jueves. 28.03.2024

Por qué la monarquía no es buena para España

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Como era predecible (tanto el rey actual como su padre lo han dicho en cada discurso de Navidad), Felipe VI subrayó en diciembre del año pasado que “los avances y el progreso conseguidos en democracia son el resultado del reencuentro y el pacto entre los españoles después de un largo periodo de enfrentamientos y divisiones”. Reprodujo así la visión de nuestro pasado reciente –de la Transición supuestamente modélica y de la democracia que la siguió– que los establishments político-mediáticos del país promueven, atribuyendo su éxito a la generosidad de los dos bandos de la Guerra Civil que permitieron alcanzar un sistema democrático homologable al de cualquier otro país de la Unión Europea (en realidad, el decimosexto país más democrático del mundo según el semanario liberal ampliamente conocido y respetado por tales establishments, The Economist).

Estos dos bandos eran, por un lado, los herederos de los que llevaron a cabo lo que definieron como el “alzamiento nacional”. En realidad, fueron los golpistas que se levantaron militarmente en defensa de los intereses y privilegios de las élites económicas y financieras responsables del enorme retraso de España, frente a un gobierno democrático-republicano que, en defensa de las clases populares, iba a llevar a cabo intervenciones que reducirían los intereses de dichas élites. La evidencia de que ello fue así es abrumadora, por muy ignorada u ocultada que esta realidad siga estando en España. Y fue gracias a la ayuda de las tropas nazis de Hitler y del régimen fascista de Mussolini que los golpistas instalaron una de las dictaduras más sangrientas que hayan existido en la Europa Occidental (tal y como atestiguó el profesor Malefakis, de la Universidad de Columbia en Nueva York, experto en el fascismo europeo, cuya investigación demostró que, por cada asesinato político cometido por Mussolini, Franco cometió diez mil). Pero, además de cruel y enormemente represivo, el Estado dictatorial fue altamente ineficiente y regresivo, causa del gran subdesarrollo económico y social de España (cuando la dictadura terminó en 1978, España tenía, y con mucho, el gasto público social más bajo de Europa). Al otro lado estaban los herederos de los defensores de la democracia (comprometidos con el progreso y el bien común, dentro de una España plurinacional y socialmente justa), que, repito, lucharon para mantener la II República y avanzar en el proyecto social de España, unos esfuerzos que las clases populares españolas apoyaron activamente, lo que requirió una enorme represión por parte de los golpistas para poder pararlas.  

La versión histórica dominante durante la dictadura (todavía sostenida por amplios sectores de las derechas), que definían los dos bandos como los “nacionales defensores de la patria”, por un lado, y los “rojos” y “separatistas” -la anti-España, por el otro, pasó a ser sustituida por otra versión durante la transición convirtiéndose en “las dos Españas”, responsables a partes iguales de los errores y malas prácticas que tuvieron lugar durante y después de la Guerra Civil. En esta nueva versión, los dos bandos firmaron un acuerdo, sintetizado en la Constitución, que señalaba el camino a seguir, olvidándose del pasado y dejando de mirar atrás, lo cual estaba justificado con el argumento de que ambos lados habían sido igualmente responsables del dolor causado. Esto ha sido presentado por el establishment político-mediático del país, dirigido por el monarca, como un gran acierto que nos ha permitido vivir en paz y con un gran progreso, que ha supuestamente alcanzado tales dimensiones que hoy España no puede “ser reconocida ni por la madre que la parió (tal y como dijo uno de los protagonistas de la Transición).

La enorme falsedad de la Transición modélica, que supuestamente significó una ruptura con el régimen anterior

Esta gran falsedad ha sido repetida y promovida tantas veces, en un país conocido por la gran limitación en su diversidad informativa y mediática, que ha sido aceptada como una verdad indiscutible, en ausencia de voces (con acceso a los principales medios) que la critiquen. Ahora bien, la testaruda realidad continúa señalando y mostrando la verdad que existe detrás de tanta mentira. Y utilizo el término mentira con cierta reserva, pues no excluyo la posibilidad de que los que sustentan tanta falsedad no estén mintiendo. Me explicaré. Para que uno mienta necesita antes saber la verdad, y ocultarla a través de la mentira. Pero me temo que la realidad es incluso peor. Los que sostienen esta visión del pasado no están mintiendo, pues creen que es la verdad. La cómoda ignorancia les permite la promoción de esa falsedad, reproducida en unos medios altamente controlados, hasta el punto de ser mostrada, simple y llanamente, como la historia de España. La historia que se enseña en las escuelas públicas (y todavía más en las privadas) olvida los avances que la II República representó sobre el sistema borbónico anterior. En realidad, desde las reformas agrarias hasta la enorme expansión del sistema educativo (ambas resistidas por la Iglesia católica, la mayor terrateniente del país, y en cuyas manos recaía el control del sistema educativo), fueron medidas de enorme relevancia. Dice mucho de la enorme falta de diversidad ideológica existente en España que haya habido escasísimos programas televisivos que analicen tales reformas que, de expandirse y desarrollarse, habrían cambiado profundamente el país.

Las consecuencias de la desmemoria histórica

El hecho de que esta falsa historia de España (que incluye la demonización de la II República) haya sido aceptada en nuestro país por grandes sectores de la población se debe a varios factores. Uno es que la gran mayoría de los sucesores de los grupos y clases dominantes de la dictadura (y no me limito solo a incluir en esta categoría a su aparato gestor, sino que incluyo también a los sectores de la población tales como las clases pudientes, que se beneficiaron y continúan beneficiándose de las coordenadas de poder actual en el Estado) no han experimentado lo que supone ser herederos de los vencidos. Es decir, no sintieron en sus propias carnes lo que significó la derrota de los que lucharon para conseguir la democracia, sufriendo, como consecuencia, fusilamientos, detenciones, torturas, exilios, humillaciones, etc. Hablando con los herederos de los vencedores es fácil darse cuenta de ello. Y el primero entre ellos es el monarca, que proviene de una familia claramente privilegiada por la dictadura. Sin la dictadura, Felipe VI no sería hoy quien es. Su esposa, la reina, proviene de las derechas asturianas y madrileñas, ajenas a la vivencia de los vencidos. Y ello se aplica también a un sector importante de la población española, en general con un nivel de renta superior a la media, heredero y beneficiario de los vencedores.

La España heredera de los vencidos: la población republicana

Pero una gran parte de la población, si no la mayoría (incluso descontando la diáspora republicana), ha tenido una vivencia distinta. El lector me permitirá compartir mi experiencia (ver mi entrevista “Una breve historia personal de nuestro país: entrevista a Vicenç Navarro de Elvira de Miguel”. Vengo de una de las millones de familias represaliadas y pude ver y experimentar de primera mano lo que significó la derrota de los españoles demócratas republicanos, tanto en España como en el exilio. Mis padres fueron maestros, jóvenes ilusionados con las reformas educativas de la II República, denunciados, expulsados y humillados por la Iglesia católica (que quería continuar controlando las escuelas del país) y la Falange, el partido fascista, y represaliados brutalmente por el régimen fascista. En Gironella –población de la comarca del Berguedà, en Catalunya– fueron expulsados de la población a la cual habían servido como maestros de su escuela pública acusados de “rojos” y, en el caso de mi padre, además, de “separatista”. De lo primero estuvieron orgullosos, pues su compromiso con las clases populares era tal que llevaron a cabo grandes esfuerzos como, por ejemplo, ir a pueblos lejanos a dar clases o educar a los adultos cuando terminaba su jornada en la escuela. En cuanto a la acusación de separatista, mis padres amaban profundamente España, pero no la monárquica o fascista, sino la popular y republicana. Dedicaron toda su vida a ella.

Mis tíos y tías se fueron de España hacia Francia, donde, tras la invasión nazi, iniciaron, junto con miles y miles de españoles, la resistencia antinazi, en la que jugaron un papel determinante. Muchos otros lucharon también en las tropas del general De Gaulle que derrotaron al régimen de Pétain. Una de ellas –mi tía Amalia, miembro de la resistencia antinazi- fue encarcelada en un campo de concentración nazi. Al final de la guerra se juntaron con la diáspora republicana y se fueron, como muchos otros miles y miles de personas, hacia América Latina, donde más tarde los conocí; habían establecido una escuela de arte en Venezuela. España perdió más de un millón de exiliados (muchos más de los que constan en el recuento oficial de este país), lo que enriqueció a las Américas y empobreció a España. Este país nunca se recuperó de una pérdida semejante. Su gran retraso cultural se debió, en parte, a ello. Su historia, sin embargo, no se conoce; ha desaparecido. Páginas de la historia real de España que fueron eliminadas. Mi tía, en cambio, además de haber sido condecorada por el Estado francés, recibió una pensión de aquel país durante el resto de su vida.

¿De qué reencuentro están hablando el rey (y los herederos de los vencedores)?

Este olvido no se ha revertido y permite esta imagen de igualdad de responsabilidades entre los asesinos y los asesinados, entre los torturadores y los torturados, entre los que exilian y los exiliados, que no deja de ser una monstruosidad. Es impensable, repito, impensable, que en países que sufrieron regímenes idénticos (como Alemania, Italia o Francia) el jefe del Estado se refiriese a su pasado como un “largo periodo de enfrentamientos y divisiones”. Poner en pie de igualdad al bando vencedor y al vencido en la Guerra Civil, convenientemente despojados de un pasado olvidado, para pretender hacer posible un futuro en paz es muy ofensivo, ofensa que alcanzó su máxima expresión en el acto organizado por el exministro socialista de Defensa, el Sr. José Bono, el día 12 de octubre de 2004, cuando puso al frente del desfile militar a un luchador de la resistencia antinazi pro-republicana al lado de un luchador de la División Azul, que apoyó a los nazis. ¿Cómo se puede llegar a tal grado de insensibilidad democrática? ¿Se imaginan en Alemania ver a un militar nazi y a un luchador de la resistencia antinazi yendo uno al lado del otro en un desfile militar organizado por el gobierno federal alemán? No es tampoco sorprendente que el mismo personaje (hoy el socialista con mayor visibilidad en La Sexta), cuando fue presidente del Congreso, reprendiera a uno de los expresos franquistas (a los que había recibido en un acto de homenaje) por enarbolar la bandera republicana. Repito, ¿cómo se puede ser tan insensible y antidemocrático? Soy consciente de que el padre de tal personaje fue un falangista y, por lo tanto, creció en el ambiente de los vencedores. Pero mis padres, ambos socialistas, lo hubieran abucheado por tanta vileza.

¿Y cómo pueden el monarca y el establishment político-mediático mantener tanto silencio y/u ocultar el escándalo –denunciado en la prensa extranjera– ante el hecho de que altos mandos (retirados) del ejército español pidieran el asesinato de 26 millones de españoles por ser antifascistas? De nuevo, sería inimaginable que ocurriera algo semejante en Alemania, Italia o Francia. ¿Cómo pueden mantener esta apariencia de normalidad democrática? Nunca ha habido ningún intento de apartar a personas y comportamientos claramente hederos de la dictadura, frecuentes en las Fuerzas Armadas. ¿Se imaginan que Alemania, Francia o Italia hubieran tenido un monumento a Hitler, a Mussolini o al general Pétain en la escuela militar de sus países hasta solo hace unos pocos años? Fue el caso de la Academia General Militar española, que tuvo una estatua en homenaje al dictador hasta el año 2006. Y ante estos hechos, se continúa intentando sostener la falsedad de que España es homologable al resto de democracias europeas y que la monarquía española es como cualquier otra en nuestro continente. La evidencia muestra que no lo es.

Una última nota: la predecible manipulación de las declaraciones de Pablo Iglesias en el programa Salvados

Un indicador de la agresividad que están recibiendo las voces críticas en este país, procedente predominantemente de las derechas españolas, se reflejó en  acusar al vicepresidente del gobierno español y dirigente de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, de ser insensible con los exiliados republicanos, atribuyéndole errónea y maliciosamente posturas que no sostiene, como la de equiparar a Carles Puigdemont con los exiliados políticos republicanos durante la dictadura, cosa que nunca dijo. Por favor, vean la entrevista y lo verán.

Tal acusación por parte de las derechas españolas (PP, Ciudadanos y Vox) alcanza un nivel de cinismo parecido al que es capaz de mostrar el Sr. Trump en EEUU. Estas fuerzas han sido los principales instrumentos políticos que se han opuesto a corregir las enormes distorsiones que se han promovido sobre lo que fue la II República y el sufrimiento que causó el golpe de Estado fascista, incluyendo el exilio. Han hecho todo lo posible para que se mantenga la versión tergiversada de los hechos. E incluyo entre ellos a Ciudadanos, que tiene una visión de España parecida, si no idéntica, a la del PP, la cual se acerca cada vez más a la de Vox.

Ahora bien, lo que me apena es que algunas voces de izquierdas, incluyendo algunas por las que tengo gran estima y respeto, hayan contribuido a esta campaña de descrédito contra Pablo Iglesias. Quiero creer que no fuera su intención dañar una de las pocas voces republicanas con acceso a los medios, pero lamento que se dejaran utilizar por parte de las derechas y de unos medios que siempre intentan crear un clima de tensión, en el que las pocas voces críticas del país con acceso a los medios están siempre a la defensiva. La principal noticia de la entrevista de Salvados es que Pablo Iglesias dijera verdades como puños que raramente se escuchan en los medios. Mostró claramente lo enormemente limitada que es la democracia española, lo cual, por lo visto, no fue noticia para los medios. ¿Por qué?

El contexto de la manipulación de la respuesta

Es bien conocida mi crítica al gobierno independentista catalán por muchas razones, una de ellas por el enorme daño que su “proceso” ha causado a Catalunya y, muy en particular, a sus clases populares. Es casi imposible creer que sus dirigentes no supieran que lo que estaban haciendo (declarar la independencia de Catalunya), causaría la represión que hubo (en la que incluyo no solo el encarcelamiento y exilio de muchos de sus dirigentes), sino también el daño causado a la población catalana, la mayoría de la cual no es independentista, pero que quedó afectada muy negativamente por las medidas impuestas por el gobierno español con el 155. Los partidos independentistas antepusieron sus intereses partidistas a los intereses de Catalunya. Es difícil de creer, insisto, que no supieran que sus acciones desencadenarían una enorme represión por parte del Estado español, represión que, por otra parte, es la mayor fabricante de independentistas en España, como bien reconoció una dirigente del gobierno independentista, la Sra. Irene Rigau. Mostraron así un comportamiento antidemocrático, pues aprobaron una independencia que no apoyaba la mayoría del pueblo catalán.

Tal comportamiento exigía una sanción (como le pasó al presidente de la Generalitat, Artur Mas), pero no la que están recibiendo, pues además de estar sobredimensionada (por razones políticas más que jurídicas), dificulta todavía más la resolución de un conflicto que está dañando a Catalunya y al resto de España. El conflicto, por cierto, no es entre Catalunya y España (como los “superpatriotas” de los dos polos opuestos presentan), sino entre una visión de España, heredera de la borbónica uninacional, y otra visión republicana y plurinacional, que incluye opciones variadas, una de ellas (pero no la única, ya que tampoco es mayoritaria) la independentista. La pandemia ha mostrado claramente que hay tantas Catalunyas y tantas Españas como clases sociales tiene el país. En realidad, hay una gran cantidad de ejemplos que demuestran la existencia de preocupaciones transversales entre las clases populares de Catalunya y las del resto de España, unas clases que están siendo dañadas por el protagonismo partidista de los jacobinos uninacionales, por un lado, y de los independentistas gobernantes, por el otro, que frecuentemente han utilizado las banderas para ocultar el daño causado por la aplicación de políticas públicas neoliberales idénticas y pactadas, por cierto, entre ambos en las Cortes Españolas.

Este es el trasfondo del debate alrededor de la descripción de Carles Puigdemont como exiliado, en el cual ha habido una enorme manipulación, añadiendo leña al fuego de odio que se tiene, repito, a una de las pocas voces críticas que existen en España como Pablo Iglesias. Acusarle de insensibilidad hacia los exiliados republicanos es profundamente injusto. Unidas Podemos ha sido el espacio político que más ha estado criticando la forma como se ha desarrollado la desmemoria histórica promocionada por el estado monárquico, habiendo defendido a las Segunda República  y a sus exiliados, siendo el actor político que más a defendido la justicia social y la democracia en este país. Esta no es una observación partidista sino empírica. Vean los datos; conozcan lo que está pasando en el Congreso. No los verán en los principales medios, pero hay manera de conocerlos si uno los busca.

También es profundamente erróneo e injusto acusar a Pablo Iglesias de proindependentista o de tener simpatías secesionistas. Es un absurdo más. Debería ser obvio que para abordar el problema nacional se requiere una reconfiguración del Estado español que dé salida a su redefinición, que va desde su reconversión en una España policéntrica en lugar de radial (centrada en la capital del reino), como proponía Pasqual Maragall, a una España federal e incluso confederal.  Redefinir España no significa, como la derecha insiste, romper España, todo lo contrario, significa salvarla y enriquecerla. Hay evidencia contundente de que una España poliédrica sería más próspera que una radial.

Dicho esto, decir que Carles Puigdemont está exiliado no quiere decir que su situación sea la misma que la que sufrieron los exiliados republicanos. Hay miles de formas y tipos de exilio. Y Pablo Iglesias lo aclaró. Las causas del exilio de Puigdemont, Comín y otros son más políticas que jurídicas (vean la composición de los principales tribunales españoles); es una obviedad. Y, por lo tanto, es un exilio causado por tribunales altamente politizados. Dicho esto, no quiere decir -y Pablo Iglesias nunca lo hizo- que sea un exilio comparable al que tuvo lugar durante la dictadura. Y conozco lo que digo porque los míos lo sufrieron. Cuando llegaron a Francia, la mayoría malvivió en campos de concentración y no en mansiones; y sus familiares que se quedaron en España fueron perseguidos y detenidos, y, en muchas ocasiones, sus propiedades, requisadas. Que Puigdemont y mis tíos fueran exiliados políticos no quiere decir que la situación de ambos fuera la misma. La democracia española, aunque sumamente limitada, no es una dictadura fascista. Y los motivos que han conducido a cada uno de ellos al exilio son distintas. Creerse que están en Bélgica porque son unos malhechores sin más expresa un gran desconocimiento de lo que está ocurriendo en España. Y esto es parte del problema que es más que preocupante. Lo peor de este manipulado debate, es que ha ocultado y silenciado lo que Pablo Iglesias dijo sobre la enorme influencia de los enormes poderes económicos y financieros sobre el estado español. Y con la ayuda de los medios, la derecha continuó intentando debilitar a las voces críticas, a costa de silenciar las enormes limitaciones de la democracia española, creando en su lugar un falso debate con la intención de desacreditar al autor de dichas denuncias.


Catedrático Emérito de Ciencias Políticas y Políticas Públicas, Universitat Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy, The Johns Hopkins University. Director del JHU-UPF Public Policy Center

Por qué la monarquía no es buena para España