jueves. 28.03.2024

Lo que los grandes medios no están contando sobre EEUU

Si usted visita EEUU podrá ver la enorme atención que los principales medios de información de aquel país dedican al presidente Trump. En realidad, sus actividades centran las noticias políticas de la jornada, día tras día, desde el inicio de su mandato. Tal cobertura mediática tiende a ser negativa, criticándolo primordialmente por sus maneras, sus falsedades, sus groserías, sus salidas de tono muy poco presidenciales y un largo etcétera. Y lo mismo ocurre, por cierto, en los principales medios de información españoles, cuya cobertura de la situación política de aquel país es, con contadísimas excepciones, bastante deficiente. No soy yo alguien que valore positivamente la figura del presidente Trump. Todo lo contrario. Pero creo que es un gran error de tales medios de información que den tanta visibilidad y notoriedad a este personaje, pues contribuyen a crear la percepción de que el problema más importante que tiene EEUU es el comportamiento de Trump, olvidando que el mayor problema real de la vida política de aquel país es que un sector muy importante de la población le votó, y que muy probablemente le continuarán votando, no excluyéndose, por lo tanto, la posibilidad de que salga reelegido de nuevo en las próximas elecciones presidenciales.

Repito, pues, que por extraño que parezca, el mayor problema que tiene EEUU no es primordialmente Trump, sino que gran parte de la clase trabajadora blanca (que es la mayoría de la clase trabajadora) le votó y es probable que continúe votándole. Ni que decir tiene que muchos otros grupos y clases sociales también le votaron. Pero el grupo más decisorio y que jugó un papel clave en su victoria (especialmente en los Estados industriales de aquel país que determinaron dicho triunfo) fueron barrios obreros blancos, algunos de los cuales, por cierto, habían votado al candidato Obama en las anteriores elecciones. Y lo que es más que preocupante es que este sector de la clase trabajadora blanca continúa siéndole muy leal. Según encuestas recientes, un 80% de los que le votaron le votarían de nuevo. No hay ningún otro candidato que tenga un nivel tan alto de lealtad de sus votantes como Trump. Este es el gran problema que existe en el país, del cual los medios no hablan. Y lo que es igualmente preocupante es que durante estos años de gobierno Trump, el Partido Demócrata (que es el otro partido del sistema bipartidista estadounidense) apenas ha prestado atención a por qué este personaje ganó las elecciones que el Partido Demócrata perdió. En realidad, este último partido, que ridiculiza constantemente la figura de Trump en lugar de analizar por qué la gente le votó, ignora deliberadamente que fueron precisamente las políticas públicas aplicadas por los gobiernos del Partido Demócrata las que causaron que se votara a Trump. De ahí que se centren tanto en el personaje y muy poco en la enorme responsabilidad que el Partido Demócrata ha tenido en su victoria.

Las causas de la victoria de Trump: las políticas neoliberales del establishment demócrata

Toda la evidencia muestra que han sido las políticas públicas neoliberales aplicadas por el establishment político del Partido Demócrata las que han antagonizado a la gran mayoría de la clase trabajadora, que se siente totalmente ignorada por dicho establishment. En realidad, este establishment actuaba bajo el erróneo supuesto de que ya no existía una clase trabajadora en el país. En su ideario y argumentario su base social era y continúa siendo la clase media, pues asumían que la clase trabajadora o bien había desaparecido o se había transformado en clase media (algo parecido le ocurre, por cierto, a la socialdemocracia europea, incluyendo a la española, el PSOE). De ahí que el Partido Demócrata no haya digerido todavía la victoria de Trump y no entienda lo que está pasando entre sus bases electorales, incluyendo la clase trabajadora, que ha ido abandonando este partido desde hace ya años, el cual solía llamarse el Partido del Pueblo (the People’s Party)  y que ahora podría definirse como el partido del capital financiero (the Wall Street Party), siendo la banca (Wall Street) una de sus fuentes más importantes de financiación, incluyendo las candidaturas del presidente Clinton, del presidente Obama y de la presidenciable Hillary Clinton.

Las características del Partido Demócrata: su promoción de la globalización neoliberal

El Partido Demócrata, desde la época del presidente Clinton –que, junto con Tony Blair (del Partido Laborista británico), y Gerhard Schröder (del Partido Socialdemócrata alemán), fundó la Tercera Vía–, fue el abanderado de la globalización de la industria y del movimiento de capitales que han contribuido a la desindustrialización de EEUU (el sector con mayores salarios donde estaba empleada la clase trabajadora blanca). Este apoyo a las políticas globalizadoras era parte de su ideología neoliberal promovida por el mundo de las grandes empresas estadounidenses (que en EEUU se conoce como The Corporate Class, es decir, la clase de propietarios y gestores de las grandes corporaciones industriales y de servicios del país). Tal ideología representaba no solo un abandono de las políticas públicas keynesianas, sino también de aquellas que intentaban redistribuir los recursos a favor del mundo del trabajo. Es importante señalar, sin embargo, que Clinton no se presentó como neoliberal cuando fue elegido en 1992. Todo lo contrario. Ganó aquellas elecciones con un programa que tenía muchos componentes progresistas procedentes de la campaña de las izquierdas dentro del Partido Demócrata, lideradas por Jesse Jackson, del cual fui asesor, que casi ganó las primarias de tal partido en 1988 frente al candidato del aparato del Partido, Dukakis, gobernador de Massachusetts.

El gran éxito de Jackson y su Rainbow Coalition (repito, la alianza de las izquierdas del Partido Demócrata) explica que Clinton, astutamente, hiciera suyas muchas de sus propuestas progresistas, tales como establecer un Programa Nacional de Sanidad, todavía inexistente en EEUU. Estas propuestas contribuyeron a su victoria, propuestas que, sin embargo, tan pronto ganó, abandonó. En realidad, no solo abandonó gran número de las propuestas de la Rainbow Coalition que había hecho suyas, sino que incluso aprobó algunas de las propuestas más favorables al mundo empresarial (The Corporate Class) que había promovido el presidente Bush padre, que le precedió. Entre ellas, la más importante fue el Tratado de Libre Comercio entre EEUU, Canadá y México (NAFTA), que fue aprobado en el Congreso de EEUU en contra de la mayoría de demócratas y con el apoyo de los republicanos y los demócratas del sur de EEUU (el sector más conservador de tal partido). Esta medida creó un gran enfado y rechazo por parte de la clase trabajadora, que determinó su abstención en las elecciones al Congreso de 1994 (dos años después de la victoria de Clinton), lo que provocó que el Partido Republicano ganara la mayoría en dicha cámara, hablándose entonces de la “revolución republicana”, cuando en realidad el resultado de aquellas elecciones fue la derrota del Partido Demócrata liderado por Clinton, más que la victoria de los republicanos.

Las consecuencias del neoliberalismo de la Tercera Vía

Como consecuencia de tal “revolución republicana”, Clinton hizo suyas, de nuevo, las propuestas neoliberales promovidas por los republicanos. Como resultado de ello, los salarios y el poder adquisitivo de dicha clase trabajadora descendieron y han continuado descendiendo desde entonces (incluso durante el mandato del presidente Obama), de manera que el salario mínimo por hora en EEUU es de solo 7,25 dólares (estandarizados por unidades de poder de compra –UPP–), uno de los más bajos dentro del capitalismo desarrollado. El salario mínimo del promedio de los países de la UE-15 es de 9,2 dólares por hora (sin incluir Suecia, Dinamarca, Italia, Finlandia y Austria). El salario mínimo por hora en España es de 6,9 dólares estandarizados, uno de los más bajos de la UE-15.

Es importante señalar que una evolución semejante a la del nuevo Partido Demócrata clintoniano ocurrió en Europa con la socialdemocracia, que fue perdiendo su base electoral (primordialmente, la clase trabajadora) al convertirse al neoliberalismo, dejando de ser socialdemócrata para pasar a ser socioliberal, adoptando políticas públicas neoliberales que favorecieron claramente a sus Corporate Classes. Esta fue la causa del crecimiento de la ultraderecha, un fenómeno que ha caracterizado a muchos países a los dos lados del Atlántico Norte.

Esta transformación de la socialdemocracia al socioliberalismo se debe a muchas causas, pero una de especial interés es el cambio en la financiación de tales partidos (dependiendo cada vez más de los fondos procedentes de la Corporate Class), así como el cambio en la composición de su personal y de sus dirigentes, todos ellos pertenecientes a las clases medias de educación superior (la clase media ilustrada), que carecen de cualquier conexión con la clase trabajadora, a la cual ignoran.

La supuesta “modernización” del Partido Demócrata. La sustitución de las políticas redistributivas por las políticas de igualdad de oportunidades

El distanciamiento del Partido Demócrata de la clase trabajadora y su creciente acercamiento a la clase corporativa (característica de la Tercera Vía) explica su compromiso con la globalización neoliberal y con la redefinición de las políticas redistributivas, favoreciendo a partir de entonces a las rentas del capital y a los grupos pudientes, a costa del descenso de las rentas del trabajo. Así lo muestran los datos sobre la distribución de las rentas en aquel país: las rentas del trabajo descendieron, pasando de representar un 65,3% en 1993 (cuando Clinton comienza su presidencia) de todas las rentas del país, a un 60,5% en 2018. La continuación de tales políticas ha causado un enorme crecimiento de las desigualdades, de manera tal que, según un reciente estudio de Emmanuel Sáez y Gabriel Zucman, titulado The triumph of injustice, 400 familias pudientes acumulan más riqueza que el conjunto del 60% de renta inferior de todos los hogares. Y el 0,1% tiene más riqueza que el 80%. En realidad, un impuesto de un 2% sobre los ingresos a tales familias originaría suficientes ingresos para eliminar la pobreza en aquel país.

Esta transformación del Partido Demócrata ha ido acompañada de la desaparición de la categoría de clase social como variable para entender la realidad política y social del país. El enorme poder de la clase dominante (the Corporate Class en EEUU) explica la desaparición de la categoría de clase social en el análisis y discurso de un país (incluyendo los EEUU, donde el poder de la clase dominante es muy grande). En realidad, este fenómeno ocurre también en España, donde casi nadie habla de clases sociales. En su lugar, las categorías raza y género centran el tema de las desigualdades.

Este cambio en EEUU fue acompañado de otro: las políticas redistributivas pasaron a ser sustituidas por las políticas favorecedoras de la igualdad de oportunidades, con el objetivo de terminar con la discriminación racial y sexual (pero no por clase social). De esta manera el Partido Demócrata intentó y continúa presentándose como el partido de las oportunidades, garantizando que todo ciudadano estadounidense tenga la misma oportunidad de alcanzar la cúspide social. Su centro de acción es el área legislativa federal que sanciona y penaliza la discriminación por raza y género (repito, pero no por clase social), entre otros. Estas políticas han facilitado la movilidad vertical, sobre todo en el sentido de incorporar afroamericanos (y en menor medida, latinos) y mujeres en las instituciones públicas (y en menor grado, privadas) de EEUU. Su máxima expresión fue la elección de un afroamericano, el Sr. Obama, como presidente y la casi victoria de una mujer candidata a presidenta. Esta incorporación e integración  de las minorías y de las mujeres en las estructuras de poder político tuvo desde el principio un condicionante de clase social, pues en su gran mayoría, las personas integradas pertenecían a las clases medias profesionales, y solo muy raramente a las clases trabajadoras.

Crítica de Nancy Fraser y del concepto del neoliberalismo progresista

Se equivoca, sin embargo, Nancy Fraser al considerar el clintonismo como la alianza de los movimientos sociales –movimientos de los derechos civiles y feministas, entre otros- con el Partido Demócrata, definiendo tal alianza como el neoliberalismo progresista (ver su artículo “The end of progressive neoliberalism”, Dissent, 02.01.17). Su intento de convertirse en un partido feminista, por ejemplo, se da en respuesta a la radicalización de amplios sectores de tales movimientos que crearon una alarma entre el establishment político estadounidense y, muy en particular, en el Partido Demócrata, el cual respondió a tal amenaza mediante el intento (en parte exitoso) de coaptación e instrumentalización de sus dirigentes, incorporándolos a la estructura de poder, dentro de un contexto definido por la correlación de fuerzas bajo el dominio de la Corporate Class. Se intentaba con ello diluir así cualquier amenaza de inestabilidad para el orden existente.

La radicalización de los movimientos sociales y el intento del Partido Demócrata de contenerla. El movimiento feminista

Véase lo ocurrido con el mayor movimiento feminista existente en EEUU (NOW), que apoyó activamente a Hillary Clinton como candidata a la presidencia (que fue la máxima defensora de la globalización neoliberal en la administración Obama). La dirección de NOW insuflaba una visión neoliberal en sus programas que representaba solo a un sector de las mujeres y del movimiento defensor de los derechos de las mujeres: el sector formado por personas pertenecientes a la clase media profesional con educación superior (la citada clase media ilustrada). Tal clase social y tal feminismo neoliberal en EEUU eran y son profundamente antisocialistas: la candidata Hillary Clinton intentó destruir al candidato socialista Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata, que las encuestas mostraban que podría haber ganado las elecciones presidenciales. Esta hostilidad hacia las izquierdas incluyó también una fuerte oposición a las feministas contestatarias antiestablishment, que fueron marginadas y discriminadas. Las herederas de estos sectores de izquierdas, procedentes de las clases populares (como Alexandria Ocasio-Cortez, entre otras), representan el feminismo socialista, y se presentan sin tapujos como tales y como parte del movimiento socialista liderado por Bernie Sanders.

El movimiento de liberación de la población negra

Un tanto igual ocurrió con el movimiento de liberación negro que, en sus orígenes, vio asociada la liberación de la mayoría de la población negra con la liberación de la mayoría de la clase trabajadora, hasta tal punto que una semana antes de ser asesinado, Martin Luther King definió la “lucha de clases” como la realidad social que afectaba más la vida política, económica y social del país, esto es, como el punto esencial de la vida del país. De ahí que promoviera la alianza e incluso confluencia de todos los movimientos que defendían a las víctimas del sistema político, económico y cultural de EEUU, dominado por la Corporate Class y sus establishments políticos y mediáticos. Promovió así la convergencia del movimiento de derechos civiles con el movimiento obrero, relacionando así la liberación de ambos colectivos. La clase social era, para Martin Luther King, el elemento de transversalidad que facilitaba las alianzas, denunciando el racismo como el mecanismo e ideología que la Corporate Class utilizaba para dividir a la clase trabajadora del país.

Las políticas del Partido Demócrata, sin embargo, no apoyaron tal estrategia. Al contrario, desarrollaron estrategias y políticas que intentaban integrar dentro del sistema a cada grupo por separado. En el caso de la población negra, las políticas públicas de tipo asistencial, a fin de integrarla dentro de la estructura de poder (idea que alcanzó su máxima expresión con la elección del presidente Obama), mostraron las limitaciones de tal estrategia: el nivel de vida de la población negra no mejoró durante su mandato.

Hacer esta observación no implica desmerecer la importancia del factor simbólico. Su importancia depende, sin embargo, del contexto en el que aparece. El bienestar y la calidad de vida de la mayoría de la clase trabajadora, de raza negra en Baltimore, no ha mejorado al cambiar de raza la alcaldía, años atrás blanca, y ahora negra. Las políticas neoliberales se han continuado aplicando incluso con una alcaldesa, mujer y afroamericana, que vetó el aumento del salario mínimo en una ciudad donde la mayoría de la población es precisamente afroamericana. Así pues, la integración de las minorías y de las mujeres en diferentes estratos del Estado realizada por el Partido Demócrata neoliberal ha servido primordialmente para promover mejor el neoliberalismo.

Trump como consecuencia del rechazo al neoliberalismo progresista

El mal llamado neoliberalismo progresista fue precisamente el que creó un enorme rechazo entre los grupos más perjudicados por la aplicación de sus políticas, principalmente los sectores de las clases populares en general y la clase trabajadora en particular: y esa fue la cantera de apoyo a Trump. Sanders podría haber canalizado este enfado y ello ocurrió durante la campaña, pues sus máximos apoyos vinieron de la clase trabajadora y de los jóvenes, como también está ocurriendo ahora. El ataque sobre él y su destrucción como candidato por parte del aparato del Partido Demócrata contribuyó al éxito de Trump, que se presentó como el candidato antiestablishment. El votante más fiel a Trump es profundamente antiglobalización, y percibe al gobierno federal como el origen de sus problemas debido a su atención supuestamente exclusiva a las minorías y a las mujeres (de renta superior) a costa suya (sean hombres o mujeres), y a su excesiva tolerancia con la inmigración. Trump, que lejos de ser un inepto es enormemente astuto, alimenta esta percepción con un lenguaje muy accesible y muy popular, con grandes dosis de racismo y sexismo, y con un comportamiento antiestablishment que ayuda a ofuscar y ocultar sus políticas enormemente favorables al componente más reaccionario de la Corporate Class.

Su nacionalismo extremo, basado en un sentido de supremacismo racial (de la raza blanca), machista, profundamente antidemocrático, autoritario y caudillista, reúne las características del fascismo europeo, con una excepción. El fascismo europeo (que era también el instrumento de las clases dominantes para destruir el movimiento socialista y comunista) no era anti-Estado, pues competía con el movimiento obrero en la necesidad de cubrir las necesidades básicas de la clase obrera. En cambio, el trumpismo sí que es anti-Estado y anti políticas públicas sociales. Es un fascismo libertario más semejante a Vox que a Le Pen. Y representa una enorme amenaza para la democracia y el bienestar de las clases populares.

¿Cuál es la alternativa?

Una de las causas del enorme poder de la Corporate Class en EEUU es la atomización y autonomía de los movimientos de resistencia, hecho que ya está también ocurriendo en Europa. En EEUU, a diferencia de la Europa Occidental, no ha habido movimientos que favorecieran la transversalidad entre ellos. La Rainbow Coalition fue una excepción. Su objetivo era establecer una alianza de los movimientos sociales. Pero incluso tal alianza no tuvo una ideología que permitiera relacionar los distintos tipos de explotación para establecer un futuro y proyecto común. La ausencia de un proyecto socialista de masas que permita relacionar explotación de clase social, explotación racial y explotación de género, por ejemplo, ha debilitado cada uno de estos movimientos, que acaban compitiendo por el apoyo popular.

En la Europa Occidental, el socialismo tuvo una amplia base social que permitió avanzar en varias dimensiones de la liberación humana. No es por casualidad que los países donde la explotación de clase (y las desigualdades que genera), de género y de raza es menor sean los del norte de Europa, donde partidos pertenecientes a tal tradición política han gobernado durante la mayor parte del período transcurrido desde la II Guerra Mundial. No hay en esos países movimientos feministas muy fuertes. Sin embargo, las mujeres tienen muchos más derechos políticos, sociales y laborales que en EEUU, donde tales derechos están enormemente limitados. El contexto político es determinante, y este contexto en EEUU es muy desfavorable para la liberación de las distintas causas de la opresión, al no haber un proyecto común. Lo que es preocupante es que este modelo neoliberal se está extendiendo también en Europa. En realidad, en Europa, el crecimiento de la ultraderecha no ha alcanzado todavía las dimensiones de EEUU, donde el partido gobernante, el republicano, es ya un partido de ultraderecha con características fascistoides. Esto es nuevo en EEUU, y es muy preocupante. Trump es un síntoma, pero no la causa. Y el que no se vea así es el gran problema.

Los candidatos en el Partido Demócrata

La alternativa a este “neoliberalismo supuestamente progresista” (hoy representada por una mujer, líder del Partido Demócrata, Nancy Pelosi), ha sido Bernie Sanders, que se define sin tapujos como socialista, tomando como referencia las políticas públicas de carácter universal que empoderan a la ciudadanía en su totalidad. Es el equivalente al socialdemócrata nórdico escandinavo de hace veinte años. Y es enormemente popular entre los jóvenes y entre la clase trabajadora. Ni que decir tiene que es una de las personas más odiadas por el establishment político-mediático de EEUU, que utiliza todos los medios a su alcance para destruirlo. La otra candidata es Elizabeth Warren, un personaje curioso, pues aunque procede de una familia con escasos recursos, pasó a ser integrada rápidamente en las instituciones, convirtiéndose en profesora de Harvard. En esta etapa de rápido ascenso tuvo posturas neoliberales. Pero cambió y ha ido tomando posiciones más próximas a Sanders, aclarando sin embargo que no es socialista. En realidad, se define como feminista y “capitalista hasta la médula”. Es popular, sobre todo, entre las clases medias con educación superior.

El que mejor representa la herencia Clinton en su versión más conservadora es Joe Biden, el que fuera vicepresidente con Obama, que claramente representa el Partido Demócrata tradicional y que, en contraste con Trump, da una imagen de tipo presidencial, heredera de la administración Obama. Este partido ha estado intentando destruir a Trump basándose en el comportamiento poco presidencial del hoy presidente. El objetivo central de su programa anti-Trump ha sido mostrar las conexiones de este con el gobierno ruso durante su etapa de hombre de negocios en asuntos inmobiliarios, y más tarde como presidenciable, con la petición de ayuda a Putin en su pugna electoral con la Sra. Clinton. Tal tema, sin embargo, no tiene particular importancia para el ciudadano normal y corriente, el cual sabe que el gobierno ha intervenido intensamente en las elecciones de otros países y encuentra normal (aunque no deseable) que otros países intenten intervenir en las elecciones de su país.

Y ahora, gran parte de la atención se centra en las conexiones de Trump con personajes y países extranjeros para que le ayuden en su próxima campaña electoral, proveyéndole información útil. La utilización del Estado como si fuera de su propiedad para fines personales es algo típico de Trump. Y es denunciable. Pero a su votante no le provoca tanto rechazo, pues sabe de la corrupción del sistema político. En realidad, el atractivo de Trump es que su comportamiento está fuera de lo normal, pues hace explícitamente lo que otros hacen ocultamente. Se salta a la torera todo el protocolo y los requisitos éticos de su mandato. Su antiestablishment es muy atrayente. Romper con todas las normas. Y su crítica a los medios es popular, pues estos son altamente impopulares.

Lo que el Partido Demócrata debería hacer, además de autocrítica, es ver cómo las políticas que está imponiendo están dañando a la población que le vota antes: la clase trabajadora. Pero para que ello suceda hace falta autocrítica de este partido, algo que es difícil (casi imposible) que ocurra. Y ahí está el problema. El sistema bipartidista estadounidense es muy poco democrático y las instituciones están claramente sesgadas en contra de cualquier cambio, tal como, por cierto, también ocurre en España. Y mucho me temo que, sin cambios en el Partido Demócrata, pocos cambios ocurrirán en EEUU.

Vicenç Navarro

Catedrático Emérito de Ciencias Políticas y Políticas Públicas, Universitat Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy, The Johns Hopkins University

Lo que los grandes medios no están contando sobre EEUU