viernes. 29.03.2024

Los monstruos que nos devoran

No hay monstruo, por muy disparatado que sea, que no haya sido producto de nuestras decisiones...

No diré que muchas desgracias nos pasan porque las merecemos por causa de nuestra inveterada costumbre de hacer las cosas por rutina, por hábito y por tradición. Es muy probable que el principio de causalidad sea una tomadura de pelo como señalaba Cortázar en uno de sus cronopios, pero ya no lo es el principio de inconsciencia en el que se sumergen gran cantidad de actos que realizamos en la vida y a los que no damos importancia alguna.

En más de una circunstancia, tendríamos que pararnos en medio del camino, no para abandonar toda esperanza que esta hace tiempo que la perdimos, sino para reflexionar en qué medida muchas de las decisiones que tomamos son producto de la inconsciencia, fuente contrastada del alto índice de la estupidez que conduce al ser humano a perpetrar cualquier burrada.

Decía Goya que el sueño de la razón produce monstruos, pero, sin pretender enmendar la paleta al genio de Fuendetodos, habría que señalar que la inconsciencia no le va a la zaga. Al contrario, en muchos casos es la oculta causante de las grandes tragedias que arruinan nuestro mapa vital. Tragedias que tienen un origen en cantidad de actos cotidianos que hacemos los seres humanos y a los que no les otorgamos importancia colateral alguna.

Gestos y actos que consideramos de poca monta, de nula influencia en la configuración política, económica y cultural de la sociedad en que vivimos. Una pena. Porque estaría bien que reparáramos en ellos y comprobásemos hasta qué punto somos responsables de la existencia de tanto monstruo que devora nuestras entrañas de un modo inmisericorde en cualquier campo vital al que echemos una ojeada intensa y escrutadora.

Somos los ciudadanos quienes alimentamos a esos monstruos de la política de altura y, en muchos casos, de bajura, que han erosionado por completo las bases de nuestro modo de vivir precipitándonos en la sima de la desolación, del desahucio, del paro sine die y, en ocasiones, de las acciones más abyectas. Sin embargo, lo peor de nuestra capacidad asombrosa para crear tales monstruos está por llegar. Lo digo porque, a la vuelta del camino, seguiremos depositando en ellos nuestros votos y la esperanza de que sigan machacándonos el alma y el bazo hasta pulverizarlos. Se diría que pertenecemos a la secta más cualificada del masoquismo.

Somos los ciudadanos quienes alimentamos a esos monstruos del balompié, a quienes por dar artísticas patadas a un balón les hemos llenado los bolsillos y sus cuentas corrientes de un modo escandaloso. Parece como si nunca nos hubiéramos parado a pensar que los millones que cobran por su inconmensurable e imaginativo trabajo salen de nuestros bolsillos. Y que cada vez que asistimos a un estadio lo que de verdad estamos manteniendo es, no sólo nuestra identidad nacional o lo que diantres se quiera, sino la respiración y dentellada de tales monstruos. Por supuesto que hablo de Messi, de Neymar, de Cristiano, de Bale, de Ramos, de Iniesta, de Costa y de cualquier otro maldito crack con los que habitualmente llenamos los grillos de nuestras cabezas, y me refiero, por supuesto, a los Del Nido, Florentinos, Rosell y demás buitres burocráticos y financieros del fútbol. ¿Cuándo decidiremos no asistir –tranquilos, solo durante un año-, a esos campos de batalla futbolística aunque solo fuera para cerciorarnos de que, en efecto, la culpa de cierta injusticia salarial distributiva la estamos alimentando nosotros mismos? Ya tiene maldita gracia que uno de los grandes patrocinadores de la Champions sea Gazprom, ese monstruo del gas que tiene a occidente acojonao. Y que la liga española de fútbol se denomine Liga Endesa. Seguro que una parte de los céntimos de las facturas de la luz alimentan el talonario de los Messi, Ronaldo y Neymar

Somos los ciudadanos quienes alimentamos a esos monstruos del celuloide que llegan a cobrar por una película 50 millones de euros y el pico que les corresponda por el monto obtenido en las taquillas. Es absolutamente demencial que unos sujetos, a quienes la propia naturaleza hizo bellos –si no de qué iban a ser artistas de ensueño-, se llenen de millones sus cuentas corrientes en paraísos fiscales y, para colmo, hagan alarde público de haberse comprado mansiones y aviones por un monto de dinero cuya mínima parte cubriría los presupuestos municipales de cualquier pueblo y ciudad. ¿Hasta cuándo vamos a permitirnos la idiotez inconsciente de seguir alimentando a estos bastardos, enemigos de la condición digna del ser humano? A tal grado de sectarismo he llegado particularmente en este ámbito que me basta con escuchar a un artista de estos pelajes decir que ha regalado a su hija o a su mujer un avión o una mansión cuyo precio podría dar cobijo a una tribu entera de Togo, para que nunca, jamás, tampoco, vea, ni siquiera en televisión, una de sus películas aunque el mejor crítico del mundo diga que es la mejor película de todos los tiempos.

No hay monstruo, por muy disparatado que sea, que no haya sido producto de nuestras decisiones más o menos inconscientes. Pocas personas habrá que se libren de no contribuir a la creación de tales monstruos. Incluso los podremos recolectar entre quienes alardean de considerarse más libres que una lombriz de tierra. Desengañémonos. Somos nosotros quienes hemos fabricado y alimentado muchos monstruos, asistiendo y aplaudiendo sus espectáculos y consumiendo sus productos.

Hay una variedad enorme de monstruos de los que podríamos hablar largo y supino. Me detendré en el que podríamos librarnos con un sencillo gesto. Me refiero al monstruo de la prensa, de esa prensa que, cada día que pasa, justifica los atropellos contra la dignidad ética y moral de la ciudadanía que no tiene donde caerse muerta.

Es frustrante que sigamos manteniendo periódicos que defienden la existencia de esta gente monstruosa. No se trata de una invitación a no leerlos. Hay quien considera que la lectura de la prensa actual reduce la almendra cerebral, pero esto es una afirmación discutible. Así que leamos los periódicos que deseemos, pero sería del género idiota gastarse un euro en aquellos periódicos que alimentan las guaridas y cuevas de esos monstruos, los cuales, como en los cuentos del folclore, exigen víctimas inocentes, siempre del pueblo, para acallar su voracidad infinita.

Resulta bochornoso ver gente supuestamente de izquierdas comprarlos como si se tratara de un rito necesario e imprescindible. Cada vez que cumplen con esta liturgia, están contribuyendo a que el monstruo y sus crías sigan reproduciéndose como lo viene haciendo, algunos de ellos, desde comienzos del siglo XX. Si se desea leerlos, hagámoslo, pero en una cafetería.

Los monstruos que alimentamos de forma inconsciente son aquellos que gozan de mejor salud. Cada uno de nosotros, en la esfera más afín a nuestro carácter y temperamento, contribuye al nacimiento, desarrollo y crecimiento desorbitado de esos monstruos que lenta pero eficazmente consumen y devoran lo mejor de nosotros mismos: la libertad de ser lo que queremos… y que el Estado, con la inestimable ayuda de estos monstruos, quiere comprarnos por el módico precio de una seguridad de mierda…

Los monstruos que nos devoran