jueves. 28.03.2024

La parte por el todo, y viceversa

dibujo discurso

Las relaciones de las personas con el lenguaje son, a veces, muy extrañas. Como Jourdain, aquel personaje de Molière, que hablaba en prosa sin saberlo, hay personas que utilizan sinécdoques en su conversación sin reparar en ellas. Sucede lo mismo con la metáfora. De hecho, Flaubert decía que las personas que trabajan en los mercados de carnes, pescados y verduras de una ciudad inventan más metáforas en un hora que un escritor en toda su carrera literaria. Y sin saber qué es una metáfora.

¿Y qué es una sinécdoque? Hay quien la considera una figura literaria y quien la tiene como un grave error y una dificultad para entenderse. Y los hay quienes la consideran una falacia argumentativa, utilizada por demagogos y políticos, valga la redundancia.

Sinécdoque es palabra que proviene del griego, formada por dos prefijos, sun (junto) y ek (afuera) y dojé, del verbo dejomai, aceptar. Su significado es “comprensión de varias cosas a la vez”, lo que complica su alcance semántico.

Hobbes consideraba que muchos de los problemas de la representación política sucedían porque esta se basa en sinécdoques. La pretensión de que la parte represente al todo o que este asuma la representación de las partes produce situaciones conflictivas o surrealistas, que tanto Karl como Groucho Marx sabían.

España como sinécdoque es un mal invento. Y lo mismo podría decirse de Euskadi, Andalucía, Cataluña y Galicia

Pongamos algún ejemplo. Seguro que quienes no tienen ningún problema con la sinécdoque llamada España acusarán a los “autonomistas identitarios” de ser los únicos “sinecdoquistas”. Pero se equivocan. ¿Existe algún partido político que se vea libre de escaparse de las redes enmarañadas de la sinécdoque? Su uso no es exclusivo ni excluyente de una formación política determinada, aunque pudiera parecer que Vox tiene la exclusiva. Desgraciadamente, no es así. En este sentido, todos los partidos son iguales.

Hay sinécdoques que pueden parecer inofensivas, como decir “tengo que alimentar cien bocas”, pero ya no lo es decir que “España ganó seis a cero a Alemania”. O afirmar, típico de gente más o menos ingenua, que “ganamos a Alemania”. Sabemos que España no jugó aquel partido, porque, como concepto abstracto que es, no existe y porque quienes ganaron fueron once jugadores. Aun así dejamos pasar la sinécdoque, sin pena ni gloria. Tal vez, por aburrimiento que produce el uso de algo. Pero si escuchamos que “España no debe permanecer impasible ante los independentistas catalanes”, recelamos y preguntamos: “¿Y qué España abarca dicha sinécdoque?” Y haremos bien en preguntarlo. Porque, a fin de cuentas, ¿qué idea tienen de esa España, Vox, el PP, Unidas Podemos, Ciudadanos y el Psoe? Cuando los Colegios de médicos de España pedían la destitución del ventrílocuo Simón porque “España no se merece esto”, ¿a qué España se refieren estos profesionales del bisturí, a la España que ellos representan? No saben, ni contestan. Normal. Los médicos colegiados de España no tienen la misma idea de España. Como, por regla general, no tenemos la misma comprensión de cualquier abstracto que tomemos en consideración. De ahí la enorme dificultad de entendimiento que existe entre las partes: ninguna tiene la misma idea de ese todo que llaman España.

España como sinécdoque es un mal invento. Y lo mismo podría decirse de Euskadi, Andalucía, Cataluña y Galicia. Hablar en nombre de una totalidad cuando esta no existe, es propio de un lenguaje totalitario y poco respetuoso con la pluralidad particular de las partes. Los nombres políticos abstractos utilizados como convención simbólica son una mala pasada. No por culpa de tales nombres, sino por quienes hacen de ellos una cama procustiana, acostando en ella las diferencias y aspiraciones particulares, sea para cortarlas o para acomodarlas a las medidas estrictas de dicho camastro.

Si peligrosa es la utilización del todo por la parte, también lo es cuando se usa la parte por el todo. ¿En qué medida una acción particular puede representar un todo? O dicho de otro modo:¿en qué medida la buena o mala acción de un individuo (parte) representa al colectivo (todo) al que aquel pertenece? Lo habitual es que un colectivo o un partido político (el todo) se apropie de la acción bondadosa de uno de sus militantes (parte) y la rechace cuando pone en solfa al todo del partido. Como justificación se utilizarán mil explicaciones, a cual de ellas más rocambolescas.

La culpabilidad intrínseca del carlismo como del nazismo en los hechos que se les imputan, y tomados ambos como un todo ideológico, es manifiesta

Sabemos que en la Guerra de 1936 en Navarra se cometieron miles de asesinatos, perpetrados por carlistas y falangistas. Para mitigar esta constatación, ignominiosa para el todo, se reclama que hubo carlistas que salvaron vidas de republicanos, concluyendo que el carlismo no fue tan cruel ni tan fiero.

Un segundo caso lo representaría el nazi alemán, afiliado a las SS y que, de forma clandestina, ayudó a miles de judíos a librarse de las cámaras de gas, excusa que muchos enjuiciados en Nüremberg utilizaron para librarse de la horca. La pregunta sería idéntica al anterior caso: la “conducta bondadosa” de este nazi, ¿salvaría de la consideración criminal y genocida al nazismo?

En ambos casos, la parte no salva al todo. Lo que hicieron el carlista y el nazi, no lo hicieron ni como carlista ni como nazi, sino como seres humanos al margen de la ideología que supuraba la organización política a la que pertenecían. La culpabilidad intrínseca del carlismo como del nazismo en los hechos que se les imputan, y tomados ambos como un todo ideológico, es manifiesta. Jamás podrán salvarse este estigma criminal, apelando a la actuación humanitaria de uno o varios de sus militantes. En realidad, lo único que estos sujetos salvaron para la posteridad fue su sentimientos de piedad y de humanidad individual en un determinado momento. Un sentimiento que ni el nazismo ni el carlismo mostraron como conglomerado ideológico. Al contrario, sucumbieron al uso del terror y de la barbarie.

Dicho lo cual, no se deduzca que pongo al mismo nivel de barbarie al carlismo y al nazismo. Solo un estólido mental caerá en esa tentación infantil o un carlista actualizado, que no soportará ver juntas ambas denominaciones para describir en qué consiste el uso de la sinécdoque en el terreno político de las justificaciones interesadas.

La parte por el todo, y viceversa