jueves. 28.03.2024

La infamia del “Black friday”, y otras

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Igual que antes tenía la iglesia doctores que imponían su dogma, actualmente, pensadores tiene el mercado, que se han inventado, primero las rebajas, y el día sin IVA, y ahora el black friday

Desde hace varias semanas nos vienen anunciando que entramos en épocas festivas. Y hay que celebrarlo. La mejor manera, empezar por las compras. Anuncian las fiestas, no para que cambiemos nuestro estado de ánimo, desechar la tristeza y dar paso a la alegría y a la sonrisa, deseando a todo el mundo felicidad. No señor. No lo hacen por eso, porque cambiemos el ánimo, sino porque cambiemos nuestro dinero de bolsillo, comprando aquí y allá, deslumbrados por las luces y la música estridente, por la atracción de los productos envueltos en celofán y lacitos de colores. (Y todo más caro, eso no lo dicen). Comprar hasta lo innecesario, sólo porque lo presentan como necesidad (ficticia). Sólo interesa el consumo, disfrazado con la apariencia de saciar el ansia de ser felices. Cuanta mayor cantidad, antes alcanzaremos la felicidad, llenos de paquetes y envoltorios. Nos engañan. No nos compensará. No venceremos nuestra frustración. Quizá aumente. Al echar cuentas, si es que nos atrevemos a echarlas, comprobaremos que hemos sacado poco beneficio, al menos no el que esperábamos. Comprobaremos que hemos hecho el juego a las grandes multinacionales, a quienes nos mandan y manejan desde los medios técnicos para que compremos de todo porque estas fechas son para eso. Vacas gordas a las que luego seguirán, vacas flacas, la depresión posfestiva, el bolsillo vacío, y la “tarjeta” menguada y mustia, cual hoja en otoño. ¡Hala!, ¡a consumir! A comprar compulsivamente. A reír, a cantar, a bailar, y a beber... Que nadie esté triste. Hay que estar obligatoriamente alegres porque en los mercados hay de todo, se puede comprar de todo, y nos hará sentir mejor a todos. Cuanto más compres, mejor te sentirás. ¡Mentira! Tratan de esclavizarnos, de dirigirnos como borregos. De sujetarnos a una economía que nos perjudica. Con tal de que no la veamos dañina, nos la enmascaran con técnicas que en estas fechas, por tradición, son fáciles de planificar y digerir.

Acabarán las fiestas, y vendrán las rebajas. Por menos dinero puede uno seguir comprando. Todo enfocado a seguir consumiendo. El comercio nuestro de cada día. Pero faltaba una técnica, muy antigua, para que de cuando en cuando sin esperar fechas especiales, como estas campañas institucionalizadas en nuestro devenir anual, nos recordara que tenemos que aprovechar y comprar. Igual que antes tenía la iglesia doctores que imponían su dogma, actualmente, pensadores tiene el mercado, que se han inventado, primero las rebajas, y el día sin IVA, y ahora, últimamente, otra fecha que, desgraciadamente tiene connotaciones muy tristes, que dice muy poco del sentido humano de nuestra sociedad civilizada. Esta campaña se ha llamado “viernes negro”, que hasta en inglés macarrónico, “black friday”, lo dice la gente, y se agolpa ansiosa en los grandes almacenes, como si ese día regalaran algo.

Me sucedió hace unas semanas. Uno, que ya no está sujeto a horarios, y tiene la suerte de vivir en el campo, donde los días no varían dejando que la naturaleza lleve su ritmo, salió a comprar el pan y otras menudencias sin caer en la cuenta de qué día era. Cuál no sería la sorpresa cuando caída la mañana, a la hora de comer de los sujetos a horarios, el obligado cliente del pan de cada día, se encontró el aparcamiento a rebosar de coches, sin sitio libre. Sorprendido porque nunca lo había visto así, interrogándose dónde estaría la gente que trabaja, lo achacó a algún puente, o al final de la crisis que anuncia el gobierno, y ya ¡España se había vuelto rica! Raudo y veloz, pensando en tardar menos de dos minutos en adquirir su compra, con el hambre avisando en su estómago, entró en la gran nave repleta de productos (¿han caído alguna vez en la cuenta de que no hay ventanas en estos establecimientos?, en ninguno. Hasta eso está pensado), repleta, digo, de productos, y de gente, mucha gente, moviéndose como loca, comprando como loca, mirando como loca, que de todo hay en tales circunstancias, cogiendo y dejando cosas en/entre/por, y de los estantes.  

-¿Qué pasa hoy? -pregunté a quien me precedía en la cola de la caja-. ¿Regalan algo? -pregunté, a sabiendas de que en esos sitios nunca regalan  nada.

  El cliente, cargado hasta los topes, acompañado de su esposa -deduje, no lo sé realmente-, me miró con cara de asombro, y me espetó, como si yo hubiera llegado de otro planeta.

-¿No lo sabe..? Hoy es “black friday”.

-¡Ah! -respondí como pidiendo perdón al señor y a los presentes, que me miraron absortos al ver que desconocía ese santo y seña, y no había aprovechado para llenar mi carro, y verme con tan poca mercancía.

Black friday... Vaya recurso. Nunca imaginé que los técnicos del marketing recurrieran a una acción tan infame y vil como ésta, rescatada de los tiempos de la esclavitud. Se nota que en este mundo, dominado por el mercado, cualquier recurso es bueno para conseguir el fin que se persigue: inducir a comprar. Aunque hay quienes no mantienen este tesis de que haya salido de la venta de esclavos negros en los Estados Unidos, hay otros que la mantienen, y achacan que se haya dado por falaz dicho argumento a que los norteamericanos siempre tratan de borrar de su corta y cruenta historia los episodios que pueden perjudicar su imagen, y emborronar su historia -tales hechos no faltan en los pocos años que llevan dominando por la fuerza el mundo-. No hay que olvidar que son imperio, y que los imperios escriben la historia eliminando lo que les perjudica y difundiendo lo que les enaltece. La esclavitud ha sido -desgraciadamente sigue siendo- una de las lacras de la humanidad. Hoy hay otras formas de esclavitud, solapada bajo una u otra capa. La esclavitud nunca ha dejado de existir. El humano sigue siendo explotado por el humano. Hoy, con otro tamiz, unos esclavizan a otros, incluso a niños, considerándolos una mercancía más. Antes era el trabajo, el resultado de su acción, pero hoy día se ha cambiado por la misma máquina, ese mecanismo vivo de huesos y músculos que desarrolla el trabajo. La nueva esclavitud, la del consumo, y sus días ventajosos.

Otros argumentan que el día del “viernes negro” se debe a los números negros de los bancos en Wall Street, y a las cuentas en rojo de comercios que aumentaron cuando la crisis económica de 1869, cuyos propietarios se inventaron el viernes siguiente al Día de Acción de Gracias para inducir a comprar, ofreciendo enormes rebajas en sus productos, poniendo enormes carteles a las puertas anunciando el ahorro por comprar ese día. Productos y personas de color y niños a bajo precio (“el viernes negro”, como  fue hace tiempo, y afea mucho un imperio que es afeado por negros, chicanos, y tantos “espalda mojada” que les invaden,  no queda bien recordarlo). 

Viernes y semanas que dan juego a la triquiñuela de rebajar el precio, aumentado días antes. Manejo, manipulación, publicidad, inducción... mercado y venta para sacarse las maulas.  Y a esta venta de productos, se ha unido otro consumo, el de la propaganda electoral.

No sé si el urbanita, que en estas cosas está más al tanto que los alejados del bullicio urbano, habrá notado que este año ha habido un considerable aumento de adornos y lámparas; que los ayuntamientos han hecho un esfuerzo por ser lo primeros y los mejores en escoger luces y colores para su ciudad. Así es. Lo habrán notado. Algunos alcaldes han presumido de esas alfombras luminosas. Lo han anunciado a bombo y platillo, incluso en varios idiomas. Este año, raro ha sido el ayuntamiento que no ha tirado la casa por la ventana, aumentando el gasto municipal en iluminación entre el 30 y 45 % respecto a otros años.

La razón es clara, pero está solapada, parece que no existe: al producto del consumo general, se une otro: el producto político, que también hay que vender, y cuyas fechas, las de navidad y su parafernalia, se aprovecha para comenzar sutilmente la campaña que, dentro de cinco meses, culminará con las elecciones municipales. Por eso se ha dado tanto bombo y platillo a estas bombillas y carteles de colores. Con tanto deslumbramiento, el ciudadano procura olvidar otras necesidades urgentes y vitales. Eso favorece al político de turno. No caemos en la cuenta en todo lo negativo que hay detrás. No sólo ya por el consumo exagerado de energía, la campaña de rebajas, o el “black friday”, venga o no venga del mercado de negros, o se lo inventaran en Filadelfia dos comerciantes. Sino por la contaminación lumínica (tema de mi próximo comentario).  

Por inventarse días, que no quede. Y campañas de largo tiempo. Lo importante es vender, comprar... Hacer negocio. Incluso en política. Ya puestos, propongo el “día sin compra”, “el día sin tarjeta”,  “el día sin  bancos”, o “el día sin suegra”, a ver si así la familia encuentra la paz. O el “día sin políticos”, a ver si la encuentra la sociedad.. ¿No lo hay ya sin coches? Y ¿sirve para algo? O el día de la bici... Pues eso. La engañifa. Con el mercado hemos topado, Sancho.  

La infamia del “Black friday”, y otras