sábado. 30.03.2024

Las consecuencias negativas de la excesiva centralización del Estado Español

iberia

Esta centralización ha alcanzado un nivel extremo en la compañía aérea identificada con el Estado español, Iberia, en cuyo logotipo apareció hasta 2013 la corona real, que encabezaba su escudo

He escrito recientemente sobre la enorme centralización que existe en el Estado español, tanto en su poder ejecutivo como legislativo, centralización que se basa en una visión uninacional de España (característica históricamente de las fuerzas conservadoras españolas), propia de la visión borbónica del Estado. La falta de reconocimiento del carácter plurinacional de España va acompañada de una centralización del Estado y una falta de sensibilidad hacia la necesaria capacidad decisoria de los otros niveles de gobierno, y muy en particular del nivel local o municipal. Los datos son abrumadores en este sentido.

Uno de los indicadores más claros de tal centralización es la radialidad que se da en el transporte de este país, ya sea por carretera, ferroviario o aéreo, un modelo en el que la capital del Reino, Madrid, es el punto sobre el que se articulan todos estos sistemas de transporte. Esta centralización ha alcanzado un nivel extremo en la compañía aérea identificada con el Estado español, Iberia, en cuyo logotipo apareció hasta 2013 la corona real, que encabezaba su escudo. Tal compañía solo vuela principalmente desde Madrid. En Barcelona solo existe el puente aéreo, que comunica la capital de Catalunya con la capital del Reino de España, y algunos vuelos intercontinentales. Pero, por lo demás, no hay vuelos de Iberia a ninguna parte de España o de Europa. Lo hace, en su nombre, la compañía de bajo coste Vueling, que parece actuar como una subsidiaria de Iberia, una compañía cuya baja calidad se ve reflejada en los continuos retrasos y la falta de profesionalidad que emergen en cada temporada veraniega.

A esta situación se añade la escasa -por no decir nula- sensibilidad del Estado central hacia la defensa del consumidor o usuario, que alcanza niveles abusivos en el caso de las compañías aéreas low cost (entre las que destaca, de nuevo, Vueling), que operan la mayoría de los vuelos que salen del aeropuerto de Barcelona –en 2017 alrededor de un 65% de los pasajeros del Prat fueron transportados por estas compañías-, a diferencia de los de Madrid, la capital del Reino, donde solamente un 27% de los pasajeros del aeropuerto de Barajas fueron transportados por estas compañías (Fuente: Turespaña, diciembre 2017). Esta situación se repite en la mayoría de aeropuertos de las grandes ciudades “periféricas” de España.

Experiencia de primera mano

La última, pero no la única, experiencia que tuve con Iberia (y con Vueling) fue cuando tuve que volar de Barcelona a Estocolmo (Suecia), comprando los billetes de ida con SAS, la compañía nacional de Suecia y los otros países escandinavos, y los de vuelta con Iberia. En la ida a Estocolmo fue todo bien. El problema fue a la vuelta. Aunque había comprado los billetes a Iberia, vi al llegar al aeropuerto de aquella ciudad que el vuelo no era de Iberia sino de Vueling, que previsiblemente lo había retrasado una hora y media, retraso que no había sido comunicado a los pasajeros hasta el último momento. Pero mi frustración se acentuó todavía más cuando el personal del mostrador de Vueling no quería facturar mis maletas (con peso superior al autorizado por Vueling), a las cuales un cliente de Iberia tiene derecho. Tuve que insistir para que viniera el máximo responsable de la compañía para pedirle que respetaran mis derechos como cliente de Iberia. Por fin, la persona del mostrador tuvo que facturar mis maletas, lo cual hizo de una forma y con una actitud grosera y casi agresiva. Y cuando durante el vuelo pedí la comida a la cual el cliente de Iberia tiene derecho, me dieron cacahuetes. Al llegar al aeropuerto de Barcelona tuve que esperar casi una hora para recoger las maletas. Este es el coste de vivir y trabajar en la “periferia”. Otro coste de tales compañías low cost es la masificación del turismo de Barcelona, que está desbordando y que afecta negativamente a la calidad de vida y el bienestar de sus clases populares. Y no se reconoce tampoco que su bajo coste (“low cost”) se debe, primordialmente, a los bajos (misérrimos) salarios a sus empleados y trabajadores. Es un error querer estimular la economía de una ciudad a base de tales compañías.

El perjuicio para las ciudades “periféricas”

Por desgracia, el conflicto Catalunya-España, estimulado por los nacionalismos españolista por un lado, y catalanista por el otro (que absorbe todo el interés político y mediático del país), oculta otro problema mucho más generalizado en España y que afecta no solo a la gran mayoría de la población catalana, sino también a la del resto del Estado: la calidad de su vida queda afectada negativamente por este excesivo centralismo que está, además, empobreciendo a la totalidad del país (que vive en la periferia).

Quisiera aclarar que no soy antimadrileño. Todo lo contrario, me encanta Madrid, y me solidarizo con las clases y barrios populares de Madrid, víctimas ellas también de las consecuencias negativas del centralismo que denuncio. Pero es importante que el conflicto entre el Estado español y el gobierno secesionista catalán (el mal llamado “problema catalán”) no oculte el problema que afecta a todas las clases populares de España, y que es el “problema español”, derivado de la persistencia de un Estado excesivamente centralizado, el cual, como ya he dicho, está afectando a la mayoría de su ciudadanía. Es necesario, no solo por razones de calidad de vida y bienestar de la mayoría de la ciudadanía, sino también de eficiencia económica, que el Estado español sea más poliédrico y menos radial, favoreciendo la pluralidad mediante la promoción de sus distintos polos de desarrollo. Para ello, la configuración de las distintas modalidades de transporte es vital. Está claro que la compañía nacional Iberia, de inspiración y vocación borbónica, no está sirviendo a la mayoría de la población española.

El necesario cese de la centralización y su sustitución por la España policéntrica y plurinacional

No hay duda de que esta centralización está perjudicando a la mayoría de la población, que es y se siente periférica. En EEUU muchas ramas y agencias del Estado están ubicadas en otras ciudades, además de Washington. La sede de la Seguridad Social, por ejemplo, no está en Washington, sino en Baltimore. La Agencia Federal de Salud Pública está en Atlanta, y así un largo etcétera. Y muchas otras ciudades, como Nueva York, Chicago o Los Ángeles, tienen igual o incluso mayor importancia económica, financiera y cultural que Washington. Y ello ocurre en otros países de semejante nivel de desarrollo económico. Sería bueno que ello pasara también en España, dando mayor protagonismo político a otras ciudades y otros niveles de gobierno, y muy en especial al nivel municipal, claramente marginado en este país, y que se desarrollaran unos sistemas de transporte policéntricos, cambiando la centralización del Estado en la capital del Reino, que ha hecho mucho daño históricamente a este país.


Catedrático Emérito de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universitat Pompeu Fabra

Las consecuencias negativas de la excesiva centralización del Estado Español