jueves. 25.04.2024

Que no te roben tu bandera

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Por Ignacio Apestegui | Mucho se puede decir de la roja y gualda, mucho de ella y de cualquier otro trapo que envuelva en cadáver de un soldado muerto por defender a aquellos que no tenían el valor o la fuerza de defenderse por ellos mismos.

No me mal interpreten, el médico cura, el albañil construye y el pobre soldado está para defender con armas aquello que lo demás dan por supuesto. Pero al fin y al cabo la bandera es un trapo. Mi ídolo, Pérez Reverte, diría que es solo lenguaje, al fin y al cabo, es un medio para transmitir un mensaje entre emisor y receptor, como la televisión o la radio, como una carta de enamorados o una declaración de guerra.

Pero eso no es del todo cierto. O al menos no siempre. O al menos no para mí. Perdonen ustedes que sobre algo tan grande vaya al detalle, a lo mejor le quito valor, pero creo que así se podrá entender mejor lo que quiero transmitir.

Esta bandera la nuestra no se la dejen robar por energúmenos con mano alzada, o pijos de Starbucks con un dedo levantado, esta bandera la nuestra, milenaria, es roja por los hombres y mujeres que murieron por defender una creencia, un amor, un amigo o un hijo. Y murieron con ella como único escudo.

No hablo de legionarios o regulares, no hablo de infanteros, artilleros o marineros, que hubo también. Hablo de niños que expulsaron, al son de un tambor, al ejercito Napoleónico o a mujeres, pecho al aire (por libertad literaria) y cántaro de agua en mano que levantaron a los hastiados hombres sitiados por los franceses en la Batalla de Bailén para vencer. O más épico aún, las 28 derrotas que el manco, tuerto y cojo, el inconmensurable Don Blas de Lezo, provocó al Almirante Nelson y sus compinches ingleses.

Ese trapo que él dice sin valor y que a tantos hombres y mujeres arropó en el pasado. Él, con su café americano en la mano y móvil de tecnología de esclavos chinos desprecia. Pero no. Esa es la bandera que yo juré defender y es la que te encomiendo que no permitas que te roben.

Desde que tengo uso de razón, mi abuela Luisa, con una voz de ángel, sacaba la bandera de España en la semana grande de San Sebastián. Aquí empiezo pidiendo perdón a mi familia por hablar de algo íntimo, algo nuestro, pero lo creo necesario. Yo soy, lo que dirían en el Quijote, cristiano viejo y los Apestegui, mi familia, más aún ya que se pueden retornar hasta que no hay recuerdo escrito, somos y seremos vascos, navarros y españoles, con más de ocho apellidos, eso de los ocho apellidos es cosa de cristiano nuevo.

Ella, mi abuela, buena de corazón, que acogía al necesitado y ayudaba al que pudiese, fue amenazada por ETA. La vida de una anciana bella y amable. ¿Porqué? ¿Por algún euskaldún apellidado García se creía más vasco o más digno? La bandera roja y gualda se lleva dentro, representa libertad, democracia, justicia y también, y perdonen la expresión, los güeros de defender todo ello.

No voy a nombrar a quien, mi familia lo sabe, pero los cobardes que se ocultan tras el anonimato descubrieron que nuestra bandera (que no siempre es la misma en mi familia pues somos librepensadores), pero nuestra por bandera, y la familia, estamos dispuestos a defenderla a fuego, tierra y sangre.

Mas de mil años tiene la Rojigualda, más de mil años mujeres buenas y cariñosas como mi abuela han transmitido los valores de libertad, cultura, comprensión y amor a sus descendientes. Más de mil años y mil guerras nos han llevado a la Europa de hoy. Ahora ya no es solo una bandera Rojigualda, ahora es azul llena de estrellas doradas y con un preciosa “Oda a la Alegría” de Friedrich Von Schiller que representa el trapo que nos sirve de escudo ante el fanatismo, el odio, el racismo, el machismo y todo el mal que como sociedad queremos superar.

No dejes te roben tu bandera, no dejes que aquellas personas buenas de corazón que lucharon por nuestra libertad lucharan en vano. Educa en amor, respeto y libertad. Y si es necesario como muchos antes que nosotros, envuélvete en su escudo de valores y pregona, grita y lucha.

Amor, libertad, Europa.

Y permítame usted, ante cualquiera que quera oírlo, ya sea a la bella Rojigualda, a las de las cadenas de mi Navarra natal, la Ikurriña de mi familia, la de los siete canes, amigos míos desde la infancia, o esa bandera azul cielo, llena de estrellas doradas, aquí repito a todas.

¡Juro!

Que no te roben tu bandera