viernes. 29.03.2024

Dios, literatura y el obispo Munilla

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Hace unos años, el ensayista Steiner consideraba que el supuesto deterioro de la literatura se debía a que el escritor había abandonado a Dios, no sólo como sujeto/objeto de fe, sino como motivo del que hablar a todas horas.

El hecho era evidente y podrían certificarlo quienes más saben de estas cosas, los obispos, que, por regla general, mantienen mensajes telepáticos con la santísima Trinidad. Es inevitable. Hoy mismo, Dios ya no forma parte de la conversación de los hombres. A no ser que la gente tenga por Dios a Messi o a Ronaldo.

Y, desde la perspectiva del creyente, nada bueno puede esperarse de esta situación calificada de orfandad teológica. Antes, la gente por lo menos se acordaba de Dios aunque fuera para ciscarse en él. Hoy, ni siquiera eso. La gente es tan vaga en materia religiosa que a la hora de cagarse en alguien lo hace en el IBEX 35,en Rajoy en el Estado de Derecho. En Dios, nunca. Se han perdido las formas. Para colmo, los jueces ya no condenan a nadie por chapotear libremente con el nombre Dios y su familia, sino solo contra quien ridiculiza sentimientos religiosos y cosas inefables de parecido jaez.

Es triste constatarlo, pero la gente hace igual de caso a un ateo que a un creyente. Y esto es terrible. Sobre todo, para un obispo, como Munilla, para quien, como el filósofo Locke, nadie tendría que fiarse jamás de quienes no nombran a Dios en su conversación o lo ponen como testigo cuando no creen en él. Si Dios no forma parte de la agenda de un individuo, seguro que está tramando alguna fechoría. De hecho, los políticos corruptos cayeron en la tentación del cohecho y de la prevaricación por no hablar de Dios con su mujer y sus hijos.

¿Qué piensan ustedes en escribir? Desengáñense. La literatura, como sugería san Steiner, no es tarea de ateos. Aunque se entreguen a ella con intensidad, si no disponen de un sentido transcendente de la vida, no conseguirán una buena página. La bondad de lo escrito está en relación directa con los credos que uno recite al día y no con su dominio de la sintaxis y de la precisión lingüística y metafórica.Si es así, y no hay por qué llevarle la contraria a Steiner, lo que se escribe hoy día tiene que ser basura. Pues Dios, por no estar, no está ni como objeto de debate en los canales televisivos de la derecha. Todo un síntoma escatológico. Ni siquiera los tertulianos católicos, tipo Marhuenda, nombran a Dios en sus interjecciones. Dan más importancia a Venezuela, a Maduro y a la turba de esa de los podemitas, pero a Dios ni nombrarlo.

Si el oráculo del obispo Munilla del año 2012, según el cual más del 50% de los jóvenes eran ateos y los niveles de increencia han ido en aumento progresivamente, la situación actual tiene que ser pavorosa para la creación literaria. Como ejemplo contundente de esta aseveración, estarían las recomendaciones de lectura que el propio obispo hace en su web. Ningún autor moderno aparece en ellas. Tomen nota en consecuencia. Más que la adicción al móvil, al iPhone y al mp3, la ausencia de Dios explicaría la nefasta formación lingüística de los jóvenes.

Los maestros tendrían que hacer caso a este obispo tan resabiao y tan providencialista. Reparar en el hecho de que los niveles ínfimos de buena ortografía y de dicción de su alumnado se deben a su alejamiento de la Santísima Trinidad, de la que ni siquiera saben que son tres personas distintas -en algunas diócesis son cuatro, gracias al obispo-, y un solo dios verdadero. Su pésima memorización de las reglas básicas del uso de la g y de la j no es nada al lado de su ignorancia del catecismo. No deberían pensárselo más. La solución más plausible a este deterioro lingüístico-mental estaría en llevar a la práctica el cifrado en el eslogan “más Religión, y menos Ortografía”.

Pues, como sugiere el pope Steiner, la fe en Dios te lleva a producir recios sintagmas, metáforas originales y frases sin anacolutos. Quizás, sea esa la causa por la que Javier Marías los cultiva tanto en sus páginas: su ateísmo más o menos patente.

El origen del desastre cósmico solo acabo de enunciarlo. Se completaría diciendo que, si en estos últimos treinta años no se ha escrito ninguna novela con derecho a pertenecer al canon que dijera Bloom, eso se debeal descreimiento teosófico del escritor.

Todo un aviso para navegantes de secano. Así que harán muy bien quienes desean dedicarse a este oficio en no abrir la boca con relación a sus creencias metafísicas. Si algún periodista les pregunta sobre ellas, háganse los idiotas tautológicos, tipo Rajoy. Piensen que en la palabra Dios está el anagrama idos, locos, y seguro que salen del entuerto. Pero jamás se les ocurra decir que, como la ministra Fátima, creen en la Virgen del Rocío que nos saca de la crisis económica, o como el alcalde de Cádiz que pone medallones a la Virgen de los Pescadores porque es una virgen de izquierdas. Miren para otro lado. Ser ateo y escritor es un imposible, no solo metafísico, también físico. Un oxímoron en toda regla: “¿Ateo y escritor? Imposible”. Munilla dixit.

No son tonterías lo que estoy hilvanando. Si lo son, habrá que reconocer que existen alienígenas, como el obispo de san Sebastián, que creen en ellas. Reparemos en que el silogismo resulta categórico en su conclusión. Cuando se cree en Dios, la literatura no puede presentar ningún tipo de error sintáctico, porque el orden transcendental en el que uno vive se traslada de forma automática a la página. Una vida desordenada y crapulosa, como la que tiene que llevar un ateo, solo puede producir novelas como A la búsqueda del tiempo perdido, de Proust, Ulises de Joyce, Los caminos de la libertad, de Sartre, Los monederos falsos, de Gide, es decir, obras de mala gente y descreída, en cuyas páginas, si aparece el nombre de Dios, lo es para hacer con él anagramas irreverentes, cuando no parte fundamental de una escupidera.

Naturalmente, las cosas de la increencia se complican cuando se abandona el terreno de la literatura y consideramos lo que el obispo Munilla asegura como verdad revelada, a saber, que el ateísmo es la fuente de todo mal, del que se derivan, incluso, los atentados terroristas recientes en Cataluña y todos los que en el mundo se han perpetrado a lo largo de su evolución.

Aunque le pese a Munilla, habrá que recordarlo una vez más. Ser ateo no es condición necesaria para convertirse en asesino, violador, pederasta o corrupto. Tampoco, la fe en Dios evita a nadie ser un crápula, incluso llegar a obispo, que ya es decir.

¿Cuál es la condición inexcusable, capital, para ser un purpurado?

No lo sé, pero la autoridad del ramo debería prohibirlo a quien no mostrase poseer la suficiente capacidad craneal para pensar con cierta sindéresis, respeto a la pluralidad y equilibrio discursivo. Pues como diría Rajoy, “un obispo es un obispo y, si no lo es, pues será otra cosa”.

En serio. La palabra obispo tiene la misma raíz etimológica que microscopio. Ambas derivan del griego, del verbo skopein, con el significado de observar, vigilar, prestar atención. El microscopio ha sido un instrumento capital en el desarrollo de la ciencia.

¿Y el skopein de los obispos a dónde nos ha llevado? ¿Qué han hecho estos fascistas de la fe por la sociedad, además de bendecir con el hisopo miles de guerras llamadas de religión y elevar una guerra civil a la categoría de santa Cruzada? No creo que a los ateos, a pesar de sus depravaciones, se les pueda endilgar semejante ignominia. Y, bueno, si hay gente que necesita a Dios para portarse bien, eso demostraría que su autonomía ética no es de calidad. Pero, tampoco, es para reprochárselo, mientras no nos salpique el aperitivo con su salmodia transcendental.

Dios, literatura y el obispo Munilla