viernes. 19.04.2024

Huecos

dentista

«Hay que extraerla». Ni parpadeo, ni atisbo de duda. Inmisericorde. Sentencia  inapelable tras juicio sumario y rápido. Ni siquiera preguntar si la parte afectada prestaba conformidad…

Agradecí, eso sí, que hubiera empleado el término «extraer», en lugar del reciente al uso «excarcelar», para referirse a la acción que de inmediato llevaría a cabo, verbi gracia, desubicar una de mis muelas de su lugar en la encía. En concreto del juicio. La inferior a la izquierda del actor, yo; y a la derecha del estomatólogo, único espectador.

Al tiempo que inyectaba la anestesia con profesionalidad, o sea sin piedad alguna, me explicaba los efectos perniciosos que acarrean estas muelas infectadas. No detallo el relato por no «acongojar» a aprensivos ni proporcionar disfrute a morbosos.

Debo manifestar que, en el fondo, la decisión tomada por el facultativo me alegró. El dolor generado por la muela afectada me había acompañado todo un largo fin de semana apenas mitigado por anestésicos y antibióticos. Que mano ajena pusiera  fin a una relación tóxica me satisfizo…

Han pasado unos días desde la separación. Extinguido el dolor, la infección y el malestar, ha quedado el hueco. Y ese hueco me ha traído recuerdos de la extraditada: De su nacimiento, allá por la adolescencia, vendrían luego tres más, pero esta era «la primera». De la ilusión de su crecer: era la del «juicio». De su acompañar silencioso, año tras año, sin una queja si no la prestaba atención en la limpieza; sin una protesta al anegarle de líquidos ácidos o dulces, ardientes o helados…

Y el sentimiento de su pérdida para siempre, porque una muela del juicio no se reemplaza, y si es la «primera» menos aún, hizo que «una furtiva lágrima», interna pero lágrima,  brotara de ese lugar donde residen las lágrimas que tapan los huecos de ausencia. Los de muelas y los otros. Pues eso…

Huecos