jueves. 25.04.2024

Dei Gratia

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Por José Bujalance C. | Resulta como poco paradójico que los herederos de quien dijo “mi reino no es de este mundo” puedan dirimir qué gobiernos son legítimos y cuáles no.

Algun@s apesebrados (no han trabajado un solo día fuera de la política) han llegado al poder gracias a quienes crearon el Estado de Derecho conforme a los valores republicanos: separación de poderes, libertades civiles, derechos humanos, constitucionalismo y el principio fundamental del sistema: todos los ciudadanos son iguales ante las leyes y están obligados a cumplirlas.

Aquell@s que toman las teorías liberales en serio y parten del principio de la libertad individual, se colocan, en un primer plano, como adversarios de la libertad del Estado…  Son ellos los primeros que dijeron que el gobierno (es decir, el cuerpo de funcionarios organizado de una manera o de otra, y encargado especialmente de ejercer la acción), el Estado, es un mal necesario, y que la construcción de toda civilización consistió en esto, en disminuir cada vez más sus atributos y sus derechos. Sin embargo, vemos que, en la práctica, siempre que ha sido puesta seriamente en tela de juicio la existencia del Estado, los liberales doctrinarios se han mostrado partidarios del derecho absoluto del Estado, no menos fanáticos que los absolutistas monárquicos y jacobinos en su momento.

Su culto incondicional del Estado, en apariencia al menos tan completamente opuesto a sus máximas liberales, se explica de dos maneras: primero por los intereses de sus clase, pues la inmensa mayoría de los liberales doctrinarios pertenecen a la burguesía, esa clase tan respetable no exigiría nada mejor que se le concediese el derecho o, más bien, el privilegio de la más completa anarquía; toda su economía social, la base real de su existencia política, no tiene otra ley que la anarquía, pero no quiere esa anarquía más que para sí misma y sólo a condición de que las masas, "demasiado ignorantes para disfrutarla sin abusar", queden sometidas a la más severa disciplina del Estado, el suyo, porque cuando la masa de los trabajadores se mueve, los liberales burgueses más exaltados se vuelven inmediatamente partidarios tenaces de la omnipotencia del Estado, y vemos a los burgueses liberales convertirse más y más al culto del poder absoluto.

Los "notables" del Partido Podrido, y sus socios, comparecen llenos de soberbia, cargados de desdén y absurdos argumentos, que describen a la perfección el talante de quienes solo aceptan gobernar por mayoría absoluta; vamos, que no admiten otra cosa que el poder total.

El triunvirato filofascista ha logrado imponer sus argumentarios, han seducido, comprado o laminado a la opinión publicada y han condicionado a placer la opinión pública, solo así se explica la impúdica repetición de la "exhibición" de Colon; se han puesto a España y a los españoles por montera.

Mientras la deuda pública y otros graves problemas atenazan a la sociedad, estos señores se  suben a la parra como si fuesen dueños de la democracia: sin propuestas, sin compromisos, sin vergüenza, sin respeto por las instituciones.

Dei Gratia