viernes. 29.03.2024

A López Obrador le crecen los enanos

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Para ser un defensor de los pueblos indígenas, Vargas Llosa mantiene unas posturas realmente incomprensibles para los intereses de tales pueblos

La carta del presidente mexicano López Obrador fue enviada al Rey de España según la Constitución, al Papa y al Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del Gobierno español. Dejemos de lado al papa y al rey, figuras inconsútiles de solemnidad y transcendencia, tanta que suelen estar por encima de todos y de todo, y pensemos en ese ministerio terrenal de asuntos externos y recordemos quién disfruta de sus sinecuras actuales. Exacto. Josep Borrell.

En efecto. Es el mismo personaje que el día 28 de noviembre de 2018, en un acto de la Complutense, refiriéndose al exterminio masivo de nativos americanos en Estados Unidos en los siglos XVIII y XIX, dijo: “Tienen poca historia detrás, lo único que habían hecho era matar a cuatro indios”.

¿Es posible, por tanto, que una persona, sea ministro o palafrenero, que diga tal barbaridad pueda presentar disculpas -las disculpas no se piden, se presentan-, en nombre del ministerio que preside o del gobierno que representa en el mundo? No. No lo es. Esta gente está bien trabajando en CEPSA o en el FMI, pero no dirigiendo un ministerio de un gobierno, menos aún socialista.

A propósito, ¿tanto cuesta presentar disculpas? ¿A quién le puede sentar mal que alguien las presente por algo que pasó hace quinientos años? Porque, si pasó hace tanto tiempo, menos imaginable es aún poner trabas a ese gesto de bonhomía. Lo que haría falta es que, una vez solicitadas y presentadas las disculpas, se hiciera mucho más por los pueblos indígenas actuales que la mera inculpación por el pasado. Y, por supuesto, lo ideal sería que, presentadas o no las disculpas, que no las presentaran ni el rey, ni el gobierno, el de López Obrador se centrara en orientar su política en favor de los pueblos indígenas.

Yo pensaba ingenuamente que a los gobiernos, a todos sin excepción, les era más fácil hacer declaraciones formales de todo tipo para luego no cumplirlas que comprometerse de verdad con quienes en este mundo sufren todo tipo de invasiones abrasivas ante el altar del progreso y de la civilización. Al parecer, prometer y no hacer nada, se llevan a la par. Pedir perdón o presentar disculpas no cuesta dinero, solo pone a prueba un falso orgullo patriótico. 

Paso página y retrato.

Y así, quien faltaba en esta fiesta tan ridícula como incomprensible, ha aparecido como suele hacerlo, con afirmaciones dignas de su ultraliberalismo conservador. Sí, me estoy refiriendo a Mario Vargas Llosa.Y lo ha hecho en un Congreso de Lengua en Córdoba (Argentina) y, además, saltándose los protocolos, que tanto respetan este tipo de sujetos cuando les interesa que se respeten.

Subido a la tarima de los oradores y en presencia del rey de España entre los presentes, ha soldado de un tirón que López Obrador “tendría que habérsela enviado a sí mismo y responder por qué México, que se incorporó al mundo occidental hace 500 años y desde hace 200 disfruta de plena soberanía como país independiente, tiene todavía a tantos millones de indios marginados, pobres, ignorantes y explotados”.

Pues está claro, señor Vargas. Se debe a la Civilización y la Economía de Mercado de la que es usted un excelente voceras. ¡Ay, el Mercado! ¡Qué sería de los pueblos indígenas sin su ayuda desinteresada! Para Vargas, si no fuera por el Mercado y el Fondo Monetario Internacional, ya no quedaría ningún pueblo indígena en pie debajo de la capa de ozono. Lógico que sea así, cuando no se oculta que han sido el Saturno caníbal del Mercado y del Fondo Monetario Internacional los culpables de la desaparición de miles de pueblos indígenas en el orbe terráqueo y ante el cual, los sucesivos gobiernos mexicanos han mirado para otro lado. Y recordemos los años que estuvo el PRI gobernando México.

Sabido es que Vargas Llosa escribió El sueño del celta, donde describe las horribles vejaciones que se perpetraron contra los indígenas amazónicos de Colombia y de Perú. A su favor hay que recordar, también, que, cuando le otorgaron el premio Nobel, en su discurso sentenció que “desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza”.

Elogiable actitud, aunque ya me gustaría saber si, tras esta valiente denuncia, el escribidor se ha preocupado alguna vez más de los huitotos que, como describe en su narración, serían mutilados, violados, asesinados y marcados como reses por los productores de caucho en el Putumayo. Borrell seguro que no lo sabe, pero el genocidio de los huitotos, entre 1910 y 1912, superó la cifra de 50000 personas, entre mujeres, hombres, niños y ancianos.

Vargas Llosa sabe bien que los huitotos siguen igual de desamparados que ayer. Si ayer fue el caucho la causa de su perdición, en la actualidad es la coca, que explotan empresarios, gracias a colonos desaprensivos protegidos mediante grupos armados.

Lo que describió el protagonista de su novela, Roger Casement, el celta novelesco, lo encontraría hoy mismo como objeto de su denuncia, pero con una mayor crudeza y barbarie, y una tecnología más sofisticada y más letal.

El Nobel Vargas tiene derecho a indignarse, pero la indignación no es aval suficiente para no repetir errores. Tampoco, sirve de mucho escribir novelas de denuncia. Es verdad, tampoco lo sirve pedir perdón y presentar disculpas.

Es paradójico que le exija a López Obrador que se preocupe por los indígenas mexicanos -que entre estos los hay a su favor y otros en contra, faltaría más-, y, a continuación, Vargas Llosa no tenga remilgo alguno en criticar acerbamente al movimiento indígena por oponerse estos a la explotación comercial de sus territorios.

La verdad es que para ser un defensor de los pueblos indígenas, Vargas Llosa mantiene unas posturas realmente incomprensibles para los intereses de tales pueblos. Veamos.

En 2018, Vargas Llosa, que presume de ser hijo putativo de liberalismo de los Popper, Hayek y Berlin, criticó ásperamente a los indígenas por detener la legislación que daba puertas abiertas a la Amazonía de su país para la explotación minera.

En 2003, en Bogotá, en un discurso netamente imperialista e invasor no tuvo reparos en identificar al movimiento indígena con un “colectivo terrorista”, inspirado en el “espíritu de la tribu” y presentarlo como “un anacronismo más bien ridículo”, obstaculizando así “el desarrollo, la civilización y la modernidad”. Ni más ni menos que lo que decían los caucheros que cazaban indígenas en Putumayo. La civilización y la modernidad, ¿de quién? ¿La de los indígenas o la de Vargas Llosa?

Dejémonos de pendejadas y platiquemos claro. La emancipación de la que habla Vargas Llosa es basura. Exige la despersonalización total de las poblaciones indígenas. Lo mismo que hizo la invasión colonial española. No es la emancipación que desean los indígenas, sino la que exige e impone por la fuerza la Economía de Mercado y esa Civilización, que, curiosamente, tanto deploró precisamente el gran ensayista y poeta mexicano Octavio Paz, en El ogro filantrópico y otros ensayos.

Es evidente que López Obrador no tiene el mismo concepto de indígena; menos aún, de civilización y de emancipación, que Vargas Llosa.

Al fin y al cabo, ¿de qué emancipación puede hablar alguien que sostiene con absoluta cara dura que los únicos liberales que hay en España están en Ciudadanos?

Así, que pido perdón, presento mis disculpas y lo siento de verdad. Prometo, incluso, que no lo volveré a hacer, pero es el momento de decirlo una vez por lo menos en esta vida: “¡Señores Borrell y Vargas Llosa, váyanse ambos dos a la mierda!”.

A López Obrador le crecen los enanos