martes. 23.04.2024

Daños colaterales

Me he levantado a hora temprana. Antes de la habitual. La tarea que tengo por delante requiere tener a la fresca por compañía.

Aspiro el intenso aroma del té Chai y contemplo a mis camisas que desde hace un par de días esperan con paciencia el planchado que les devuelva su tersura. La operación “planchar camisas” la vengo realizando año tras año bien cumplido el mes de diciembre. En este que ahora discurre, por el daño colateral sufrido por el virus de moda y la calorina del cambio climático, me he visto obligado a alterar el hábito.

Son doce las camisas. En correspondencia con los meses del año. A una por mes. No, no es que use una camisa a lo largo de treinta días seguidos. ¡Qué disparate! Las voy alternando de tal modo que siempre hay un intervalo de once días entre la primera y la última y vuelta a empezar. Así de enero a diciembre.

Un día me dije: Una vez al año se lavan todas las camisas y una vez al año se planchan. Y hasta hoy. Quizás podría haber esperado a octubre, pero hace unas semanas, y pese a la ducha diaria y el unte de crema antitranspirante, me advirtió me hijo que iba dejando tras de mi un aroma apreciable y/o indefinible. ¡Será porque sopla el aire de cara! Respondí, por decir algo.

Pero el comentario, unido a la observación de que los cerquillos de color hueso amarillo han incrementado su tonalidad sea por el virus, por el calor o por defecto de fabricación actual pues a las camisas de antes, las que utilizaba en casa de mi madre, no les ocurría, ha hecho ponerme manos a la plancha a la vez que me digo: ¡ánimo, que solo ha sido un adelanto de cuatro meses sobre el calendario establecido!

El vapor, sin duda alguna, despierta a la vocecilla interior, analítica y cabrona, que cáusticamente, y como al descuido, susurra: de cuatro meses, nada. No has tenido en cuenta en el cálculo los meses de aislamiento en los que no has utilizado camisa. Dicho lo cual, y podría jurar que, descojonándose de risa, añade: fuiste todo el tiempo con la camiseta de tirantes… ¡hasta en el aplauso diario!

Snif, snif…

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