miércoles. 24.04.2024

Escupidera nacional

Es más que manifiesto que las derechas han perdido el decoro lingüístico. Y esto es una mala señal. Muy mala. Es como decir que han perdido el decoro ético, porque, si algo nos define como seres humanos, es el lenguaje. Así que saquen la cuenta. Esta gente es capaz de todo, incluso de convertir la política en una charca pestilente o escupidera nacional, con tal de recuperar sea como sea el poder perdido, origen de su delirante acoso verbal contra el gobierno actual.

El lenguaje del insulto que transpira la derecha en este último período parlamentario, no solo destila el fétido olor del odio, de la mala saña y del rencor, sino que, como acto perlocutivo que es, invita a que sus matones hagan pruebas de tiro con el retrato inerme de quienes parecen odiar tanto. Así empezaron los carlistas en Navarra durante la II República y así terminaron: fusilando a 3500 republicanos.

Hasta la marquesa Cayetana Álvarez ha caído en este nivel lingüístico vulgar, impropio de su rango. Alguien con poder en estas menudencias debería llamarla a capítulo, advirtiéndola de que, al próximo desliz, del mismo modo que le dieron el título se lo retiran. ¡Joder, que una marquesa no puede rebajarse así! Que Casado o uno de sus subalternos de Vox llamen “hijo de terrorista” a Iglesias, pase, pero ¿ella? ¿Una marquesa? ¡Si Romanones levantara el pescuezo!

¿Se puede saber qué le está pasando a la derecha para rebajarse a este nivel y verse obligada a usurpar un rol que, históricamente, atribuye a la izquierda,y a quienes siempre tachó de incultos, maleducados, ignorantes y malhablados, incapaces de expresar su pensamiento sin mediar cinco insultos seguidos en una frase de cuatro palabras?

¿Tanta neurosis y resentimiento produce la pérdida democrática del poder? ¿Creen, ustedes, que las derechas se expresarían con tan mala leche caso de ocupar la Moncloa? ¡Lo que hace la pérdida del poder! Antes se decía que el poder corrompe, pero es que el no poder corrompe más y mejor.

La derecha está pidiendo a gritos que la psicoanalicen. Ya sabemos que está prohibido “nombrar la soga en casa del verdugo, pues provoca resentimiento”, pero rebelarse contra dicha verdad, que es de Adorno, mediante el grito, el insulto y el escarnio está revelando que algo no controla, no sé si los esfínteres, pero ciscarse tantas veces y de forma tan repetida en la “izquierda gubernamental” requiere un análisis meticuloso y una limpieza inmediata de tales conductos o parecida fontanería inferior.

Y no, aunque lo parezca, no lamento del todo esta situación. Pues entiendo que se trata, también, de un gran avance histórico. Alegra ver que la derecha, acostumbrada en estas situaciones de obsesión por alcanzar el poder, haya sustituido el asesinato individual y colectivo de comunistas y demás ralea por la palabra, aunque la elijan en el diccionario del insulto grosero.Es un salto cualitativo importante que hay que subrayar.

Lo que produce tristeza es que estos políticos se salten –insulto, etimológicamente, significa salto contra alguien– los pasos obligados de la Retórica clásica establecidos por Quintiliano para argumentar con inteligencia y respeto al oponente: la Invención, la Disposición, el Estilo (la Elocución), la Memoria y la Acción. Ni Catilina, que era un vil asesino y conspirador, según Salustio, recibió tales insultos por parte de Cicerón. Al contrario, fue objeto de unas piezas oratorias por las que su autor, el Garbanzos,y el propio Lucio Sergio Catilina pasarían a la historia. Nada por el estilo rescataremos de la oratoria de Casado, Abascal y Cayetana. De Rajoy quedarán para siempre sus tautologías. Ya saben: “un vaso es un vaso y un plato es un plato”.

Conclusión provisional

Como quiera que el panorama ofrecido por el Parlamento no parece que vaya a dar signos de cambio y, dando por hecho que sus oradores seguirán siendo los mismos bustos parlantes, al menos hasta las próximas elecciones, habrá que ser pragmático e imaginar propuestas  para sacar algo positivo de esta situación.

Si se parte de la premisa inapelable de que, para ser calificado como buen político, es necesario cierta capacidad para insultar, quizás haya llegado el momento de que la Cámara de Diputados, que tanta sensibilidad muestra por el honor ajeno para enlodazarlo, tomase la iniciativa de elaborar un Decreto Ley, cuyo ámbito de aplicación fuese la Enseñanza Secundaria Obligatoria. Su objetivo sería institucionalizar la enseñanza del Arte de Insultar como una asignatura, sino troncal, por lo menos optativa, del currículum y que serviría, al menos, a aquel alumnado que, como Aznar, ya sueña con llegar a ser presidente de Gobierno en el día de mañana.

Porque, por un lado, no es nada decoroso que las Leyes Educativas actuales, destinadas a la educación de la infancia, la adolescencia y la juventud, obliguen al profesorado a inculcar el respeto hacia los demás sin caer en el insulto, a escucharse los unos a los otros en los debates, a guardar el turno de palabra y a utilizar un lenguaje respetuoso con la dignidad personal, y, por otro, los políticos no cesen de descalificarse entre sí usando para ello insultos, burlas y mofas, acompañados por una crispación y un vozarrón de perro impropios de un homínido evolucionado.

Cualquiera entiende que, de seguir así, no tiene sentido alguno impartir clases de ética y de educación para la ciudadanía, menos aún una formación lingüística acorde con el respeto a los demás. Pues tal formación solo sirve para demostrar su esencial inutilidad. Para ejemplo. ¿Para qué ha servido el dinero del Estado regalado en forma de subvenciones a la Iglesia y a la enseñanza privada,sino para educar y formar a las derechas de esta generación que está haciendo del insulto su instrumento habitual para dinamitar al gobierno de la Nación?

Así que no estaría de más que los gobiernos de izquierda, aprovecharan su paso por el poder para, no solo cortar de cuajo el grifo de las subvenciones a los centros privados, concertados y mayormente colegios de la Iglesia, donde, al parecer, lo que se imparte en sus programas no anda muy lejos del cultivo de un rencor atávico y arraigado durante el franquismo contra las izquierdas, comunistas o no es lo de menos, las cuales, siguen teniendo a sus ojos la consideración de enemigos de España, de la verdadera, no olvidarlo, y de Dios, siempre Dios.Pues como dice el cardenal Antoñito Cañizares, gran conocedor de las artimañas del diablo, el hecho de que sean las izquierdas las que gobiernan, no solo es cosa diabólica, sino un insulto a la Divina Providencia, que como dijo Pío XII “siempre estará con España”.

Por estas razones, y otras muchas,resulta insoportable que los gobiernos de izquierda subvencionen a quienes los tildan de todo, menos guapos. Eso es masoquismo. Y las izquierdas deberían recordar que, si gobiernan, lo es gracias a unas elecciones democráticas, algo que en ocasiones parecen olvidar. No es una condescendencia de las derechas.

No es inteligente alimentar al monstruo que un día u otro se revolverá contra las izquierdas y tratará de devorarlas sin piedad alguna. Los Gobiernos de izquierda hasta la fecha no han sido incapaces de liberarse de una intrínseca contradicción: alimentar un monstruo con el dinero de todos los contribuyentes porque, para mayor recochineo, lo exige un Concordato trasnochado y que, como botín de guerra, constituye el mayor insulto que tiene que soportar una España, que se dice Democrática, Constitucional y sostenida por un Estado de Derecho. Y, aunque cueste reconocerlo, los responsables de este insulto no son solo las derechas.

Escupidera nacional