viernes. 29.03.2024

Rajoy n'est pas Charlie

Más de un español se habrá desayunado el pasado domingo con una pregunta: “¿Qué coño hace Rajoy en París?”.

rajoy
Imagen de Rajoy en la manifestación de París. (Foto: La Moncloa)

La imagen del presidente de gobierno español en la reciente manifestación multitudinaria llevada a cabo en París en respuesta del ataque terrorista contra la sede de la revista Charlie Hebdó, es la clara evidencia del acierto de Francisco de Quevedo al afirmar que “La hipocresía exterior, siendo pecado en lo moral, es grande virtud política”; aunque a golpe de vista, la  presencia de Rajoy en la capital francesa podría interpretarse sólo como una contradicción más, un “digo lo que no hago y hago lo que no digo” que en este singular período de la historia española ha sido sello distintivo, involuntario leitmotive de quien ha obtenido el poder en base a un programa electoral que, de haber existido alguna vez, lo hizo apenas como mero formalismo.

Quiero suponer que no es sólo a mí a quien le ha indignado que Mariano Rajoy haya posado en la foto representando el rol de adalid de las libertades individuales. Quiero creer que a estas alturas el español menos avispado estará ya en condiciones de reflexionar acerca de esta nueva y excepcional paradoja que ha vuelto a describir el rasgo más significativo de quien nos gobierna. Ansío al menos sospechar que más de un español se habrá desayunado el pasado domingo con una pregunta rondándole la conciencia. “¿Qué coño hace Rajoy en París?”.

No hace muchos años atrás, mientras miles de argentinos desaparecían bajo las garras de los mandamases de la última dictadura militar, el terroríficamente célebre expresidente de facto, Jorge Rafael Videla, manifestaba su anhelo de un país derecho y humano, y se jactaba de las libertades de las que podían gozarse bajo su mandato. A este oscuro recuerdo me remitió la imagen de Rajoy el pasado domingo en medio de otros muchos mandatarios consternados por el golpe terrorista contra la libertad de expresión que sacudió al país galo. No pude dejar de pensar en la censura de la portada de la revista El Jueves, cuyos humoristas gráficos -en uso de sus libertades expresivas- se atrevieron a satirizar a la Monarquía en pleno proceso de abdicación. No pude dejar de pensar en esa ley que este fenomenal oportunista a contra mano aprobó bajo la falaz denominación de Ley de Seguridad Ciudadana y que no es otra cosa que un decreto que atenta contra la mismísima democracia, que se caga en todos los derechos individuales, que subyuga, que aplasta, que impide expresar el desacuerdo contra quienes creen hacer las cosas como dios manda.

Me pregunté qué coño hacía Rajoy en una manifestación que reivindicaba la libertad de expresión; aunque también supuse que para un presidente de su talante, nada mejor que aparecer en la foto que dentro de unos años adornará el escritorio de su casa de fin de semana. Simpaticé con la idea de Margarite Yourcenar que creía que se exageraba la hipocresía de los hombres puesto que la mayoría piensa demasiado poco para permitirse el lujo de poder pensar doble. Le di mi voto a Moliere que consideraba que la hipocresía era el colmo de todas las maldades; y finalmente, sobre el fin de una jornada histórica, mientras la Place de la Rèpublique se me hacía cada minuto más cercana, concienzudamente me reafirmé en mi idea de que Mariano Rajoy n'est pas Charlie.

Rajoy n'est pas Charlie