jueves. 25.04.2024

Estadísticas filtradas por una ética cosmopolita que oriente las decisiones políticas

Ya nos hemos acostumbrado a que la economía vaya bien o mal, independientemente de cómo les pueda ir a nuestros bolsillos. Por otro lado, en las campañas electorales, los cabezas de cartel se atienen a las encuestas y a los vaivenes de uno u otro sondeo, desentendiéndose de nuestros problemas. Indicadores como el índice de precio al consumo determina un posible aumento salarial, el productor interior bruto condiciona las inversiones en unos u otros capítulos presupuestarios. La expectativa de alcanzar una determinada edad se debe a un promedio. Los índices de natalidad nos hacen ver cuán envejecida esta nuestra población. En definitiva las estadísticas tutelan buena parte de nuestras vidas.

Con la pandemia nos hemos acostumbrado a oír muchas cifras. El número de contagios por cada cien mil habitantes nos da una cifra y esta sirve como criterio para estudiar una serie de midas relativas a nuestra movilidad o al cierre de comercios. Los ingresos hospitalarios y las permanencia Ucis complementan el indicador de los contagios. Cada día muere un determinado número de personas y nos hemos habituado a que así sea. Incluso hemos olvidado en buena medida todo cuanto pasó en las residencias madrileñas para mayores durante la primera ola.

Como hemos apretado el acelerador con las vacunas, todavía no tenemos todos los datos relativos a su eficacia, duración y efectos adversos. Astrazeneca se lleva la palma en este sentido. Podría estar muriendo gente por vacunarse, pero las estadísticas indican que resulta preferible seguir inmunizando pese a eventuales victimas irreversibles. No me gustaría tener que hacer esos cálculos y verme obligado a tomar decisiones tan complejas. Los expertos deben asesorar y los responsables de la gestión decidir.

Sin embargo, hay cosas que caen por su peso, como Adela Cortina pone de manifiesto en su reciente libro titulado Ética cosmopolita: Una apuesta por la cordura en tiempos de pandemia. Todavía no he podido leerlo, pero he oído una intervención radiofónica suya, que me pareció un bálsamo en medio de tantas frivolidades propagandísticas. Cosmopolitismo y cordura son desde luego dos cosas que necesitamos en grandes dosis.

Según señalan Alejandro Sánchez Berrocal y Francisco Fernández- Jardón en un artículo titulado “El retraso de las vacunaciones da a alas a los euroescépticos y a los partidarios del Brexit”, la gestión europea de las vacunas puede tener efectos políticos cuyo alcance resulta imprevisible. La Europa de los mercaderes tenía una excelente ocasión para mostrarse un ámbito solidario y conseguir enorgullecernos de ser ciudadanos europeos, pero no ha sido así.

No se han articulado directrices comunes en momento alguno y la única decisión colegiada referente al abastecimiento de las vacunas ha resultado ser un auténtico fiasco. Austria y Dinamarca se alían con Israel para estar bien posicionados en la obtención de nuevas vacunas. Alemania piensa fabricar para sus nacionales la vacuna rusa. Hay mas ejemplos, pero bastan estos dos botones de muestra.

Nuestros gobiernos autonómicos tampoco han conseguido unificar criterios, a pesar de tener que hacerlo sobre un asesoramiento científico  igual para todos. Hemos asistidos a diversas ceremonias de la confusión. Poder ir de Paris a Madrid para tomarse unas cañas, mientras que no se puede ir de una región a otra desconcierta y causa una enorme perplejidad.

El horizonte de una pronta reactivación económica precipita posturas incompatibles con la cordura y el cosmopolitismo. Hay que perseguir el objetivo de vacunarnos a todos con una vacuna segura y sin animo de lucro. Enriquecerse vendiendo fármacos al mejor postor no parece algo que pueda permitirse y es una inmoralidad que debería ser ilegalizada.

Es muy probable que debamos acostumbrarnos a convivir con el coronavirus y sus mutaciones. Tendremos que vacunarnos cada cierto tiempo con vacunas convenientemente actualizadas y que deberían llegar a todos los miembros del genero humano, por el mero hecho de serlo y al margen de su nacionalidad o patrimonio, para que no queden reservorios biológicos de un virus cuya letalidad pudiera incrementarse.

Hay que invertir más dinero en ciencia, para dotar de los adecuados recursos a ese tipo de investigación. Paralelamente deben generarse industrias farmacéuticas de carácter público, al tratarse de una cuestión tan estratégica como es la defensa y, de hecho, quizá debieran desviarse fondos destinados a la compra de armamentos para esta otra prioridad, puesto que también es una cuestión de seguridad.

Las patentes deben tener una moratoria hasta que se supere la crisis mundial, aunque por supuesto sean debidamente compensadas. El proceso de vacunación debe ser fiscalizado en todo momento por la esfera pública, preservándolo de los avatares que impone la lógica mercantil y las especulaciones comerciales.

Tal como nos advierte Adela Cortina, necesitamos una ética cosmopolita que nos considere ciudadanos del mundo para este tipo de cuestiones y filtre las estadísticas que se mencionaban al principio en beneficio de sus auténticos protagonistas, que son las personas y no los números ni las cosas. También requerimos grandes dosis de cordura que sólo pueden facilitar una educación cabal impregnada por la ética y el acceso a los bienes culturales, porque también debemos inmunizar nuestro sistema cognitivo ante los virus de las patrañas y la demagogia.

Estadísticas filtradas por una ética cosmopolita que oriente las decisiones políticas