sábado. 20.04.2024

Todos al suelo, que viene la Navidad

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Llega la Navidad, todas las calles se llenan de luces, las tiendas de compradores compulsivos, los villancicos, la alegría obligatoria, se convierten en los protagonistas de la vida cotidiana, nos arrastran a todos en un torbellino de necesaria complicidad con la fiesta y la celebración de la que prácticamente nadie puede permanecer ajeno.

Hay que recordar que la Navidad, se supone, conmemora el nacimiento de un niño, hijo de una familia pobre, que acabó refugiándose en un pesebre para el parto y que pocos días después tuvo que huir de un tirano que quería asesinar al recién nacido. Por supuesto, las celebraciones nada tienen que ver con ello, cada vez más son una excusa para la fiesta, el consumo innecesario y los excesos gastronómicos. Las navidades se han convertido en un riesgo importante para la salud, tanto individual como colectiva por muchos motivos.

Vayamos primero al individual: Con la excusa de las fiestas se consumen de manera abusiva grandes cantidades de comida, generalmente cargada de sal, colesterol, azúcares, etc., siempre muy por encima de las necesidades nutricionales, con graves riesgos de atracones e indigestiones, todo acompañado de abundantes cantidades de vino, cavas y licores que suelen acabar en borracheras e intoxicaciones más o menos importantes. Claro está que, aparte de los efectos inmediatos y a corto plazo, tantas calorías y dulces favorecen la obesidad, la hipertensión y la diabetes.

En Madrid, mientras se gastan millones de euros en luces y adornos, cientos de refugiados tienen que dormir en las calles, abandonados por el ayuntamiento, un buen ejemplo de “cristianismo militante”

Otro aspecto que suele pasar desapercibido es que, la Navidad, es momento de grandes depresiones, porque la gran presión ambiental a pasarlo bien y a estar felices contrasta en muchos casos con las situaciones personales de soledad, abandono y condiciones de carencia en que viven muchas personas, que en medio de la obligatoria alegría ven como aumenta su sufrimiento. Hay distintas opiniones sobre si esta situación incrementa o no los suicidios, desde quienes señalan que se produce un aumento en las fiestas hasta los que dicen que suele suceder justo al acabar las mismas, e incluso quienes señalan que la depresión y el suicidio en estas fechas están más relacionados con  los días más cortos y con menos luz.

Finalmente, está el aumento de los accidentes de tráfico, pero también domésticos, relacionados sobre todo con el gran consumo de alcohol y los desplazamientos masivos en automóvil, sin olvidar los problemas que causa el frío (evidentemente esto no es culpa de las fiestas, sino de la época en que se celebran) a las personas que viven en la calle aumentando la mortalidad y la morbilidad (las enfermedades) en este grupo de población.

Luego están los problemas derivados del derroche y el consumismo. Las ciudades se llenan de adornos y luces absurdas, estableciendo extrañas competiciones en España, entre alcaldes, a ver quién es más excesivo, en realidad a ver quién consigue contaminar más haciendo una mayor contribución al desastre climático. Todo ello, y en paralelo, dando muestras de insolidaridad, de desprecio hacia la humanidad y fraternidad que se supone son la base del llamado “espíritu navideño”, así, en Madrid, mientras se gastan millones de € en luces y adornos, cientos de refugiados tienen que dormir en las calles, abandonados por el ayuntamiento, un buen ejemplo de “cristianismo militante”.

A la vez, el hiperconsumo sin sentido llena las calles de personas que buscan comprar cosas que no necesitan, produciendo atascos impresionantes, con una contaminación sobresaliente (del aire, acústica y lumínica) que agrava aún mas la emergencia climática y que contrasta con la cumbre del clima que pocos días antes se celebra en Madrid, cuestionando sus huecas declaraciones y una preocupación que decimos sentir con un planeta sostenible, pero que practicamos poco.

De todas maneras, no todo es tan negativo, también hay vacaciones, al menos para algunas personas, podemos intentar hacer una vida más saludable, niñas y niños se llenan de ilusiones, aunque sean superficiales, se producen reencuentros, difíciles en otros momentos, vuelven a poner “Que bello es vivir” en alguna cadena televisiva y, a veces, se logran momentos de alegría verdadera, aunque no nos toque el gordo de la lotería. No todo está perdido, en Navidad el mejor regalo es el afecto verdadero y la solidaridad con quienes más lo necesitan.

¡Si hoy es lo mismo que ayer, quizá el próximo año sea diferente!

Todos al suelo, que viene la Navidad