viernes. 29.03.2024

En su punto

A este pollo le faltó hacerse. Los comensales observan. El asador no ofrece disculpas; no.

_A este pollo le faltó hacerse.

Los comensales observan.

El asador no ofrece sus disculpas; no. Por el contrario, el asador le endilga la responsabilidad de su fracaso (ese pollo que a centímetros de la brasa rebosa aún de colores vivos), al mismísimo pollo.

_A este pollo le faltó hacerse. Insiste mientras ve agonizar los últimos destellos de fuego.

Uno de los comensales reflexiona en voz alta. Desde su parecer existe otro modo de explicar lo sucedido. Sus cavilaciones le hacen suponer que aquí hay una cuestión semántica, un error en las formas expresivas. Y a la afirmación del asador le suelta entonces una sentencia en tono de duda. _ O a usted le sobró ineptitud.

El asador ni se inmuta. Se desentiende de la inquisitoria. La definición de responsabilidad -en su propio diccionario de su Irreal Academia- es algo así como “esa cosa que tienen siempre otros”. Hoy fue al pollo a quien le faltó hacerse. Fue su culpa. La culpa del pollo (como si la función de esta ave no sólo fuese la de resignarse a las apetencias humanas, sino también la de conocer el momento en el que él mismo está a punto para deleitar nuestros paladares. “Oigan, vosotros, los de la mesa. Soy el pollo. Creo que ya estoy como para chuparse los dedos”, quizás avisara desde la parrilla).

De asadores como este está lleno el mundo, sin que por el momento se conozca si ya han formado o no un gremio. De asadores como estos están llenas las calles de las grandes capitales de provincia y las de pequeños pueblos comarcales; hay asadores como estos en las gasolineras y en los centros comerciales, en la parada del autobús y en Museo de Arte Contemporáneo, en el bar de la esquina, en las redacciones de los periódicos y en los mostradores de las dependencias municipales. Son esos seres que pululan entre los viandantes, que pasean sus respectivas irresponsabilidades por la plaza o la avenida principal. Seres adultos que con una impunidad rayana a la que gozan los infantes, andan por la vida culpando de sus propias impericias a cualquier pollo que tenga la desgracia de cruzarse con  él.

_A este pollo le faltó hacerse; insiste el asador ahora, viendo agonizar la brasa sobre la cual, a escasos centímetros, reposa el pollo que aún luce el mismo aspecto que lucía ayer, en su viaje desde la granja a la sección congelados de Carrefour.

El problema con estos tipos no reside simplemente en que son muchos (y encima se la pasan asando). Eso no representaría mayor riesgo; mucho menos aún si no tuviésemos por qué ser sus comensales en la puta vida. El verdadero escollo que representa la presencia constante de estos asadores, es que en ocasiones se candidatean para ocupar puestos en la política. Y lo que es peor: A veces ganan. Es decir que ya no solo se conforman con irresponsabilidades pequeñas, sino que aspiran a disfrutar del beneficio de cometer las mayores irresponsabilidades a sabiendas de que la culpa siempre las tendrá el pollo, incluso el que lo votó.

Hace algunos años atrás, durante una entrevista radial, el ex presidente argentino Carlos Saún Menem (responsable de aplicar medidas neoliberales que acabaron por minar de hambrientos las calles del país), manifestaba su convencimiento de haber hecho un buen gobierno. El periodista que lo entrevistaba le preguntó si no creía que las políticas neoliberales habían producido un gran dolor en el país, si no consideraba que se había equivocado al aplicarlas, si no creía que había fallado, que había cometido un grave error. La respuesta de Menem no se hizo esperar. “La gente no tuvo paciencia”, dijo, colocando a gran parte de los argentinos (que en aquella trágica instancia de la democracia rebuscaban sustento entre los residuos), en la misma posición que el asador inepto coloca al pollo. La culpa es del pollo a quien le faltó hacerse. La culpa es de la gente que no tuvo paciencia. (“La culpa es suya porque lo votó”, pensará algún asador aspirante a mayores irresponsabilidades).  

Puede que fuera el propio pollo el responsable del fracaso de su propia cocción. Puede que haya sido la gente que no tuvo paciencia. "Qui le sait ?" dirían los franceses. Lo que sí es seguro es que asadores como estos presiden países, sin siquiera sospechar la responsabilidad que les infiere portar el fósforo con el que encenderán la leña.

Por su bien y por el bien de todos los pollos de su país, hágase un favor: No los vote. No vote a tipos como estos. De lo contrario no sólo acabará ardiendo entre las llamas, sino que además tendrá la obligación de avisarles a los comensales que, según su criterio, usted ya está en su punto. 

En su punto