viernes. 29.03.2024

El auge de la tecnología y la deshumanización de la sociedad

Por Mario Regidor | Recientemente, se ha estrenado “Ghost in the Shell”, película que adapta a formato cinematográfico el manga del mismo nombre, escrito y dibujado por Masamune Shirow.

En él, se narran las aventuras de una especie de policía especial de nombre Motoko (La Mayor) que realiza misiones arriesgadas y para las que ha recibido un entrenamiento especial. No obstante, Motoko no es un ser humano como tal, sino que tiene la mente de la persona que fue en el pasado y un cuerpo especialmente adiestrado y construido para acometer con el mayor porcentaje de éxito las misiones que le son encomendadas.

Desde el principio, Shirow, además de en las propias aventuras de La Mayor, procuró indagar en todas las implicaciones de carácter ético y filosófico que podría acarrear la ausencia de control sobre las modificaciones sobre el cuerpo y la mente humanos o, incluso, lo que podría ocurrir si dicho control se dejaba en manos de un único ente público o privado.

Quería enlazar esta vertiente con una filosofía con la que guarda un asombroso parecido, me refiero al Transhumanismo. Este modelo de vida y de ciencia que comenzó en California en los años 60 y también llamado Post-Humanismo tiene como principal objetivo la transformación de la condición humana mediante el desarrollo y fabricación de tecnologías ampliamente disponibles, que mejoren las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual.

Parece que nos vamos acercando a una época en la que parecemos no estar conformes con las virtudes y gracias que nos han sido legadas por la genética y aspiramos con todos los medios naturales y artificiales a nuestro alcance a ser mucho más perfectos. No hay nada malo en ello siempre y cuando no nos importe dejar de lado nuestra humanidad.

Es obvio que la mejora en nuestras condiciones sanitarias con la implantación de válvulas en el corazón, prótesis en piernas, brazos y caderas o, incluso, de aparatos eléctricos como los marcapasos en el corazón ha salvado miles de vidas y ha mejorado de forma increíble nuestras condiciones de vida pero creo que ahora estamos en un grado superior a la que las propias ansias humanas de mejora perpetua y el propio progreso científico parecen llevarnos en volandas.

Reitero, no es malo en absoluto pero, creo que debemos regar esas ansias de mejorar lo que ya tenemos con unas indudables buenas dosis de ética e, incluso, de control legal y científico. No me cabe duda de que el Transhumanismo como movimiento cultural y científico tiene también sus propias cabezas pensantes que tratan de armonizar ambas esferas en pro de un entente cordial pero según vayan avanzando los sucesivos avances tecnológicos convendría tener alguna especie de normativa de carácter internacional que creara el marco necesario que vinculara a poderes públicos, empresas privadas, colectivos sin ánimo de lucro y personas individuales.

Normalmente, siempre suele surgir la situación para que después, deprisa y corriendo, las instancias políticas, que nunca van todo lo rápido que nos gustaría, regulen dichas actividades ya sobrevenidas. Sabemos que ésto va a pasar, que se van a seguir produciendo avances tecnológicos y mejoras continuas ya que la Humanidad procura siempre moverse hacia delante pero las implicaciones éticas que puede tener el convertir el cuerpo humano en una especie de Cyborg propio de novelas de Cyberpunk (con las que muchos de nosotros hemos pasado un buen rato, por supuesto), conviene que vengan precedidas de los necesarios debates sobre los límites que se pueden imponer y, eventualmente, tener un protocolo de actuación a nivel internacional estandarizado para prever posibles malos usos.

Es posible que pueda resultar un poco paranoico, no lo niego pero no es menos cierto que se está convirtiendo en algo urgente la regulación y el previo debate acerca de los efectos en nuestro cuerpo y mente ya que estamos asistiendo a los albores de una 4º Revolución, en este caso tecnológica y los límites no están, en absoluto, claros.

¿Alguien se ha parado a pensar en lo que podría suponer que el presidente de un país pudiera ser lo más parecido a un robot, con inteligencia emocional, con sensibilidad e, incluso, con ciertas dosis de empatía o que las principales empresas y conglomerados industriales del mundo tuvieran como consejeros delegados o presidentes de sus consejos de administración a Post-humanos? Son perspectivas que están a la vuelta de la esquina.

Por todo lo anterior, la Unión Europea (U.E.) pero, también, la Organización de Naciones Unidas (O.N.U.) debe situarse a la cabeza de este debate, comprometiendo a todas las personas jurídicas, administraciones públicas, empresas privadas y colectivos en pos de una regulación mundial de este nuevo campo, de momento inexplorado, pero que ya no será territorio virgen durante mucho tiempo. La Humanidad avanza, la tecnología avanza, los poderes públicos y la ética aplicada a esta revolución tecnológica también deben avanzar. De hecho, deben ir parejos el uno con la otra no sólo en este aspecto sino en todos los aspectos que nos influyan de algún modo en nuestra forma y estilo de vida. Estamos a tiempo de hacerlo.

El auge de la tecnología y la deshumanización de la sociedad