jueves. 28.03.2024

¿Por qué la ley Celaá se queda corta?

isabel celaa

Por Ana Barrio | Hace tiempo que no ejerzo como docente, pero observo desde la distancia cómo se sigue maltratando la educación en nuestro país. Y con ello nuestro futuro.

Sin entrar en cuanto dinero cuesta cada cambio de ley, tema que parece que entienden muy bien los ‘liberales’, sí entiendo cuanto esfuerzo, tiempo y detrimento en calidad significa cada cambio de ley.

¿Y saben lo que implica? Que nos estamos convirtiendo cada día más en una República bananera. Países en los que se educa solamente a las élites, mientras el pueblo sobrevive y que funcionan a base de talonario y corrupción.

En los países civilizados, siempre pongo como ejemplo a Finlandia, se proporciona educación de calidad al grueso de la población, y por eso, funcionan como un reloj. Y la educación no se toca cada cuatro u ocho años y si se hace se consensua y se estudia con los expertos.

Y me dirán los ‘liberales’ pero es que allí (en Escandinavia) son muy pocos y muy bien organizados y España es distinta.

Pues señores precisamente son como son, por eso, porque la educación no se toca y llevan años recibiendo formación y cualificación de calidad. Lo cual se puede ver en su forma de ser, en la excelencia de sus estudios y en su desarrollo económico y social.

Y cuando llamas a cualquier teléfono de la administración te contesta gente educada que te habla con respeto y resuelve. Y para eso, no basta con educar a la élite.

La ley Celaá durará lo que dure este gobierno, que para mí ojalá sea mucho y para otros lo contrario. Pero es una ley con fecha de caducidad. Y cuando venga el siguiente hará lo mismo y así cada vez se consigue que los futuros adultos no piensen demasiado.

Por eso también se descuentan horas de filosofía cuando en Silicon Valley las empresas de tecnología no paran de contratar filósofos. Pero esto a los ‘liberales’ les sonará a cuento chino.

La religión no cuenta en el cómputo académico, pero sigue en los colegios, adoctrinando a generaciones enteras de jóvenes que, paradójicamente, se encuentran cada vez más alejados de los preceptos cristianos.

Lo concertados recibirán menos dinero y, lo mejor es que lo harán en base a contribuciones económicas voluntarias de las familias, no obligados como hasta ahora, pero no desaparecen, ni con ellos las trampas a hacienda que hacen cada una de las instituciones que los gestionan. Y esto, señores, también es dinero que no se ingresa y que va en detrimento de la mayoría.

Pero claro aquí, nos han educado para pensar que pagar impuestos es de idiotas, y se le trata con el mismo desprecio que a la laicidad del estado.

Porque aquí, la universalidad de los asuntos nos la pasamos por la patilla, porque aquí somos muy españoles y sobrevive el más fuerte. Es decir, el que más dinero tenga. Pero luego cuando hay un problema grave entonces sí tiro de la gestión pública, en la que me estoy ‘miccionando’ a diario.

No me gusta la ley Celaá como no les gusta a ellos y soy progresista. No me gusta porque no se coge al toro por los cuernos y porque no se negocia y no se trata de dar a las futuras generaciones un plazo largo para las reflexiones y para la vida. De ahí que la juventud opte por “profesiones” tales como influencer o futbolista o chef, porque el prestigio y el éxito se mide por el tamaño de tu jardín no de tus neuronas. Huelga decir que la última vez que se intentó una ley negociada la hizo el ministro de educación del último gobierno de Zapatero, Gabilondo, y, una vez alcanzado un acuerdo entre la práctica totalidad de fuerzas políticas, el PP, de la mano de Cospedal se retiró del mismo, ante la inminente derrota socialista de noviembre de 2011.

Ellos protestan, pero dejan hacer porque la educación les importa un pepino, y nosotros protestamos, pero tampoco salimos a la calle con pancartas. Esta es una ley que gusta a pocos y que morirá como el virus, pero luego vendrá otra y otra y los docentes vocacionales estarán igual de hastiados que los médicos. Mientras que en los colegios privados serán jóvenes y sonrientes, que en la intimidad tendrán el mismo desprecio por los alumnos y sus padres que ellos por lo público.

Pero también tiene algo bueno, el adiós a La ley Wert, ese gran experto que dio clases 3 meses en la universidad privada. Quien ha bajado a la arena sabe que es lo mismo que torear por internet. La ley Celaá en un cierto afán por la equidad que es encomiable obliga a los colegios concertados a aceptar a los niños, y no “deshechar” a ninguno paliando la discriminación que sufrían anteriormente.

Aunque el PP haga acto de sedición o rebeldía, cosa harto discutible jurídicamente, cosa distinta es que pretenda, como ha anunciado, presentar un recurso ante el Tribunal Constitucional para la derogación de la ley, pero, por el momento, se verá en la obligación de aplicarla.

Otras cuestiones interesantes de la ley y que conviene destacar sería la no discriminación del alumnado de estos centros según origen o ingresos, acabar con los recortes para la educación pública que incluía la ley anterior. ¡Ojo! Recortes para todos menos para la concertada, ¡cómo no! Porque, como dice Iñigo Errejón, libertad es que todos puedan elegir, no que algunos puedan pagar.

Quizás habría que explicar en el congreso el concepto de universalidad, que, según la RAE, reza es lo que nos comprende a todos sin excepción. Por ejemplo, los derechos constitucionales, que son universales. ¿Entra en este concepto la religión? No lo parece, ¿verdad?

Otra cuestión interesante en la ley: la integración real de las personas con problemas, sean del tipo que sean en los centros ordinarios dotando de personal de gestión y organización para que sea efectivo.

Pensar que a estos alumnos se les va a hacer bullying, como dice el ‘iluminado’ Bertín Osborne, dice mucho mas de él mismo que de los alumnos y profesores de la pública. En lugar de pedir que se mejoren los centros públicos prefiere segregar a su hijo.

Sin embargo, en lo que se refiere al estudio de los idiomas, me gustaría ser Francia: un estado, una lengua ¿Lo demás? que sean añadidos que suman, nunca que reste.

Por último, conviene que haya contenidos comunes sin depender de la comunidad autónoma en la que se nazca, que se estudie la historia porque ya se sabe que quien no sabe reincide, que no pase el que no apruebe, pero ayudando a aquellos que tengan más dificultades porque la educación no debe verse como una competición sino como un ejemplo de cooperación y solidaridad.

Y todo esto señores no se consigue con manifestaciones naranjas sino luchando día a día para que todos tengan un acceso a una educación de calidad. Habría que empezar, quizás, por educar a los adultos. Pero esa es otra historia y se la contaré otro día.

¿Por qué la ley Celaá se queda corta?