sábado. 20.04.2024

De todas esas cosas que no quieres leer en Navidad... Ni en otro momento

psicologia

Por Ignacio Apestegui | Anoche por error me tomé dos pastillas de las que me recetaron para dormir, creí que de la sobredosis moriría. Los minutos previos a quedarme dormido han sido los primeros minutos felices del último año que recuerdo.

No era una felicidad al uso, era una felicidad embotada con algodones en el cerebro, pues cuando uno está deprimido no se puede ser feliz de manera completa, pero de alguna manera, me que quedé dormido con paz. Con una paz que había olvidado.

La mayoría de la gente no comprende las enfermedades mentales. En mi caso, que las sufro y he leído mucho al respecto sé que casi todo lo que se escribe es sesgado. Escrito por un especialista con buena voluntad pero que no lo conoce en primera persona, o por un paciente que, por miedo al rechazo o vergüenza a la repulsión que genera, al final calla partes del mismo.

La enfermedad mental no se ve como un brazo roto, no se puede mostrar como una úlcera, no se puede enseñar cómo se agrava como un tumor en una radiografía. Además, para el enfermo es una muerte silenciosa.

Es una muerte silenciosa porque nadie quiere oír cuando te pregunta.

-¿Cómo estás? La respuesta.

-Mal.

Y así día tras día.

Si lo hicieras te hacen vacío y acabas siendo un paria. Acabas desposeído del poco sustento social del que no te hayas despojado tú solo. Porqué cuando uno tiene una enfermedad mental, y no solo hablo de depresión, aleja a todos de su lado. Primero porque sabe que algunos le hacen daño y después porque sabe que, a los que ama, les va a hacer daño.

Toda esta reflexión no es vacua amigo lector. Abrir la caja de Pandora no es fácil, admitir que eres débil, en un mundo que aplasta a desfavorecidos, requiere cierto grado de inconsciencia, valentía o estupidez. Yo creo que tengo de sobra de las tres.

Aunque de común escribo sobre cosas más divertidas como política, economía o metafísica, hoy pensé que valía la pena centrarse en algo que tuviera algo de valor moral, no sé, cómo las personas. No hace mucho leí las estadísticas sobre mortalidad en el 2018 del INE.

  • Homicidios: 275 muertes.
  • Accidentes de tráfico: 1.896 muertes.
  • Suicidios: 3.539 muertes.
  • Muertes (otras enfermedades mentales): 19.151 muertes.

A lo mejor es que estoy loco, tengo un papel que lo dice al fin y al cabo, pero esto no me parece normal. Cómo puede ser sana una sociedad con estas estadísticas. La gente que me conoce sabe que siempre he sido un poco raro, mi manera de pensar es un poco… transversal, errática incluso.

Soy un tipejo con un CI de tres cifras, estudié ingeniería (de ahí el gusto por los números y las estadísticas), soy escritor, artista marcial (Cinturón Negro y Maestro Nacional Kendo y Defensa Personal), cineasta (amateur), mecánico de aviones, padre (orgulloso, amantísimo y enamorado de mi hija), ex-marido, hijo, hermano, novio, padrastro (orgulloso, amantísimo y enamorado de mi hijastra), árbitro nacional, directivo de la Federación, Cocinero (de verdad no amateur), muchas cosas (más menos relevantes) de hacer papeleo, Europeísta Convencido, Monárquico (en mayúscula), además leo dos o tres libros por semana…

La depresión (que junto la ansiedad son mis compañeras de viaje) no viene por los fracasos o los éxitos externos, aunque sí se pueden influir a veces por ellos. En cambio, un hueso roto siempre es por causa exterior. Yo siempre intento explicar que mi alma es un vaso roto, que ya no puede contener el agua que tenía antes. No importa porqué se rompió, ya está rota. Céntrate en eso.

Se supone que el proceso de curación es como el arte japonés del Kintsugi: “lo débil se hace bello y fuerte”. Unen las piezas de la cerámica rota con oro, formando un aún más bello objeto del que era.

Así sería en un mundo perfecto y bello, en un cuento de hadas. Pero hay algunas personas que han nacido con el alma, no la llamaremos rota, sino más bien con un jarrón, que puede incluso, que en vez de cerámica sea de oro, pero se forjó incompleto, y por lo tanto, nunca podrá llenarse completamente.

Lo sé, porque así es el jarrón de mi alma.

Frank Herbert escribió “El miedo es la pequeña muerte que lleva a la destrucción total”.

Las enfermedades mentales como el alzheimer, la esquizofrenia, los TEA, la ansiedad, la depresión, etc. aterroriza a la gente porque les roban el YO. Lo que diría Freud, la parte consciente de nosotros y libera el EGO, la parte inconsciente, la bestia que tenemos dentro. Pero eso no es cierto. Las enfermedades mentales nos destruyen a nosotros de manera completa, pero no porque tengan una parte de nuestro cerebro o personalidad sino porque destruyen la personalidad completa. Si no vences a la enfermedad dejas de ser tú y te conviertes en otra cosa.

La mayoría de los enfermos que he conocido (y de los cuales he acabado siendo gran amigo) han enfrentado y vencido ese reto. Esta guerra interna, entre temblores y balbuceos aún hay un brillo y una picardía en su mirada. Aún son ellos porque

”…dejaron pasar el miedo a través de ellos y cuando pasó se giraron y le miraron a los ojos. Y gritaron ¡Ahora solo estoy yo! Y el miedo desapareció”. (Cita de Dune ©1965 Frank Herbert).

Pero, aunque hayamos vencido dentro a nuestros miedos y nuestras enfermedades queda una última cosa que nos destruye, todo nuestro entorno nos abandona, nos aísla, se niega a hablar de la enfermedad, nos capa, nos recluye dentro nuestro dolor hasta que al final el sufrimiento nos corroe por dentro y finalmente sonreímos al irnos a dormir pensando que seremos el número 3.540.

De todas esas cosas que no quieres leer en Navidad... Ni en otro momento