viernes. 29.03.2024

La colina que escalamos

capitolio

Por Adrián Santana | Washington D.C., Día de Reyes, 1:00 p.m., la Estatua de la Libertad yerta sobre la cúpula del capitolio observa desde lo alto cómo cientos de personas se aproximan al edificio que ella corona, gritan su nombre, “libertad”, pero sus figuras y las proclamas de la multitud no acompañan a las palabras que pronuncian. Vienen desde el Este, desde la Casa Blanca, y tienen un objetivo: “Salvar a América”.

Sin embargo, quienes abanderaban estas palabras y se dirigían hace algo más de  dos semanas a la sede de la democracia estadounidense no lo hacían con buenas intenciones, sino insuflados de un revanchismo y extremismo tales que los llevaron a irrumpir en el edificio de manera violenta; sentimientos y propósitos en absoluto improvisados, sino generados por la persona con más poder en el planeta hasta el pasado miércoles: El expresidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump.

El “Asalto al Capitolio” constituyó, sin lugar a duda, el culmen del mandato de Trump, único pero largo en el tiempo, cargado de controversias, escándalos y corrupción que han llevado al multimillonario a ser el único máximo mandatario estadounidense con dos impeachments. 5 años de polarización incesante, enconamientos, tensiones inter e intra nacionales y puesta en riesgo del Estado de Derecho que Trump parece no haber protagonizado, pues sus discursos triunfalistas y redentoristas de “América” fueron pronunciados hasta su llegada a Florida ya como expresidente el pasado miércoles.

El resultado más visible de la política trumpista es la división en la que se encuentra inmersa la patria de Martin Luther King y Eleanor Roosevelt, separada en dos bandos claros con tintes que recuerdan a los confederados y unionistas y que, en este caso, se manifiesta en radicales pro-Trump y demócratas. Esta dicotomía es legado directo de los discursos incendiarios, faltos de verdad, banalizadores de la violencia, conspiranoicos y distópicos emanados de la sala de prensa de la Casa Blanca hasta hace muy poco, y que han convertido en visibles a un grupo de personas diverso e interclasista a los que les une la negación de los resultados electorales y el endiosamiento de Trump, asumiendo como propio el papel de “salvatores patriae” de un enemigo claro: la democracia.

Esto algo paradójico, puesto que ellos mismos consideran que la democracia les ha sido robada debido a la victoria de Biden y Harris en los comicios estatales con 7 millones de votos más que Trump. Por tanto, su concepción de democracia es errática, al tratarse de una suerte de traje a medida según les beneficie o no, algo muy propio de la ultraderecha, muy dada a la acusación de fraude electoral cuando ganan las fuerzas de progreso como ocurrió en España con la victoria de las izquierdas y la conformación del gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos. La demostración de la no aceptación de los resultados fue escenificada por Trump el propio día de su sucesión como presidente, al no asistir a la toma de posesión del ganador y nuevo inquilino del despacho oval, el acto político más solemne y de mayor significado de un nuevo mandato presidencial, una ausencia protagonizada por solo cuatro presidentes en más de dos siglos de democracia americana y que no se repetía desde 1869. Una maniobra que viene escenificar la decadencia de la era Trump la inmadurez política del mismo.

El día 20 de enero, miércoles, despierta frío y lluvioso en el epicentro político estadounidense. La Estatua de la Libertad desde su posición en el Capitolio vislumbra miles de banderas de los estados que componen su país en representación de los ciudadanos que habrían llenado el National Mall en una inauguración normal y ausentes por la COVID-19. A pesar de los 25.000 efectivos de la Guardia Nacional desplegados en Washington como consecuencia del asalto, la estatua observa que la gente sonríe tras la mascarilla, se respira alivio, esperanza y alegría: un nuevo presidente tomará posesión del cargo, junto a la primera Vicepresidenta mujer afroasiática-americana. Aires de cambio soplan en el lugar en el cual solo hacía dos semanas irrumpió una turba con objetivos espurios.

A las 11:15 horas de Washington comienza la histórica ceremonia, los demócratas Joe Biden y Kamala Harris acompañados de familiares, amigos, expresidentes y representantes políticos, sociales y judiciales, todos con mascarilla, se encuentran en la fachada Oeste del Capitolio; de la anterior administración les acompaña Mike Pence con su esposa, símbolo claro del distanciamiento experimentado entre Trump y su otrora Primer Espada. La Stars and Stripes ondea orgullosa de la nación a la que representa sobre la multitud congregada. Suenan los acordes del himno en voz de Lady Gaga, que identifica a la nueva y moderna “América” y viste un broche dorado con la paloma y el romero, símbolo de la paz mundial. Tras él, el “Juramento de Lealtad” es pronunciado e interpretado en la lengua de signos por la primera afroamericana capitana de bomberos del Condado de Foulton del Sur y Presidenta de Asociación Internacional de Bomberos Local 3920, todo un símbolo de los objetivos de la nueva administración, hacerse accesible y luchar contra la xenofobia sistémica presente en EEUU, un clamor que ha protagonizado el movimiento #BlackLivesMatter y que tanto el nuevo presidente como su segunda han hecho propios; tanto es así que seguidamente Kamala Harris jura el cargo de Vicepresidenta siguiendo las indicaciones de la jueza Sonia Sotomayor, primera mujer hispana en llegar al Tribunal Supremo y nacida en el Bronx, con la mano sobre dos biblias, una de un amigo de la familia y la que perteneciera al primer afroamericano que llegó a juez del Tribunal Supremo. “Justicia y libertad para todos” pide en español, tras el juramento de Harris, la cantante latinoámerica Jennifer López, encargada de interpretar “This land is your land”.

Siendo las 12:00 horas llega el momento álgido de la Inauguración, el vencedor indiscutible de los comicios, pero discutido hasta la saciedad, jura el cargo de 46º Presidente de los Estados Unidos de América, la tensión y emoción pugnan por ser el sentimiento predominante. “Hoy celebramos la victoria no de un candidato, sino la de una causa: la causa de la democracia (…), la democracia es preciosa (…) la democracia es frágil (…) la democracia ha prevalecido” comienza el nuevo Presidente en clara alusión a las intentonas de Trump y sus adláteres de obstaculizar la victoria demócrata y amenazar a los gobernadores estatales para cambiar los resultados electorales. “Toda mi alma está en unir a Estados Unidos (…) podemos enmendar los errores, podemos dar buenos empleos a la gente, enseñar a nuestros hijos en colegios seguros. Podemos superar este virus mortal, recompensar el trabajo, reconstruir la clase media, asegurar la asistencia sanitaria para todos, garantizar la justicia racial y convertir de nuevo a Estados Unidos en la principal fuerza del bien en el mundo” continúa el presidente enmarcando los desafíos a los que se enfrentará en su mandato y para lo que pide la ayuda y la unidad de la nación y tiende la mano al resto de naciones “repararemos nuestras alianzas, y nos relacionaremos con el mundo otra vez. No para enfrentarnos a los retos del pasado, sino a los del presente y a los del mañana”. El nuevo presidente, por tanto, marca desde el minuto 1 de su discurso una ruptura total con su antecesor, donde existía odio, habrá tolerancia e igualdad; donde había aislamiento, habrá apertura; donde existía desigualdad, habrá justicia social; donde existía división, habrá unidad.

 Todos estos deseos y objetivos los recogió, al final de la sesión de investidura la joven activista afroamericana de 22 años, descendiente de esclavos y estudiante en Harvard Amanda Gorman, en su poema “The Hill we Climb”:

"Hemos visto una fuerza que destrozaría nuestra nación en lugar de unirla,
destruiría nuestro país si eso significaba retrasar la democracia,
y este esfuerzo estuvo a punto de tener éxito.
Aunque la democracia puede ser periódicamente retrasada,
nunca puede ser permanentemente derrotada.
En esta verdad, en esta fe, confiamos.
Porque mientras tengamos nuestros ojos en el futuro,
la historia tiene sus ojos puestos en nosotros".

Biden ya como Presidente ha congelado la construcción del muro con México, ha ordenado que se use mascarilla en instalaciones federales, ha hecho que EEUU regrese al Acuerdo Climático de París, ha suspendido la salida del país de la OMS, ha puesto fin al veto que prohibía a los viajeros de países de mayoría musulmana entrar en el país, ha aprobado una moratoria de alquileres e hipotecas a los inquilinos que no puedan pagarlos debido a la crisis sanitaria y económica, ha ordenado la protección laboral del colectivo LGTBQ y, entre otras medidas, ha pedido que se revise la detención de los inmigrantes sin documentación.

La colina capitolina que escalaron los extremistas el 6 de enero, la coronaron los demócratas el 20. El progreso venció al pasado, la esperanza a la desilusión y al miedo, la diversidad a la supremacía, la razón a la estulticia y la democracia al caos y la corrupción. La Estatua de la Libertad respira ahora tranquila, pues la sede de la soberanía popular acoge hoy a una mayoría que honra a la Constitución y que lucha por la “libertad y la justicia para todos”.

La colina que escalamos