viernes. 29.03.2024

Rita Barberá DEP: “Entre todos la matamos y ella sola se murió”

Menos mal que la APM (Asociación de la Prensa de Madrid) ha salido en defensa de los impertinentes y desalmados periodistas. De no haber sido así, me veía ante el Juzgado de Guardia declarándome culpable de asesinato. Presencia ante un juez que a nadie agrada, sease inocente  o culpable. Son trances que imponen, mayormente si la culpabilidad viene ocasionada por haber matado a otra persona. Esto no ocurre con la frecuencia de las gamberradas que motivadas por el alcohol, y en algunos casos como justificación de algún agravio anterior, se llevan a cabo con nocturnidad y alevosía en los corrales de los pueblos, cuando en las juergas de la España profunda, a falta de pan, los mozos osaban saltar talanqueras y asaltar gallineros para llevarse a escondidas y con fines de diversión y comilona, varios gallos, de esos que los dueños suelen guardar para las grandes fiestas. No se puede culpar a tales mozalbetes de “robagallinas”, como en tiempos a los “maletillas”, vagabundos y quinquilleros, movidos en sus circunstancias por la hambruna, pues la hambruna está ausente de esos latrocinios en los que prevalece la aventura en sí misma o la mera diversión a costa de la familia infeliz, al ver al día siguiente mermado su gallinero. A veces, la alarma de un perro ladrador ante el alboroto de alas y picos, y los cacareos lastimeros de sus pobladores al ser degollados, despierta a los dueños del corral, que sorprendían a los ladronzuelos en plena faena, y raudos y veloces, se veían obligados a abandonar el botín y dar por inútil su asalto dejando tras de sí el cadáver de plumas. Más de una vez ocurre lo último, con el consiguiente inicio de indagaciones entre la mocería del vecindario y la valoración del perjuicio causado. Más de una vez, no se tarda en dar con los asaltantes, al ir en pandilla, cual bandoleros de Sierra Morena, y sin la precaución del silencio. Sorprendidos, ante la autoridad nadie se confiesa directamente culpable, no tanto para tratar de evitar la multa o el castigo, sino lo que es peor, la enemistad entre familias, lo que más duele entre gente y vecinos de bien. No suelen echarse las culpas y señalarse entre ellos, por mucho que la autoridad se empeñe, por lo que lo normal es recurrir al famoso dicho de “entre todos la matamos, y ella sola se murió”. Ella sola se murió, ni que decir tiene, se refiere en este contexto a la gallina que a hurtadillas pretendían los mozos cazar para la cazuela.

Al final todo se disculpa con la advertencia de que se trata de una gamberrada propia de quintos con cuatro copas de más y dos dedos de menos en la frente. Disculpados, en el vecindario las cosas siguen como si nada hubiera ocurrido. Se resarcen los perjuicios con mercancía semejante a la sustraída, o también con pena pecuniaria que siempre viene bien, y hace olvidar las penalidades causadas por la falta del esperado convite. Queda, pues, compensado el mejor gallo o gallina del gallinero, al ser amortizados suficientemente con creces, y la promesa de que los sujetos nunca más volverán a tomar al asalto el susodicho corral, ni sacrificar aves ajenas. Nadie, pues, acaba declarado culpable de su muerte, en tal caso entre todos la mataron y ella sola se murió. Y entre todos pagan el delito. No hay que señalar a ningún mozo en concreto, con lo que no ha lugar a enemistades entre vecinos. Queda el consuelo de que la pobre gallina murió en su mismo gallinero, rodeada de sus compañeras, gallos y polluelos.

Quizá no duela tanto morir, de cuyas consecuencias el finado no se entera, cuanto saber que se muere en soledad. Abandonado de todos los que te apoyaban, te aclamaban y te admiraban. Debe ser lo más duro. En soledad, abandonada de sus “coleguitas”, sin su “caloret”, ha muerto en un hotel una de los próceres más importantes y famosas del unidísimo Partido Popular. Un PP amante de los suyos y compinche de un sistema de favoritismos, mangoneos y financiación, que en cuanto hay alguien descubierto, reacciona dándole la espalda, echándole a los leones y apartándole de su círculo vicioso.

El elogio del catafalco

Desde que se supo lo que se supo, y se queda por saber, de la señora Barberá (que en paz descanse), se la quiso blindar, como hace la mafia cuando alguien está en riesgo de ser descubierto o a punto de cantar, y luego se la destierra de la familia para librar a ésta de la basura y de las acusaciones. Se la abandona y no se tienen en cuenta sus servicios a la causa, a no ser que se muera, como ha ocurrido. Entonces, alejado el peligro de cante de la incauta, se despliega todo un inventario de elogios de catafalco e hipocresía funeraria a la que tan inclinados estamos en esta España nuestra.

Doña María Rita Barberá Nolla (DEP), alcaldesa de Valencia durante 24 años, diputada, senadora,  bastión y sostén del PP en Levante y del PP en cadente, aforada primero y abandonada después por quienes la ensalzaban como fallera mayor, desterrada a los escaños mixtos, pasó sus últimos días ninguneada por sus incondicionales que no osaban mirarla, ni saludarla, ni atender sus mensajes, ni siquiera el último, solicitando ayuda ante las amenazas de muerte.

Ya se sabe cómo se las gasta la mafia, retirando de la circulación a quien no es grato de compartir mesa y mantel, cuentas y cantos. Según explicaciones de perogrullo, ha quedado claro que sus afines la apartaron “para protegerla, y evitar su linchamiento”, pero “las hienas siguieron mordiéndola”. Operación de acoso y derribo de alguna cadena y de los periodistas, que siguen metiendo las narices incluso después de muerta, buscando tres pies al gato.

Sea como sea, queda claro que ella sola se murió, y murió no tanto por ese acoso, que aunque mal compañero resulta cercano, cuanto por el veneno destilado a la postre por lenguas anteriormente allegadas y admiradas de todo lo que hacía la pobre señora por el partido. No hay mayor tristeza que saber que amigos e incondicionales, mis coleguitas, te dejan de lado. “¿Dónde están mis coleguitas?”, decía en los mítines con sus incondicionales convertidos luego en verdugos: El Rajoy, la Cospedales, el Catalá, los nuevos portavoceras, el Hernando, echando la culpa a quienes menos la tienen y pregonando que en su partido “no hay mala conciencia”... Deberíamos escribir su cargo con B de boceras y aplicarlo como abogado de pleitos pobres, o al sinónimo de bocazas... Cállese. No ejerza, ahora, ante la finada, con la carapena que le caracteriza, de anfitrión de la hipocresía funeraria. Tampoco siga el PP con esa hipocresía que no puede borrar su anterior verborrea despectiva.

Puestos a echar culpas, digamos “entre todos la matamos y ella sola se murió”. Aplíquese el cuento, y excluya a la prensa. Y lo mejor: dedíquese a elaborar el inventario del elogio del catafalco. Quizá se apunten un mártir.

Rita Barberá DEP: “Entre todos la matamos y ella sola se murió”