miércoles. 24.04.2024

¿Quién nos librará de unos políticos masterizados?

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“La política de este país está masterizada. ¿Quién la desmasterizará? El desmasterizador que la desmasterice seguro que no es el PP”

Cuenta J. Swift, en Los viajes de Gulliver , que los liliputienses “al escoger personas para cualquier empleo se mira más la moralidad que las grandes aptitudes; pues dado que el gobierno es necesario a la Humanidad, suponen allí que el nivel general del entendimiento humano ha de convenir a un oficio u otro, y que la Providencia nunca pudo pretender hacer de la administración de los negocios públicos un misterio que sólo comprendan algunas personas de genio sublime, de las que por excepción nacen tres en una misma época”.

Todo lo contrario a lo que sucede en nuestros días, pues parece que la actividad política solo la pueden garantizar quienes están en posesión de un currículum universitario sobresaliente cum laude. A la vista de lo que está pasando en estos meses, la conclusión a la que está condenada la sociedad es a establecer la falacia de que sin un máster en tu cartera tu vida profesional estás más que jodida. No hay personaje público que esté situado en la cresta de la ola que en estos momentos no los haya cursado. Unos de modo fraudulento; y otros, que no han salido a la palestra, de manera canónica y legal. Pues no todos los másteres llevan la marca Cifuentes y Casado; algunos son peores.

Al hilo de lo que decía Swift, los másteres que cursan estas personas lo son con una función utilitarista, no porque sean un fin en sí mismo, que dijera Kant, hechos para la perfección cualitativa y axiológica de su persona.

No. Lo son para mejorar a los demás, claro, y, de forma simultánea, colocarse en puestos privilegiados del poder, sea en partidos políticos o en lobis de todo género. Seguro que la mayoría de los dirigentes del Fondo Monetario Internacional poseen un sinfín de másteres de este tipo, cursados de aquella manera o de un modo acorde con las prácticas legales acomodadas a las circunstancias personales de quienes los hacen.

Lo más llamativo de estos másteres, al menos los que conoce la opinión publicada, es que ninguno de ellos es de Formación en Ética Profesional, sin es que tal oxímoron es posible. Un máster que, con toda probabilidad y a la vista de lo que está cayendo, debería ser obligatorio para quienes accedan a cargos de etiqueta superior en política o en dirección empresarial. A priori, no creo que con la posesión de este máster en ética se garantizase la honradez de estos sujetos, pero, al menos, podríamos señalar sin equivocarnos quiénes a posteriori hicieron lo contrario a lo que el máster les obligaba a hacer caso de acceder a un cargo público.

Claro que el problema de hacer un máster en ética estaría en saber qué institución pública -incluidas todas las universidades- sería capaz de impartirlo, es decir, que tuviera la suficiente fuerza moral como para decir que está limpia de cualquier sospecha delictiva o a punto de airearse. ¿Un partido político? Ja. ¿La Iglesia? Je. ¿La Banca? Ji, ¿La Universidad? Ja, je, ji.

Un problema institucional que los liliputienses no tenían. Porque como decía de ellos J. Swift “creían que la falta de virtudes morales estaba tan lejos de poder suplirse con dotes superiores de inteligencia, que nunca debían ponerse cargos en manos tan peligrosas como las de gentes que merecieran tal concepto, pues, cuando menos, los errores cometidos por ignorancia con honrado propósito jamás serían de tan fatales consecuencias para el bien público como las prácticas de un hombre inclinado a la corrupción y de grandes aptitudes para conducir y multiplicar y defender sus corrupciones. (Parte I. Capítulo VI).

El capítulo entero de Swift debería entregarse en mano a todos aquellos que pretendiesen figurar en política, hicieran un máster en liderazgo o en aprovechamiento de los purines de los cerdos.

 Y ya antes que el escritor de Dublin, el filósofo cordobés, Séneca, en su obra dramática, Medea, dijo en su lengua natal aquello de “cui prodest scellus, is fecit”, que, traducido, significa: “a quien aprovecha el crimen, es el que lo ha hecho”.

¿Quién es, por tanto, el culpable del delito perpetrado en el máster que un día Cifuentes soñó que había hecho al modo legal y reglamentario, sin irregularidades, como dijera el plomizo ministro de Educación y portavoz del gobierno del PP?

Séneca no tendría ninguna duda al dictar sentencia. Y esta vez no lo diría en latín, puesto que Cifuentes no lo conoce, sino que en lengua vernácula estatal diría: “Búsquese a quien se ha aprovechado de ese título, conseguido de modo artero, y se hallará al culpable de dicho delito”.

Y lo mismo diría de todos aquellos que poseen un máster conseguido por modos improcedentes. La responsabilidad delictiva recaerá siempre en quienes lo propiciaron y la culpabilidad del delito no, que será de quienes se aprovecharon del botín obtenido. En ambos casos, a la cárcel. Por corruptos. Doctrina de Séneca.

¿Quién nos librará de unos políticos masterizados?