sábado. 20.04.2024

Necesidad de una nueva utopía

El socialismo, que ha sido uno de los grandes mitos unificadores de la humanidad, ya no pretende la transformación de la sociedad, sino gestionar «mejor» los recursos económicos...

El socialismo, que ha sido uno de los grandes mitos unificadores de la humanidad, ya no pretende la transformación de la sociedad, sino gestionar «mejor» los recursos económicos. De otra parte, la socialdemocracia parece estancada, sin proponer una solución de recambio a la hegemonía neoliberal. Hasta el keynesianismo de Roosevelt, que consiguió levantar de la crisis a EEUU, está hoy demasiado a la izquierda.

Hoy voy a tomar prestadas las ideas y palabras de Ignacio Ramonet, que utilizó en su libro Guerras del siglo XXI (DeBolsillo, 2004), en el que trata seis grandes temas: El nuevo rostro del mundo, donde traza las líneas fundamentales del mundo actual; El 11 de septiembre de 2001 y la guerra global que se declaró contra el terrorismo; Globalización/Antiglobalización y la guerra social planetaria dedicada a las transformaciones, revolución tecnológica, contexto económico, coordenadas políticas, valores sociales o actitudes individuales; La Guerra de Kosovo y el Nuevo Orden Mundial, con los bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia, para ejemplificar la nueva situación geopolítica; El Ecosistema en peligro, nuevos miedos, nuevas amenazas, posibles manipulaciones genéticas; y en el Epílogo, Otro mundo es posible, dedicado a señalar alternativas a la situación mundial actual.

El panorama de peligros que describe –me detendré en los sociales–, provocados por el resurgimiento de partidos racistas, xenófobos y antisemitas, sobre todo en el ámbito de los países de la Unión Europea, mientras que en la izquierda, los socialistas han aceptado convertirse al social-liberalismo. Por otro lado, ante el descrédito de los partidos políticos, la sociedad civil se va organizando y resistiendo, cada vez con más fuerza, organizada en multitud de asociaciones con diferentes objetivos y sentidos, en el intento de cambiar la situación, muchas de ellas actuando como grupos de presión. El problema surge cuando, teniendo legitimidad social para su acción, carece de la legitimidad democrática de las urnas, a la vez que escasa o nula organización y falta de visión global de la cuestión.

Dice Ramonet que a Oskar Lafontaine –primero dirigente del SPD y después portavoz en el Bundestag del grupo Die Linke (La Izquierda)– se le acusó de haber cometido cinco sacrilegios: preconizar una política de resurgimiento europeo, defender una fiscalidad más justa, criticar al Banco Central Europeo, reclamar la reforma del sistema monetario internacional y pedir al Bundesbank bajar los tipos de interés para abaratar créditos, incentivar el consumo y combatir el paro. Y se pregunta el autor: ¿Son éstos signos suplementarios del derrumbe ideológico de la socialdemocracia y su conversión al social-liberalismo? Parece que si. La socialdemocracia navega a la deriva, carente de brújula ideológica y de principios teóricos, obsesionada por la urgencia y la inmediatez, sin la pretensión histórica de transformar la sociedad.

Para la socialdemocracia, la política es la economía. La economía, las finanzas y las finanzas de los mercados. Han favorecido las privatizaciones o, estando en los gobiernos, las han impulsado, dando los primeros pasos para desmantelar el sector público y las concentraciones y fusiones de microempresas. En el fondo, la socialdemocracia aceptó convertirse al social-liberalismo, renunciando a fijar como objetivos prioritarios el pleno empleo y la erradicación de la miseria, en respuesta a las necesidades de los millones de parados y pobres que viven en la UE.

La socialdemocracia ganó la batalla intelectual tras la caída del muro de Berlín en 1989, pero hoy la izquierda está por reinventarse. El testigo del conformismo ha pasado a manos de la socialdemocracia. Es la moderna derecha democrática, en comparación con la derecha reaccionaria. Sin teoría política clara y por oportunismo político, ha aceptado la misión histórica de aclimatar el neoliberalismo. En nombre del realismo o del pragmatismo ya no quiere cambiar nada. Ha aceptado el Sistema «de todos los males». Y menos que nada, el orden social.

Para numerosos ciudadanos, la tesis ultraliberal de que Occidente está maduro para vivir en condiciones de libertad absoluta es tan utópica, tan dogmática, como la ambición revolucionaria del igualitarismo absoluto. Se preguntan ¿cómo pensar el futuro? Se espera una especie de profecía política, un proyecto sensato de futuro; la promesa de una sociedad reconciliada, en plena armonía.

Parece que no queda espacio para una nueva utopía, entre las ruinas del sueño socialista y los escombros de la sociedad desestructurada por la barbarie neoliberal. A priori parece poco probable. La desconfianza respecto a los grandes partidos se ha generalizado, al tiempo que se vive la gran crisis de la representación política. Un enorme descrédito de las élites tecnocráticas e intelectuales y un profundo divorcio entre los medios, las masas y su público. Pero todo es posible. Se siente la necesidad de un dique contra la marea neoliberal, de un contraproyecto global, de una contraideología, de un edificio conceptual capaz de oponerse al modelo liberal dominante.

Se palpa en el ambiente la necesidad de «soñadores que piensen y pensadores que sueñen», para encontrar, no un proyecto de sociedad al uso, sino un modo de ver y analizar la sociedad, que permita reemplazar a tiempo la ideología liberal por medio de una nueva arquitectura de conceptos. O mirar hacia las ideas válidas de ayer, porque con todos los cambios sociales, económicos o políticos, las necesidades de la gente siguen siendo las mismas.

La acción colectiva ha pasado a los movimientos sociales, las asociaciones y las organizaciones no gubernamentales –temáticas y transnacionales–, y la lucha se fragmenta. Los partidos políticos tradicionales –generalistas y locales–, tienen que escuchar sus reivindicaciones y convertirlas en proyectos políticos globales, capaces de volver a levantar las ilusiones por la transformación de una sociedad injusta, por una más justa e igualitaria, pensando globalmente y actuando localmente.

«Atrévete a andar por caminos que nadie ha recorrido, atrévete a pensar ideas que nadie ha pensado», podía leerse en los muros del teatro del Odeón en el París de 1968, recuerda Ramonet. Si queremos fundar una ética para el siglo XXI, la situación actual invita a semejante atrevimiento. Atrevámonos.

Necesidad de una nueva utopía