miércoles. 24.04.2024

Nuevo director del Cervantes

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Tan dispares han sido los sucesivos directores de este organismo que lo único que cabe deducir es que la dedocracia institucional goza de buena salud, gobierne quien gobierne

Hacía tiempo que no me leía tal manojo de generalidades y banalidades para justificar un cargo oficial nombrado a dedo por el actual gobierno. Me refiero a las declaraciones de Manuel Zaguirre sobre el nombramiento de Luis García Montero como director del Instituto Cervantes.

Vaya por delante que nada tengo en contra de Luis García Montero. Ni nada a su favor, puesto que desconozco cuáles son las cualidades específicas que exige dicho cargo y si estas las posee García Montero para desempeñarlo con éxito. Tan dispares han sido los sucesivos directores de este organismo que lo único que cabe deducir es que la dedocracia institucional goza de buena salud, gobierne quien gobierne.

Si se repasan los nombres de los sucesivos directores que ha tenido este organismo desde 1991 -Nicolás Sánchez Albornoz, Santiago de Mora-Figueroa, Fernando Rodríguez de la Fuente, Jon Juaristi, César Antonio Molina, Carmen Caffarel, Víctor García de la Concha, Juan Manuel Bonet-, lo único que se obtiene es la confirmación de que se trata de personas nombradas por afinidad política con los gobiernos correspondientes. Más allá de esta característica nada puede sacarse en limpio. Bueno, sí, que todos los nombrados tenían un gran amor por la lengua española, pasión que, evidentemente, no garantiza el éxito de un buen trabajo al frente de dicha institución.

Ya es sabido que los objetivos principales de dicho organismo -según la ley del 7/1991 de 21 de marzo, con González en el gobierno- son la promoción y enseñanza de la lengua española, y la difusión de la cultura de España e Hispanoamérica. Y la organización de distintas actividades tendentes a la formación del profesorado sobre dicha enseñanza, y promoción institucional en los distintos países donde está presente alguna sede de dicho instituto. Desde 1991 hasta hoy, tales objetivos no han sido modificados, ni evaluados.

De ninguno de los distintos directores que ha habido hasta la fecha -desconocidos para la inmensa mayoría de los hispanoparlantes-, se ha dicho que fuese un director maravilloso, estupendo o nefasto. Han pasado por el cargo como sombras de sí mismos y, como rara vez se hacen en este país evaluaciones públicas de este tipo de gestiones, pues eso, nada sabemos, por ejemplo, cuál es el balance de las gestiones realizadas por los dos últimos directores, García de la Concha y Bonet, por ejemplo. Pocos, por no decir ninguno de los ciudadanos de a pie, sería capaz de decir, no solo si le suena dicho organismo, sino qué es lo que ha hecho, por ejemplo, en Madrid, donde tiene dos sedes, uno en la capital y otro en Alcalá.

A pesar de estos antecedentes, el nuevo nombramiento de García Montero ha sido recibido por Zaguirre con alborozo, anunciando contra toda evidencia empírica que “será un excelente Director”. No bueno, ni mejor, sino “excelente”. Eso, sí, necesitará “nuevos impulsos y otra mística”.

¿Nuevos impulsos? ¿Mística? Esto sí que sería una novedad para un defensor de la laicidad como García Montero, porque mística, según el diccionario de la RAE es “actividad espiritual que aspira a conseguir la unión o el contacto del alma con la divinidad por diversos medios (ascetismo, devoción, amor, contemplación, et.”. Quizás, se trate de una mística-laico poética. En ese caso, estaría bien que Zaguirre la describiera.

¿Y por qué razones convincentes lo hará muy bien el nuevo director del Cervantes? Como se verá, los párrafos que justifican tal futuro son un alarde de razones la mar de pertinentes.

Primero. Porque “es un granadino luminoso”. ¡Toma ya! Seguro que, si el nuevo director fuese de Zamora o de Alcobendas, no sería tan refulgente. Para nada.

Segundo. García Montero, de 60 años, “es joven, de memoria, de espíritu, de ideas y proyectos, y de edad también, qué leche”. Eso digo yo, ¡qué leches!

He aquí un retrato que el Consejo de Ministros debería hacer suyo para cuando le llegue la hora de nombrar a otro director. Lástima que diga que G. Montero está lleno de ideas y de proyectos y no haya transcendido ninguno de ellos a la luz pública. Nos mantendremos expectantes.

Tercero. Porque “es cultísimo y ama nuestra maltratada lengua castellana con la pasión y la ternura que se ama a la madre o a ese amante irrepetible”.

Es verdad. Amar la lengua como se ama a una madre -lo del amante irrepetible dejémoslo aparte por rubor- es, como se sabe, la mayor garantía para hacer bien cualquier empeño que uno se proponga. Y si es como el amor que se tiene a un amante irrepetible, entonces, es la fetén, oiga.

Cuarto. Porque “es una persona buena, un buen hombre, no dogmático, progresista obviamente”. Y fue candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid por IU, tuvo que haber añadido Zaguirre pero no lo hizo. ¿Por qué? ¿Acaso no es un excelente dato a integrar en su biografía?

Decía T. Bernhard que, cuando uno conoce a alguien, rara vez se excede en sus alabanzas hacia él. Zaguirre confirma esta advertencia cuando confiesa: “No lo conozco pero lo he tenido cerca y yo me equivoco poco cuando deduzco por la expresión de un rostro o el gesto suave de unas manos”.

¡Ah, el gesto suave de unas manos! ¡Qué cantidad de información definitiva nos ofrece de las personas! Debería patentarse esta nueva modalidad institucional a la hora de nombrar cargos: “¡Enseñe sus manos, por favor! ¡Ponga sus manos ahí, para que las podamos escanear!”. Estaría bien que el Gobierno creara un nuevo cargo, el de lector de manos, para el cual, Zaguirre, sabio intérprete de los gestos suaves de unas manos, debería ser el primero en ocuparlo.

Finalmente, Zaguirre sugerirá al nuevo director que “emplee sin demora en restituir nuestra lengua en el norte de Marruecos, que fue español para regular y para mal, pero que en lo tocante a la presencia de nuestro castellano siempre fue para bien”. ¿A qué suena esta invocación que destila cierto nostálgico tufo colonialista?

Una pena que en el texto de Zaguirre no encontremos una idea práctica de cómo organizar el funcionamiento -suponemos que nada místico- de los 87 centros que dispone el Cervantes, distribuidos en 44 países de los 5 continentes.

Termina Zaguirre diciendo que a Cervantes le gustaría que lo dirigiera Luis. ¡Pues qué bien! ¿Y cómo lo sabe? ¿Por inspiración mística o porque, también, lo ha leído en alguno de los gestos de las manos del poeta?

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