viernes. 29.03.2024

Monago en la senda de Polanco

No sabría explicar el porqué, pero en los últimos meses se ha acentuado una nefasta costumbre...

Monago ha dicho que los ataques que “estaba sufriendo, lo eran, también, contra Extremadura”

No sabría explicar el porqué, pero en los últimos meses se ha acentuado una nefasta costumbre, arraigada en la clase política, como si se tratara de un virus letal. En cuanto un presidente de una comunidad autónoma se ve acuciado por la legalidad vigente, que ha descubierto en su comportamiento alguna chapuza o pícara costumbre de sustraer dinero de la caja del erario –cosa muy común cuando se dispone de las llaves-, se refugia en la falacia de sostener que “quien le ataca personalmente, ataca a su familia y a la comunidad que representa”.

Al parecer, algunos políticos tienen un concepto del honor y dignidad de la familia tan poco familiar que en cuanto ellos, y solo ellos, rebajan el pistón moral de su conducta aquella se resiente estrepitosamente. ¿Y qué culpa tendrán los hijos y la mujer de tener como padre y marido un impresentable?

El penúltimo ejemplo de este pésimo hábito lo ha protagonizado el presidente de Extremadura, ese peripatético sujeto que cada vez que interviene en público sufre la rara metamorfosis de convertir su rostro, de natural blanco como el yeso, en un voluminoso tomate seleccionado para simiente del próximo año. Monago ha dicho que los ataques que “estaba sufriendo, lo eran, también, contra Extremadura”.

La situación resulta rocambolesca. Existe un supuesto delito cometido por un individuo y su defensa ética se sostiene concitando en su persona una abstracción llamada Extremadura y que representa a todos los ciudadanos extremeños, como si estos tuvieran el mismo sentimiento y pensamiento respecto a la actuación del presidente de dicha comunidad administrativa. Peor aún, como si ellos hubieran disfrutado también del usufructo de unos sospechosos billetes de avión.

De este modo, el “ataque mediático” a su persona se considera un ataque a los valores abstractos que él, en su imaginario político, piensa que representa, incluso cuando hace la picardía o se reúne con los conmilitones de su partido para preparar vete a saber qué próxima tropelía.

La supuesta víctima de esa "persecución mediática" deja de ser un individuo para ser sustituida por un abstracto, que tan pronto simboliza el bien general, el Estado de Derecho, la Democracia, la Virgen del Rocío y, ahora, Extremadura. ¡Son tan manejables los abstractos!

No somos expertos en Derecho y en sutilezas jurídicas como las que ciertos jueces pergeñan para salvar de la hoguera a tanto chorizo impresentable. Y, por la misma razón de ignorancia leguleya, nos cuesta más que un esguince cerebral entender cómo los principios del Estado de Derecho peligran cuando se entabla, no un litigio contra una persona, sino una investigación para conocer el origen y destino final del pago de unos simples billetes de avión. Hay que ser retorcido para confundir el Estado de Derecho con las pesquisas realizadas para averiguar si alguien es un chorizo con denominación de origen o un bendito fabricado con recortes de hostias de comulgar.

Tampoco, nos entra en el casquete cerebral cómo una comunidad autónoma pueda sentirse amenazada y cuestionada por semejante indagación. La verdad es que, si así fuera, habría que convenir en que estaríamos ante la presencia de unos billetes de avión con un alto grado de toxicidad más pernicioso que el propio ébola. El poder contaminante de tales papeles es más nocivo que las listas del cabrón de Bárcenas.

No soy discípulo aventajado de Casandra, por lo que mis dotes de adivino, no es que sean pocas, son nulas Lo que no me impide vislumbrar qué sucederá en un futuro más o menos inmediato si Monago sale victorioso de esta tan tormentosa como aburrida anécdota. Porque antecedentes similares los ha habido en la historia reciente de este país. De ahí que podamos atisbar la frase con la que Monago culminará su travesía con estas palabras finales: “Extremadura, gracias a Dios, ha recuperado su dignidad perdida que muchos han querido atropellar en la persona de su presidente”.

Aquí convendría indicar que como nadie pierde lo que nunca ha tenido, menos podrá recuperarlo. Me refiero, obviamente, a Extremadura. Y si el presidente homologa su dignidad personal con la comunidad extremeña es que la tiene muy grande, o es más tonto de lo que, a veces, da a entender, que no son pocas.

Pero Monago no se encuentra solo en este viaje deplorable al país de los despropósitos conceptuales y políticos, en los que se perpetran identificaciones entre términos nada compatibles. Parece como si viviéramos en un oxímoron permanente. Para mostrarlo, no me iré a los tiempos del Cid Campeador y la jura de santa Gadea, pero sí a las témporas de 1997. En este año, el escándalo Sogecable fue pasto voraz de las páginas de los periódicos. Se acusó al grupo PRISA de apropiarse de los depósitos entregados en concepto de fianza por los suscriptores de Canal+ al alquilar los descodificadores. Quienes se querellaron contra Polanco y compañía los acusaron de contabilizar y utilizar tales depósitos en beneficio de la empresa cuando deberían haber quedado inmovilizados.

El juez Gómez de Liaño quiso empapelar al dueño del periódico El País, Jesús Polanco. No me extenderé recordando en qué términos se incubó el caso, donde el PP agitó el agua podrida de la charca hasta convertirla en un maremoto y que terminaría por llamarse el caso Liaño. En 1998 cuando la justicia dictó sentencia a favor de Polanco, este afirmaría que "la justicia ha restablecido los principios del Estado de Derecho." Y no solamente eso. El dueño de Prisa sostendría que “he librado a España de un juez como Liaño”.

El periódico que se consideraba a sí mismo el gran valedor de la democracia, pues ya se encargaron de vociferar que sin ellos aquella no se hubiese instalado en este país, afirmaría que “la defensa legítima de nuestros derechos simboliza la de los derechos de todos. De modo que en la defensa legítima de nuestros derechos simbolizamos con toda justicia la de los derechos de todos”. Y, luego, hablarán de populismo y caudillismo, señor Falstaff.

Confundir los legítimos intereses económicos de Prisa con el de los valores de la convivencia democrática; identificar un negocio privado del cable con los de la libertad, la igualdad y la democracia, constituyó un exponente supremo, no sólo del confusionismo ideológico y político sufrido durante veinticinco años que duró la mal llamada transición, sino, obviamente, de demagogia y de cambalaches conceptuales. El escritor Carlos Fuentes, cayendo en la misma trampa de la confusión interesada, sostendría en 1998 que “el juicio contra Polanco no era sólo contra Polanco. Era contra la libertad en general y la libertad de expresión en particular. Era un esfuerzo por desandar años de edificación democrática. Era un desafío a la libertad. Era un desafío a la transición democrática. Era un desafío -asumo la responsabilidad de decirlo- al papel moderador y equilibrado del rey Juan Carlos. El triunfo de Polanco fue un triunfo de la justicia, de la democracia y de la libertad".

Cámbiese lo que haya que cambiarse y se verá que, cuando Monago sostiene que los ataques contra su persona lo son contra Extremadura, lo único que hace es poner en práctica la doctrina Prisa de 1998.

Su periódico estrella debería dedicarle un monumento. Monago es de su cuadra.

Monago en la senda de Polanco