la desaparición de la película borra la normalización y dulcificación de la esclavitud. En cuanto a amurallar, ha habido en Twitter estos días una confrontación de opiniones (no diálogo, porque en general no he visto demasiada escucha activa) sobre si la obra de Tolkien era machista y racista; también asistí, hace años en un congreso, a los desvelos de un ponente por hacer una revisión marxista de la literatura medieval.

Tanto la memoria como la comunicación nos ayudan a advertir la estructura interna, la motivación y la relación contextual de una obra de arte; se trata de un análisis que debe producirse para discernir y aprender lo que en cada caso podemos rescatar o descartar para nuestra vida. La conciencia de ambos nos ayuda a crecer; y describir una obra en relación con el contexto en que fue producida e incluso en confrontación con la actualidad, la explica, no la justifica ni la condena.

Por otro lado, el arte, como método de trabajo y como producto ante el que nos situamos, a través del proceso de extrañamiento que le es inherente -mediante la descontextualización u otras herramientas- hace que las tensiones y relaciones en que nos debatimos queden al descubierto, pero además inducen un proceso de reflexión sobre si son pertinentes y cuál es su función, de manera que capacita críticamente. Esta capacitación a la larga se convierte en una percepción habitual de la realidad como representación, de manera que se genera una actitud crítica que no sólo se dirige hacia el arte, sino hacia la vida en general. El arte, si es honesto consigo mismo y no es solo un instrumento de propaganda, promueve una actitud crítica que convierte a los individuos en seres conscientes de la necesidad de su participación en la configuración activa del mundo en que viven (el análisis crítico impele la acción) y de su responsabilidad tanto en esa acción como en la inacción. Es aquello de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad” (soy tebeófila desde pequeña). Pero incluso si es un instrumento de propaganda, da fe de que esa propaganda existió, lo cual es también valioso. En este caso, no se trata de negar la importancia de la estrategia de romantizar, estereotipar y dulcificar el racismo, sino de mostrarlos, analizarlos y revelarlos, aun cuando no fuera la intención original de la película.

No hay por otro lado arte neutro o no ideologizante o que no se apoye en el sustrato de una ideología (y basta ya del uso tan negativo de la palabra ideología, pues todos, en el uso de nuestras facultades, funcionamos de acuerdo a un conjunto de ideas fundamentales). Lo que ocurre es que un discurso, el que sea, no impide su crítica; y cualquier obra de arte tiene también elementos formales o de contenido que merecen ser salvados, pues nada -ni bueno ni malo- nos define por entero.

La censura nos hurta esta práctica crítica y nos hace menos capaces. Propongo un ejemplo familiar, que tiene que ver con otro aspecto de nuestras vidas. Uno de mis hermanos, el menor, le puso a sus hijos una serie de animación que le encantaba de pequeño: Los caballeros del Zodíaco. Recuerdo que yo detestaba la serie por el ruido y la violencia, pero no recuerdo haber pensado sobre el tema que surgió cuando la vieron mis sobrinos. Mi sobrina mayor preguntó por qué no había chicas entre los caballeros. Tengo entendido que mi hermano se paró a pensar antes de contestar, sobre por qué sucedía eso y sobre por qué nunca se lo había preguntado a sí mismo. En otras ocasiones he hablado con hijos e hijas de amigos y con el mío, sobre el papel de las niñas en los dibujos animados o sobre su ausencia; nos inundan las cuotas y los estereotipos, aunque también hay series que muestran espacios en que lo masculino heterosexual de clase media-alta no es el fiel de la balanza del ser humano.

La relación entre arte y pedagogía no sólo es inevitable sino deseable, pero no debemos enfocarla desde el punto de vista del adoctrinamiento, sino de la exploración, la indagación, el cuestionamiento. El arte transforma al que mira, pero no necesariamente para adoptar sus presupuestos. He visto todas las películas de princesas que Disney ha puesto a mi alcance y soy feminista y en absoluto monárquica; algunas las he visto ya con mi peque y hemos tenido conversaciones muy interesantes sobre mucho de lo que reflejan del tiempo en que se hicieron y del actual.

Censores de todas las épocas han denostado o prohibido obras musicales, literarias, escultóricas, pictóricas, cinematográficas, teatrales…, de acuerdo a valores no necesariamente permanentes a lo largo del tiempo. Incluso en el caso de aquellos valores que nos parecen universales y que resisten el paso de los siglos, prefiero vivir fuera de un hipotético Edén que me incapacite para el discernimiento y ser responsable de mis ideas y mis actos.

Parece que HBO Max ha repuesto la película, con una aclaración sobre el racismo implícito en ella. Me apena la nota al pie, como si el largometraje no fuera más que eso, y como si lo realmente importante no fuera asumir la responsabilidad individual de cuestionar lo que vemos, leemos, creamos; de informarnos sobre el contexto en que una obra ha sido creada; de analizar ese contexto para descubrir las motivaciones sobre las que se asienta; y la responsabilidad colectiva de acompañar en esta actitud exploradora a quienes nos rodean, adultos o menores.

¿Edén? No, gracias