viernes. 19.04.2024

El gran patio de Monipodio

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Monumento a Cervantes

El Alzheimer colectivo es todavía mucho peor que el Alzheimer individual, y un país sometido a la falsificación de lo colectivo es un país condenado”.
Emilio Lledó


Entre la obra de Cervantes hay una novela corta titulada, Rinconete y Cortadillo, en la que se narran historias de pícaros organizados. Aquellos son tiempos de gran penuria, donde los que no tienen propiedades ni influencias para colocarse optan por todo tipo de estrategias para sobrevivir, incluyendo los robos de poca monta que les proporcionaban lo imprescindible para ir llenando el estómago. Así, la picaresca de aquellos tiempos se convierte en todo un arte; arte que en España dio para recrearla en un género literario.

Las clases más elevadas eran las que encargan los trabajos sucios a estos bribonzuelos. Aquellos robos por necesidad nada tenían que ver con los de hoy, donde los estafadores, generalmente llamados ladrones de guante blanco, utilizan el ladronicio con descaro: nada de violencia física, aunque las consecuencias posteriores sean de grandes proporciones para terceros. En ese sentido, si antes el pícaro debía ser rápido en sus robos, expuesto en cada momento a ser descubierto o vapuleado por sus víctimas, hoy es la oratoria la que envuelve la gran estafa. Los propósitos de los tramposos están claros desde el comienzo, aunque las consecuencias no son inmediatas y los finales pueden ser impredecibles. La oratoria engañosa se descubrirá, generalmente, cuando el asunto ha culminado con suculentos beneficios para los embaucadores y en la ruina para las confiadas víctimas que, esperando mayores beneficios de sus escasos ahorros, se dejan envolver por los primeros, aunque la notoriedad del timo la da el número de estafados.

El patio de Monipodio lo situó Cervantes en Sevilla, pero ahora se expande como mancha de aceite por casi toda la geografía española

Actualmente, los delitos cometidos nada tienen que ver con satisfacer las urgencias alimenticias de los pícaros de antaño. En este nuevo formato se pone en marcha un mecanismo psicológico que dice a los estafadores ser más listos que el resto de los mortales, que nadie les pillará porque han logrado con su oratoria, aunque a veces sea de los más tosca, acallar a los desinformados o, cuando la ocasión lo requiere, acallar conciencias por medio de la billetera o de cualquier prebenda transitoria.

Hay otros delitos basados en el ladrillo. Bandoleros que, saltándose la más elemental decencia, hacen y deshacen a su antojo porque están seguros de tener todos los resortes de poder en sus manos. Engreídos del dominio que creen tener seguro, piensan que nadie puede darse cuenta de sus trapicheos y que si alguien se percata no hay más que repartir un pequeño porcentaje del millonario beneficio. El patio de Monipodio lo situó Cervantes en Sevilla, pero ahora se expande como mancha de aceite por casi toda la geografía española. Carreteras, obras faraónicas que no se mantienen y se abandonan al deterioro del tiempo, aeropuertos sin aviones y un sinfín de obras que saquearon las cajas de ahorro.   

Los ladrones de guante blanco quieren sentirse poderosos; saber que todo lo tienen controlado, que pueden repartir dádivas como si de un poderoso “Padrino” se tratara. Hacen pactos con el diablo para lograr sus planes y seguir ostentando el poder otorgado o usurpado que, como afrodisíaca droga, les envuelve en una nebulosa que les aleja de la realidad que el resto de los mortales estamos obligados a vivir.

La ambición del pícaro se sustentaba en la necesidad de llenar su tripa; por ello se hacían artistas de la mentira, aunque a veces saliesen peor parados que sus víctimas. La ambición del delincuente moderno está sustentada en otros principios: la aversión al maldito trabajo de sol a sol y expuestos al despido. Quieren sentirse ganadores en un mundo donde abundan los perdedores. Quieren sentirse poderosos en un mundo donde la adoración al “becerro de oro” se ha convertido en lo primordial.

Todas las alarmas están dadas, pero está todo tan enmarañado que cada vez es más difícil marcar las líneas de demarcación. El Tamayazo madrileño marcó un punto de partida del desmadre urbanístico, donde la especulación del suelo corrió de bolsillo en bolsillo. En la década prodigiosa del ladrillo, España fue el país de la Unión Europea que más cemento gastó, es una pista reveladora, que aquí sea donde se den las mayores tropelías, cuando no fraudes de ley es algo que debería inquietarnos. Excavar en los cimientos de cada una de las actuaciones urbanísticas que se dieron podría revelarnos que estamos ante la punta de un iceberg que navega bajo las aguas en todas las direcciones. Los infractores sólo aspiran a la búsqueda del tesoro rápidamente. Como en la edad media, el suelo, el gran feudo, es objeto de deseo para el medro personal. Por él se traicionan proyectos, amigos y otros atributos de los que el hombre dice ser merecedor. Qué pobreza intelectual sustentan las ambiciones de dichos personajes; individuos que, como en los tiempos del anciano régimen, suelen hacerse con un nutrido clan de cortesanos dispuestos a reírles hasta las más sórdidas tragedias. Picaros por necesidad antes, hoy ladrones de guante blanco por ambición, siguen siendo objeto de la atención general. Impotencia, resignación, rabia, son algunos de los sentimientos que suscitan.

El saqueo de las cajas de ahorro, su posterior rescate y los cambalaches de sus directivos se conjuraron contra quienes pusieron sus esperanzas en recobrar una caja convertida en Banco, finalmente fusionado con CaixaBank. Finalmente, La Audiencia Nacional ha absuelto a los 34 acusados en el juicio por la salida a bolsa de Bankia, en 2011. Y su mayor artífice, Rodrigo Rato, ex gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y ex vicepresidente económico con José María Aznar, en la época del Gobierno del PP. Rato dimitió como presidente de Bankia, en mayo de 2012, se encuentra en prisión cumpliendo una condena de 4 años y medio por el escándalo de las tarjetas black de Caja Madrid.  

Y el patio de Monipodio se expandió hasta romper fronteras. 

El gran patio de Monipodio